lunes, 14 de noviembre de 2011

De boxeo, mafias y otros demonios

Entre chelas y pizza puestas sobre la mesa vi, la noche del sábado y por primera vez en mi vida, una pelea de box de principio a fin. La cartelera presumía ser interesante, pues dos tipos de apellidos Márquez y Pacquiao se iban a tundir a golpes en un cuadrilátero de Las Vegas, pretexto suficiente para plantarnos frente a la pantalla chica. Y luego del inminente cotorreo entre cuates, en aquella sala hogareña reinó el silencio a causa de la expectativa puesta en la televisión: sonaba el campanazo del round número 1.

Ambos estudiaban sus movimientos y el respeto mutuo imperaba entre las cuerdas. Los golpes certeros eran escasos, pero con el paso de los capítulos aparecían cada vez más en los puños mexicanos que impactaban la humanidad rival. El filipino de bigote y barba, casi elevado al rango de semidiós boxístico, poco a poco se empezaba a caer de su pedestal ante un tricolor que demostraba su excelente entrenamiento para enfrentar a quien era favorito en las apuestas. En su rostro se notaba preocupación y no encontraba la manera de descifrar la pelea que Márquez le planteaba. Los rounds se esfumaban y la diferencia se hacía cada vez más notoria: Juan Manuel iba derechito y sin escalas a arrebatarle el campeonato mundial.

Sonó entonces la campana que clausuró el último episodio y las imágenes contrastantes hablaban por sí mismas: en una esquina, los brazos en alto de quien se sabía rotundo vencedor, y en la otra, un tipo arrodillado con rezos invadiendo sus labios. Todos sabíamos el resultado… o al menos eso pensábamos.

Y aquí fue donde los malos de la historia se hicieron presentes, aquellos sujetos disfrazados de jueces a quienes les importó un bledo lo deportivo y se inclinaron por otros intereses. Sus tarjetas le dieron la victoria a Pacquiao y la ilusión se vino abajo. El todavía campeón sonreía fingidamente, mientras su contraparte se notaba sorprendido y molesto. No era para menos. La preparación de meses se había ido a la basura gracias a los “expertos” para calificar la contienda.

Lástima por Manny, él no necesita ese tipo de farsas. Se hubiera convertido en un gigante si hubiese aceptado su derrota y dado a Márquez el título, aunque los jueces dijeran otra cosa, y de paso dar una lección de humildad, aquella que, según dicen, ha sido parte de su persona a lo largo de su vida; la prensa mundial presumiría la victoria de uno y la grandeza del otro. Pero no ocurrió. A veces el “fair play” tiene un costo demasiado alto y en Las Vegas parece estar muy bien cotizado.

No quedó, pues, más que recitar un par de groserías teñidas de recordatorios maternos y seguir entrándole con singular alegría a las chelas y a la pizza. Al diablo con mentiras deportivas y jueces invadidos de mafia, no quería que eso me provocara indigestión. Lo siento por Pacquiao, ya quiero ver con qué cara se vuelve a subir a un ring; mi respeto y admiración para Márquez, y que los jueces puedan limpiar el cochambre de sus conciencias. Ahora entiendo por qué Las Vegas es un mundo de fantasía.

sábado, 22 de octubre de 2011

Y te extraño

Mientras existan las palabras y mi memoria esté vigente, siempre te recordaré.

Gracias por ser mi luz.

martes, 30 de agosto de 2011

Capítulo 10. Maratón Internacional de la Ciudad de México, 2011.

Por primera vez en mi vida programé tres alarmas con diferencia de cinco minutos cada una, con la firme intención de que mis cobijas perdieran su condición adherente y me dejaran vivir, desde temprana hora, la que estaba seguro sería una gran experiencia de vida. Pero los gritos provenientes de las gargantas electrónicas no fueron necesarios, pues la adrenalina pudo más y a las 4 de la mañana ya tenía los ojos más abiertos que nunca.

Horas más tarde, el Centro Histórico nos dio la bienvenida y en medio de calles angostas inundadas por la oscuridad nos abrimos paso. El compromiso eran 42,195 metros por delante a costa de todo cuanto pudiera presentarse. Entonces un disparo al aire hizo eco y comenzó la aventura. Una oleada de corredores, todos animosos, cimbró el asfalto y con cada paso el sueño se volvía más real.

Entre el enorme grupo apareció uno, menor en tamaño pero no así en importancia, que llevaba en sus filas una carriola con un ser lleno de luz a bordo. Mary Tere y su papá, Camilo, iban juntos en este reto que nos contagió a muchos para llegar a la meta. Entonces se presentó el primer detalle emotivo de la carrera: una sonrisa despedida del rostro de la pequeña, señal de que ese momento era suyo y de quienes la acompañábamos en su maratón. Sin duda, una recarga de energía para seguir después del kilómetro 12, de donde me desprendí de aquel pequeño y animoso contingente.

Lo que siguió fue a cada momento especial: recordar los entrenamientos en Chapultepec, las carreras del Circuito Gandhi, las palabras de aliento de personas desconocidas que, al ver mi nombre tatuado en el número, lo mencionaban una y otra vez, los amigos a lo largo de la ruta, mis padres en el kilómetro 30… una sobredosis de adrenalina inyectada en las piernas para no detenerlas jamás.

Así, la suma de kilómetros iba en aumento a la par del ánimo que no se doblegaba ante el cansancio. La avenida Insurgentes nos dio la bienvenida y el número 31 invitaba a vencer cualquier pared que se pusiera enfrente. Los últimos kilómetros fueron difíciles, pero no imposibles. Como disco rayado, una y mil veces me repetía: “no te vas a detener, la meta está muy cerca”, y, a fuerza de gritármelo internamente, me convencí de ello. Cuatro horas y once minutos después de iniciada la travesía, la gloria entera me perteneció por un instante que parecía volverse eterno. El objetivo se había cumplido, un par de lágrimas de emoción lo justificaron y la promesa de repetirlo se hizo presente.

Algunos aseguran que correr es una actividad solitaria, aburrida, de “locos”; yo estoy seguro que, más allá de la distancia, atreverse a intentarlo es el primer paso para comprobar que los límites son una mentira; ojalá esto se convierta en epidemia y muchos más lo intenten.

A veces creo que el alfabeto debería tener, al menos, 500 letras distintas para formar con ellas millones de palabras y reflejar así lo extraordinario que resultan algunas experiencias. Hoy estoy convencido que este deporte tiene magia y los seres que habitan en él son extraordinarios. Espero con ansia el siguiente reto; de eso está hecha la vida, de eso estamos hechos nosotros. Gracias a quienes estuvieron ahí, en los entrenamientos y en la memoria; en cada metro compartido, en cada grito de apoyo. Nunca me cansaré de repetirlo: esto también es por ustedes.

¡Hasta los próximos kilómetros!

viernes, 19 de agosto de 2011

Capítulo 9. Manifiesto

Soy corredor. Uno de tantos que la gente llama “loco” porque su despertador irrumpe a mitad de la noche para marcar el inicio de un nuevo día; aquel que mide su vida en kilómetros y comparte experiencias con otros igual o más locos que él.

Tengo por fundamento un par de tenis amarrados a una voluntad que es pretexto y principal motor para continuar con el día a día. Mis fines de semana sin correr se tornan aburridos y eternos; mi calendario sin alguna competencia, deprimente.

Corro para sentirme vivo y demostrarme que las barreras sólo existen en la mente y nada más; porque he visto voluntades que no se resquebrajan ante las circunstancias, una enfermedad o discapacidad, y porque sé que la energía es contagiosa a través de los kilómetros. Corro para reír, para llorar y soñar; para cansarme, agotarme y renacer las veces que sea necesario, porque correr no es un deporte, es un estilo de vida… mi estilo de vida.

Somos muchos y estamos en cualquier parte. No existe un reto, por extraordinario que parezca, al que no hagamos frente y acabemos con él a pesar de todo. Experimentamos dolor y agonía, pero jamás nos detenemos. Algunos aseguran que somos extraordinarios; yo digo que tenemos las mismas capacidades y basta con atreverse a descubrirlas. En nuestro lenguaje no existen las palabras “límite” y “fracaso”, y no aceptamos un “no se puede” por respuesta.

Nos verás allá afuera, navegando en el asfalto o conquistando montañas; reventando pulsaciones y derribando paredes imaginarias. Sí, quizás estemos locos, pero prefiero esta locura a permanecer eternamente cuerdo.

Y tú, ¿corres para vivir o vives para correr? Yo elegí ambas opciones.

viernes, 12 de agosto de 2011

Capítulo 8. Semblanza maratónica

(Escrito el lunes 13 de septiembre de 2010)

Aquella mañana tenía un cúmulo de pretextos para no cumplir el objetivo: cansancio, dolor, posibles calambres, una pared, eventual deshidratación y agonía. Sin embargo, en mi mente me había tatuado cuatro letras y, a pesar de cualquier circunstancia, estaba convencido de que las vería llegar para levantar los brazos hacia ellas… porque de ahí al cielo sólo existe un paso.

El termómetro estaba a la baja, pero el grupo contagiaba una enorme vibra que hacía olvidar los escasos grados centígrados en el ambiente. Entonces un disparo al aire encendió mis sentidos; le puse play a mis piernas y el Ipod empezó a correr. La ansiedad en el cronómetro poco a poco se liberó para dar paso a una experiencia extraordinaria, mientras la vialidad se veía invadida únicamente por miles de piernas en busca del mismo fin.

El sabor del kilómetro uno fue muy especial, pues me hizo recordar mis inicios en este deporte y ahora, en mi primer maratón, la idea de verlo multiplicado por 42 era un sueño al alcance de mis piernas. Me armé de paciencia, mantuve un ritmo tranquilo pero constante y no solté las pulsaciones porque sabía que más tarde me harían falta. Avanzamos e invadimos el asfalto de una ciudad que abría los ojos en un domingo nublado. Las calles se tornaron diferentes: rostros familiares con gritos de apoyo, pancartas con letras llenas de vitalidad, manos extendidas que contagiaban energía, y un mar de metros que invitaban al mayor de nuestros retos. Puentes, avenidas y cruceros serían testigos del esfuerzo, la esperanza y la gloria.

Playeras y caras conocidas devoraban el trayecto. Se trataba de compañeros corredores con quienes los entrenamientos se convirtieron, más que en simples sesiones, en verdaderos momentos de aprendizaje. Estando ahí, compartiendo el mismo circuito, supe que todo había valido la pena y el triunfo sería uno mismo, más allá del tiempo final o las circunstancias individuales. “¡Vamos equipo!”, se convirtió entonces en una frase cuyos alcances sobrepasan cualquier obstáculo.

Así vi pasar los kilómetros mientras recordaba mis experiencias previas: mi primera carrera de 10, mi debut en medio maratón, mi marca en 26, pero cuando apareció el número 34 sabía que todo podía pasar. “Bienvenido a tu nueva experiencia”, me dije, pues nunca había dado un paso más allá de ese número, ni siquiera en entrenamientos. No había vuelta atrás. Me concentré, subí el volumen a la música y estaba dispuesto a apoderarme de los metros restantes. Kilómetro 36: un niño y una niña, ambos de aproximadamente seis años de edad, ayudaban emocionados a repartir bolsas con agua. Me acerqué y él me extendió su mano; me regaló líquido y al recibirlo sentí una extraordinaria vibra que me inyectó energía para continuar. Uno a uno vi caer los números y cuando arribé al 37 mis piernas querían entrar en conflicto con mi mente, pero ésta última ganó la partida. El 42 supo a gloria y algunos pasos adelante mis latidos se escuchaban más fuerte que el ambiente alrededor mío. El alfabeto resulta escaso para describir ese preciso momento…

Algunas personas dicen que antes de morir se presenta, en cuestión de segundos, un flash-back de momentos especiales en su vida. Ayer me sucedió lo mismo, pero en poco más de cuatro horas y, aunque mi corazón no se detuvo, comprendí que en circunstancias difíciles los recuerdos y todo cuanto ha sido parte de nuestra existencia pasada (bueno o malo) nos fortalece y acudimos a ello para seguir adelante. Así es el maratón: una dosis de preparación física mezclada con grandes cantidades de voluntad.

Las cuatro letras tatuadas en mi mente habían llegado; estaba justo bajo sus pies y en ese momento, cuando vi hacia arriba, levanté los brazos hacia ellas para no bajarlos nunca más. El objetivo se había cumplido.

¿Conocen una palabra que sea sinónimo de sueño hecho realidad? Yo sí, y se llama META.

viernes, 5 de agosto de 2011

Capítulo 7. ¿Por qué un maratón?

(Escrito el jueves 12 de agosto de 2010)

Esta historia comenzó el 1 de octubre de 2006. Aquel domingo, cuando las manecillas estaban a punto de las 8 horas, supe que existía un lugar llamado Circuito Gandhi donde participaría en mi primera competencia de 5 kilómetros. Enfundado en una playera anaranjada, pants azul y tenis blancos, me sumergí en el asfalto y 27 minutos después el objetivo se había consumado. Y lo confieso: esa misma tarde juré nunca más volver a correr, pues me dolía hasta la escasa voluntad que me sobró siquiera para mover un dedo.

El día siguiente fue crucial: por la mañana, y todavía con la cruda deportiva en cada centímetro de mis piernas, visité la página web donde se almacenaban mis resultados y fotografías. Los instantes que a continuación sucedieron fueron sin duda los responsables de mi continuidad en estas andanzas: la impresora se encargó de materializar mi certificado que presumí a cuanto familiar cruzaba por la sala de mi casa, mi lugar 87 en el evento simplemente me supo a gloria, y la medalla sustituyó al diploma de la primaria en la pared. Entonces advertí una extraña sensación de instalarme nuevamente dentro de mis tenis para regresar a las pistas…

Probé otros 5 K nocturnos y luego di el salto a 10 K. Pero lo mejor estaba por venir: conocí a algunos amigos con quienes tuve la oportunidad de compartir carreras e incluso momentos más allá de ellas, y descubrí que no se trataba sólo de poner los pies en marcha, sino de transformar esos instantes en experiencias almacenadas hoy día en un lugar especial de la memoria. Después llegó el reto del medio maratón, el ascenso en la Torre Mayor y el Tune-Up 26 K, pero siempre acompañado por personas que me apoyaban lo mismo con su compañía que con una llamada o mensaje telefónico (responsables al respecto existen muchos y quienes se saben parte de esta historia seguramente acaban de expulsar una sonrisa de sus labios).

También fui testigo, a través de varios corredores, del poder que tiene la voluntad para hacer frente a distintas adversidades, pues una enfermedad, discapacidad o detalles que muchos ven como negativos, otros los convierten en un reto para demostrar al mundo, pero sobre todo a sí mismos, que la palabra “límite” es apenas una referencia en el diccionario. “Correr por la vida es lo que hacemos a diario”, escribí un día, y más de una vez he sido testigo de ello. El próximo 12 de septiembre será mi turno de comprobarlo.

Si hace cuatro años alguien me hubiera dicho que estaría inscrito en un maratón, si duda hubiese dudado de su cordura y estabilidad mental, sin embargo, el que hoy parece estar carente de dichas cualidades es quien escribe las presentes líneas. Pero no importa. He leído que más de uno suele llamar “loco” a quienes corren cualquier distancia y, si nos referimos a 42 kilómetros, entonces creo tener asegurada mi membresía en algún manicomio. Hoy diré que mi estrategia no es dejar atrás a otros corredores, tampoco ganarle al cronómetro, sino vencerme a mí mismo y exorcizar mis propios límites.

Así pues, mi siguiente reto está a la vista y hoy, a un mes de correr mi primer maratón, siento los mismos nervios y emoción que cuando hice mis primeros 5 kilómetros. Las circunstancias actuales son distintas, pero muchas personas que me han inspirado siguen conmigo y sé que estarán ahí, física o mentalmente, cuando llegue a la meta… porque esto también es por ustedes.

viernes, 29 de julio de 2011

Capítulo 6. Buenas influencias

Es muy sencillo: sin las incontables personas que han estado a mi alrededor durante estos casi cinco años de historia deportiva, mis números serían una irrisoria estadística. Recuerdo, por ejemplo, las palabras a través de una llamada telefónica antes de partir a una carrera fuera del DF y los mensajes recibidos en un autobús a mitad de la noche; un primer entrenamiento en CU con amigos que se conocieron por Internet y la oscuridad de Viveros que nos dio la bienvenida a un nuevo grupo.

Todos somos diferentes, pero nos une la misma idea. No importa la distancia, tampoco los tiempos, la edad o el color de la playera. Hay trotadores y también ultramaratonistas; existen triatletas y quienes conquistan interminables senderos en las montañas, y otros más cuyo antídoto corredor les valió para vencer enfermedades o discapacidades. De cada uno de ellos tengo pequeñas dosis de aprendizaje que, por fortuna, son acumulables a través del tiempo.

Hoy muchos siguen aquí, paso a paso conquistando nuevos objetivos, con disciplina, esfuerzo y haciendo caso omiso del reloj y el calendario. Algunos han partido ya, pero en mi mente aún se repite el eco de sus palabras que me inyectaron motivación imposible de encontrar en otro lugar.

Cuando corría solo los kilómetros pesaban más, los circuitos se tornaban aburridos y solía callar de un golpe al despertador para volver a cerrar los ojos. Hoy me sucede todo lo contrario y los números del cronómetro lo avalan. La motivación es distinta y más allá de las pistas existe otra razón para seguir adelante.

Una mañana, luego de 10 kilómetros en el Desierto de los Leones, me preguntaba cómo hacían los que corren un maratón. No imaginaba semejante distancia acumulada en las piernas de alguien, con todo lo que ello implica; había escuchado y leído historias ajenas y, por convencimiento de amigos a los que consideraba locos, estaba a punto de encontrar la respuesta por cuenta propia.

viernes, 22 de julio de 2011

Capítulo 5. Periférico Sur, 7 am

El periférico de la Ciudad de México es una miscelánea de acontecimientos. En él podemos encontrar tráfico vehicular, vendedores ambulantes en los carriles centrales, inundaciones, camiones cuyo exceso de estatura les impide pasar debajo de algún puente, manifestaciones y hasta corredores que se apoderan de su asfalto una vez al año.

Yo me enteré del kilométrico recorrido deportivo gracias a un amigo, quien tenía en su haber varios medios maratones celebrados en el mes de junio y me platicaba sus legendarias andanzas por los rumbos sureños de semejante vía rápida. Y aunque toda mi vida he sido vecino del periférico, nunca tuve la idea siquiera de echar un vistazo a lo que acontecía en esa carrera, pero ese año no podía faltar en sus filas. Entonces llené mi inscripción y pagué la cuota correspondiente para ser partícipe de los mejores 21K de Latinoamérica, según dicen los que saben.

Y así, invadido de confianza por el resultado veracruzano cinco meses atrás, me atreví a pegarme en la espalda mi tiempo objetivo: 1:45. “De ida es pura bajada y el regreso sólo tiene una subida. Nada del otro mundo que no pueda lograr; esta vez mejoraré mi tiempo”, aseguraba. Iluso de mí, pues nadie me dijo que la altura del DF y la altimetría de la carrera son infinitamente distintas a las del territorio jarocho.

Comenzaron, pues, a elevarse las pulsaciones, y mi emoción fue directamente proporcional al paso establecido hasta los 12 kilómetros, donde el cronómetro mostraba un rostro muy amable y alentador, mismo que cambiaría después de emprender el camino de regreso. Las subidas multiplicaban el esfuerzo y poco a poco la energía se esfumaba en medio de un mar de gente que alentaba lo mismo en puentes que en camellones. Ahí fue donde me di cuenta de lo extraordinario de este medio maratón, en el cual participan familias completas y el apoyo resulta evidente a cada paso.

En el kilómetro 16 el pavimento se elevó frente a mí y sentía una extraña pesadez en mis piernas. “¿Qué diablos hago aquí?”, fue la pregunta que asaltó mi mente. Ganas no me faltaban para girar a la derecha e irme a mi casa, que en ese momento estaba más cerca que la meta misma. Pero justo ahí, un par de camisetas que me rebasaron me dieron la respuesta: “Papá” e “Hijo” podía leerse en cada una de ellas.

Cuando tenía 12 años, durante las vacaciones escolares, mi papá solía llevarme a correr al Bosque de Tlalpan. Desde luego que lo mío era por pura diversión, porque ni remotamente pensaba hacerlo en forma varios años después. Entonces mi memoria excavó en sus recuerdos y, al visualizar aquellos instantes, la adrenalina le devolvió la vida a mis pasos. Minutos después, cuando la subida se convirtió en historia, de un puente peatonal surgió una voz que decía “¡Tú puedes!”: eran mis padres con las manos en alto y la emoción reflejada en sus caras. El contagio fue inminente y el resto de los kilómetros desaparecieron casi sin darme cuenta.

Finalmente, el tiempo cronometrado rebasó las dos horas, pero no me importó en lo más mínimo, ya que la experiencia superó mis expectativas y todo cuanto sucedió en ella tuvo un sabor diferente, único. A partir de esa fecha, el Medio Maratón del Día del Padre está en mi lista de indispensables, el Bosque de Tlapan se convirtió en segundo hogar y ahí, en el mismo puente, cada año escucho un grito de apoyo que me impulsa a seguir adelante.

viernes, 15 de julio de 2011

Capítulo 4. Bienvenido a los 21.

“¿Quién, en su sano juicio, viaja 400 kilómetros para correr 21 un domingo a las 7 de la mañana?”, me preguntaba mientras veía la oscuridad del cielo desde la ventana de mi habitación de hotel. El amanecer apenas se asomaba y era momento de saldar una deuda que tenía pendiente conmigo mismo: Boca del Río sería testigo de ello.

No recuerdo del todo los momentos previos a la carrera, sólo sé que de repente estaba parado ahí, con un número pegado en la playera y la seria intención de desafiar mis propios límites. Entonces el destino se cobró conmigo su mejor y más absurda novatada: después de calentar, cuando ya iba corriendo a tomar mi lugar en el bloque correspondiente, una coladera destapada me recibió con los brazos abiertos; a mi pierna derecha se le acabó el piso y mi rodilla detuvo su viaje al vacío cual si fuera un corcho insertado en una botella. La consecuencia de tan sublime acto, un raspón quemante, me hizo comenzar de una manera poco deseada. Alejandro, bienvenido a tu primer medio maratón.

El disparo de arranque se escuchó y miles de tenis comenzaron a cimbrar el asfalto jarocho. Minutos más tarde, el paisaje marítimo no se hizo esperar mientras el grupo comenzaba a estirarse a lo largo de la ruta marcada. El momento épico de la mañana fue cuando nos enfrentamos a ráfagas de aire con arena a través de edificios que formaban un embudo en la única subida del trayecto. Fue justo ahí cuando mis 57 kilos de peso estuvieron, literalmente, a punto de volar por los cielos. Pierna lacerada y detenido por una pared aérea… hasta entonces, una gran experiencia la mía.

Pero cuando pasé el número 13 el alma me regresó al cuerpo. Un año antes, a esas alturas, ya pedía clemencia y clamaba por un descanso de tres días. No obstante, esa vez me sentía bien y, aunque previamente ya había corrido 15K, nada podía compararse con llegar a esa meta en la pista de la Faculta de Educación Física.

En el kilómetro 18 el calor y la humedad empezaron a hacer mella, pero nada comparado con el hambre que se apoderó de mi estómago y me hacía pensar y repensar en los hot cakes que me esperaban en La Parroquia (ahí conocí mi adicción por esos panes esponjosos tapizados con miel y mermelada). Y así, con un raspón de rodilla, el clima húmedo, una descarga de adrenalina y el hambre a cuestas, entré a la parte final de la carrera. Una vuelta a la pista me separaba de mi marca personal inédita y aquellos metros quedaron registrados especialmente en mi memoria. Las dudas se habían terminado.

“¿Qué sigue ahora?”, me pregunté. Seguramente viajar 400 kilómetros de regreso para correr no sólo 21 sino muchos más. Desconozco dónde extravié mi sano juicio, pero de lo que estaba seguro era que ya no me importaba seguir sus consejos en caso de volver a toparme con él. Mi cansancio aminoró un par de días después y cuando retomé los entrenamientos mi visión acerca de las distancias había dado un giro total. Había comenzado una nueva etapa y Veracruz tuvo la culpa.

viernes, 8 de julio de 2011

Capítulo 3. Cuando los límites se vuelven mentiras

“Las personas, al igual que las aves, son diferentes en su vuelo, pero iguales en su derecho a volar”

El 12 de septiembre de 2007 el termómetro estaba a la baja y mis piernas temblaban, quizás por la temperatura o tal vez porque se acercaba su primera prueba de 15 kilómetros. Atrás habían quedado los 5,000 metros y el salto a 10K; era momento de dar el siguiente paso y aquel Tune Up fue el mejor argumento para lograrlo.

Tenis blancos, pants azul, playera gris y a correr. El disparo de salida se escuchó puntual en medio del bosque de Chapultepec y más adelante, cuando el asfalto de Reforma recibió nuestros pasos, observé a una pareja que sostenía un cartel con dos palabras y un dibujo cuyo significado iba más allá de lo deportivo. Minutos más tarde, justo en la última recta del circuito, un par de corredores y yo teníamos las pulsaciones a tope y con palabras de aliento nos retamos a cerrar con todo; el objetivo se había cumplido.

Posteriormente, cuando tuve la medalla entre mis manos, me senté un momento sobre la banqueta y la observé mientras reflexionaba acerca de lo que había visto minutos antes. Para ser sincero, nunca había puesto atención en algunos detalles que suceden en las carreras y esa mañana fue la inauguración de mi asombro deportivo, pues a partir de entonces la palabra “límite” tomó un nuevo significado en mi diccionario personal.

Pretextos para no correr hay muchos, sin embargo, una discapacidad o enfermedad no lo son para algunas personas que se demuestran a sí mismas que tener diferentes cualidades a las del resto de los corredores no las hace distintas. Cuando cruzamos la línea de salida, todos perseguimos un objetivo, una meta, un sueño, y con el paso del tiempo y de los kilómetros supe que la voluntad puede más que dos piernas.

Con muletas, en sillas de ruedas o codo a codo con un guía que aporta sus ojos para seguir adelante… no importa cómo, lo verdaderamente valioso es por qué. Cada personas es un mundo, una historia, y a través de los kilómetros no he dejado de admirar a quienes van más allá de los límites que el destino les impone.

Aquella mañana, una mujer fue el vivo ejemplo de la fortaleza y tenacidad que puede vestir una persona. RUN ELY decía el cartel cuyas letras compartían espacio con un moño color rojo, y cada vez que veo mi medalla recuerdo ese momento. ¿Quién nos pone, pues, los límites de nuestros pasos? ¿Dónde está la frontera que divide una discapacidad o enfermedad de la voluntad misma? Ely me dio la respuesta. A ella el destino le ha dado una nueva oportunidad; a mí, una gran lección de vida.

viernes, 1 de julio de 2011

Capítulo 2. Veracruz: de la afición a la adicción.

Esa misma tarde prometí no volver a correr jamás, pues mis piernas me observaban con ojos amenazantes después de haberles inyectado 5 kilómetros de asfalto. Parecían decirme: “ni lo vuelvas a intentar o nos pondremos en huelga; no hay necesidad de todo esto”. Sin embargo, luego de revivir con la memoria cada momento de aquella mañana, decidí otorgarles una tregua, darles tiempo para pensarlo dos veces y ponerlas en forma para ir en busca de nuevas andanzas que no sobrepasaran los 5,000 metros.

Entonces conocí a algunos amigos cuyo objetivo era, en ese momento, competir en el medio maratón veracruzano. “Si lo mío es una locura, lo de ellos es demencial”, pensaba. Y luego de convencerme de hacer el viaje —no así la carrera—, me subí al autobús con la única intención de disfrutar del territorio jarocho y echar un vistazo a un evento distinto a los que estaba acostumbrado.

Todo iba perfecto hasta que, en la entrega de paquetes, alguien soltó un comentario al aire: “¿por qué no la corres? Te anotamos en lista de espera y por la tarde regresamos a ver si quedó algún lugar para ti”. Desde luego, pensé que se trataba de una broma y recé para no volver y enterarnos del resultado: horas después evidencié el poder de mi fe. No obstante, mis amigos me insistían en correrla “por fuera” hasta donde mis pasos agotaran su energía y así rebasar los límites que existían en mí.

¿Intentar 21 kilómetros cuando mi máximo eran 5? Ni siquiera llevaba los tenis y ropa adecuados, mucho menos condición física para semejante reto. Y aunque jamás me vi rebasando la meta, tomé ese circuito como un “paseo turístico” (preferí eso a esperar dos horas a que llegaran mis amigos).

El domingo a las 7 horas todo estaba listo: los corredores, el circuito y yo, el novato que estaba metido en una encrucijada deportiva por obra y gracia del contagio de los demás. Cuando sonó el disparo de salida puse los pies en marcha sin un objetivo claro y mi ritmo era tan lento que imaginaba a una tortuga del Acuario rebasarme sin problema alguno (lo cual minaba mi autoestima). Luego del kilómetro 5 mis piernas retomaron su mirada amenazante, mis hombros manifestaron tensión y las ampollas comenzaron a darse un festín con mis pies, pero no me detuve.

Así acumulé más distancia hasta que mi cuerpo decidió ponerme un alto definitivo: había alcanzado 13 kilómetros y nunca pude explicarme cómo. Atravesé el camellón y caminé hasta el punto de encuentro donde mis amigos ya esperaban; ellos estaban más emocionados que yo al saber mi nueva hazaña.

De regreso al DF, seguía sin entender cómo me había apoderado de ese número 13, y aunque no encontré la respuesta, por primera vez supe que, sin importar la distancia, lo fundamental para correr es desearlo y disfrutarlo. Seis horas después, cuando el viaje llegó a su fin, bajé del autobús arrastrando las piernas, pero con la firme intención de volver el siguiente año a sacudir el asfalto veracruzano.

Mi adicción empezaba a tomar forma.

viernes, 24 de junio de 2011

Capítulo 1. Génesis de un corredor.

A los 25 años de edad muchos mortales que practicamos algún deporte creemos fervientemente ser la reencarnación de Superman. Mi caso no fue la excepción, pues cualquier actividad que involucrara elevación de pulsaciones veía mi nombre en primera fila: futbol, ciclismo, correr, natación y lo que se pusiera enfrente.

Perseguía el balón como si de ello dependiera mi vida, de la bicicleta no me bajaba hasta que mi espalda baja pidiera clemencia, cuando corría machacaba mis rodillas a alta velocidad en bajadas de asfalto y en la alberca me detenía únicamente cuando un calambre se veía cercano. Desde luego, poco o nada sabía de cuestiones técnicas, entrenamientos controlados, nutrición o lo mínimo necesario para evitar lo que llegaría un poco después. Entonces al Superman que se pensaba invencible se le rompería no solo la capa, sino también algo que le dolería un poco más.

Una noche, al regresar de patear balones, una molestia que parecía de rutina se convirtió en la peor lesión que se había instalado en mi cuerpo. Ni el hielo ni las pomadas mágicas surtieron efecto. Por primera y única vez obtuve el récord de levantarme de la cama en 10 minutos y casi con la ayuda de una grúa. Esas horas las dormí sentado y cuando el sol asomó sus primeros rayos la visita al médico fue más que necesaria.

La radiografía fue contundente: desviación de columna dos grados. Nada que fuera extremo (comparado con otros casos del mismo consultorio), pero lo suficiente para recetarme tres meses de inactividad y dos más de rehabilitación. Adiós al deporte por un buen rato y al sujeto que solía volverse loco cuando se enfundaba en short y tenis.

Entonces tuve que armarme de paciencia y aprender a escuchar a mi cuerpo. Los días parecían tener más de 24 horas ante el poco movimiento que debía realizar y al ver a alguien practicar deporte me lamentaba por no poder estar en sus pies. Pero pasé la etapa crítica y cuando comencé nuevamente a retomar el paso reflexioné acerca de ese momento y lo que en adelante debía y quería hacer.

Así llegó el cuarto mes y la natación se volvió parte fundamental de mi recuperación. Para el quinto, cuando la alta médica fue la mejor noticia, la indicación fue muy clara: olvidar deportes de contacto (a menos que fuera una “cascarita” entre amigos) y dedicar mis pasos a algo donde yo mismo fuera mi único y mejor indicador para seguir o detenerme.

Y entonces, cuando comencé a retomar la confianza, una mañana caminando en el Bosque de Tlalpan recibí un folleto que anunciaba una carrera de 5 kilómetros. Me pareció un buen pretexto y decidí inscribirme. Y lo confieso: un mar de dudas me tomaron por asalto, pero de una u otra forma debía hacerle caso a ese instinto deportivo que estaba lacerado.

Un mes después, el 1 de octubre de 2006, supe que existía un lugar llamado Circuito Gandhi y justo en esa línea de salida, quizás sin saberlo, empezaría una nueva historia.

martes, 10 de mayo de 2011

María

Ella vino de muy lejos y yo llegué algunos años después. Ella cuenta que sus días de infancia, aunque difíciles, tuvieron altas dosis de felicidad. Fue la segunda de sus hermanos y en la primaria no existía un solo ábaco que le hiciera competencia en las matemáticas. Jugaba con lo que tenía al alcance de sus manos, pero siempre con la imaginación por delante; saltaba, corría, bailaba y sus pasos abrazaban cada rincón de aquella tierra mágica que la vio nacer.

Pero los argumentos para vivir en ese poblado michoacano comenzaron a agotarse y la respuesta, al igual que la de muchos más, se llamaba Ciudad de México. Y así, aun con su voluntad en desacuerdo, el mapa de su vida la llevó hacia una dirección totalmente desconocida…

Ella cuenta que en su viaje hacia la gran urbe la acompañaba una maleta rebosante de nostalgias y dejó marcado el trayecto con sus lágrimas para, algún día, recordar el camino que la regresara a su terruño querido. Vivió y creció con la ciudad, aquella tan fascinante como misteriosa; quizá por eso se resguardó definitivamente en un rincón de su territorio, pues ambas compartían las mismas cualidades. Entonces su destino dio un vuelco cuando su mirada coincidió con otra y se convirtieron en una sola; el resultado, un par de personas más que le pusieron el número 4 definitivo a la familia.

Yo la conocí un 7 de noviembre y en ese momento, cuando me dio la bienvenida entre sus brazos, supe que había llegado al lugar correcto: la luz reflejada en su mirada me dio la razón. Ella me regaló vida, su ejemplo, dedicación, fortaleza y amor. Ha sido forjadora de un sinnúmero de cualidades en mi persona, muchas más de las que pueda contar en este espacio. Afirmar que es una persona extraordinaria resulta limitado. Ni el alfabeto ni una vida entera me alcanzarán para agradecerle por haber materializado aquella idea que tuvo un día y decidió bautizar con el nombre que hoy me identifica. Mi gratitud entera le pertenece; mi admiración y cariño, también.

Sí, ella vino de muy lejos y yo llegué algunos años después. Su nombre es María y ella es mi mamá.

martes, 3 de mayo de 2011

Mundo de leyes 2

El 17 de agosto de 2007 escribí en este espacio un post que hacía referencia a las leyes más absurdas que la humanidad haya inventado. Ese día, después de haber hecho un breve recuento de semejantes ridiculeces, reflexioné acerca de quién pudo haber decretado dichas reglas y, peor aún, a quién se le ocurre hacerles caso. Nunca encontré las respuestas. Pero para beneplácito de algunos e incredulidad de otros, hoy encontré nuevamente una lista, corregida y aumentada, de las leyes más fumadas y extravagantes que pueden existir. Aquí una probadita.

Empezamos en territorio estadounidense, donde las prohibiciones van desde practicar el sexo oral (Carolina del Sur) hasta dormir desnudo (Minnesota), sin dejar de mencionar que los hombres pueden pegarle a sus esposas una vez al mes o que después de las 6 de la tarde los perros tienen prohibido ladrar (Arkansas). ¿Y qué me dicen de aquella que dicta detener a una persona por no cumplir una promesa (Luisiana)? Muchos la agradeceríamos en México para aplicarla a la clase política, aunque nos quedáramos sin ella. Además, en California ningún vechículo sin conductor puede rebasar las 60 millas por hora… Kitt (el auto increíble), te tengo una mala noticia.

Y sin en territorio nacional nos quejábamos por la prohibición de minifaldas, valga decir que otra ley nos ganó el Premio Nobel a lo más ridículo de la industria del calzado y el vestido: en Ohio, las mujeres no pueden usar zapatos de charol porque su ropa interior se puede reflejar en ellos. Y la lista continúa en Chicago, donde está penado comer en un lugar que se esté quemando (y yo que quería pollo a las brasas).

Pero en otros continentes también se cuecen habas: en Suiza está prohibido lavar el coche los domingos (además, qué flojera); en Tailandia no se puede salir a la calle sin ropa interior (¿y cómo diablos se darán cuenta?); en Irán es mal visto sonarse en público (lástima por el negocio Kleenex); y en Israel está prohibido meterse el dedo en la nariz los sábados (cualquier otro día de la semana, con todo gusto). Ya no digamos la negación en Inglaterra de bautizar mascotas con el nombre de Reina o Princesa, a menos que se tenga permiso real para ello.

Así podemos continuar el tour por varios países y sorprendernos de la “creatividad” para dictar leyes regidoras del comportamiento humano; nuestra capacidad de asombro se vería muy bien recompensada. Y para cerrar con broche de oro, hacemos la última escala en Kentucky, donde es obligatorio bañarse al menos una vez al año... qué exagerados, ¿para qué tantas veces si se van a volver a ensuciar?

jueves, 28 de abril de 2011

Recuerdos maratónicos

Poco más de siete meses han pasado desde aquella mañana en que mis piernas pedían clemencia mientras mi espíritu se regodeaba por los cielos. Ese 12 de septiembre fue un parteaguas en mi existencia terrenal, pues la línea de meta marcó un punto y aparte en mi persona y una revolución de acontecimientos comenzaron a surgir desde entonces, el principal de ellos, saber que mis límites habían quedado exorcizados para siempre.

Y lo confieso: cuando escuché el disparo de salida me asaltaron muchas dudas. ¿Qué diablos hago yo aquí? ¿Acaso estoy loco? ¿Lo terminaré? ¿En cuántos días no podré moverme? Pero a pesar de todo, jamás pasó por mi mente renunciar. Sabía que los meses de entrenamiento debían tener alguna buena consecuencia y ese era el momento para demostrarlo; arranqué con paso suave pero constante, acompañado por algunos amigos que me dejaron en el kilómetro 4 y justo ahí comenzó una batalla contra mí mismo.

Entonces descubrí la magia que tiene este deporte, aquello por lo cual muchos nos miran como si fuéramos personas extrañas y a la vez extraordinarias. Después de 32 kilómetros, mi resistencia física viajaba en sentido opuesto a mi resistencia mental y ambas parecían irreconciliables: debía hacerle caso a una sola de ellas. El cansancio recorría cada centímetro de mis piernas, pero no le di tiempo para convencerme y así, con el asfalto quemando cada uno de mis pasos, por fin vi caer el número 42.

Hoy, cuando el calendario me recuerda que faltan cuatro meses para enfrentar nuevamente el reto, puedo decir que me emociona sobremanera pensarme ahí, parado en la línea de salida y con una Ciudad de México a los pies de miles de corredores. Cientos de personas han estado alrededor mío desde aquel mi primer maratón y hoy no me cansaré de repetirlo: esto también es por ustedes. Porque no somos seres extraños ni extraordinarios, sólo algunos que un día decidimos salir a las calles para demostrarse a sí mismos que 42 kilómetros son la medida justa para saberse vencedores de cualquier reto, pero siempre con los pies en la tierra y a la vez muy cerca del cielo.

martes, 26 de abril de 2011

Un bicentenario olvidado y sin luz

Todos los días es lo mismo. Ya hasta es objeto de burlones comentarios y, quizás en lo más profundo de nuestro pensamiento colectivo, de una decepción y coraje dedicados a quienes idearon semejante absurdo. Cotidianamente, cuando no hay tema de conversación, los que pasamos por ahí vemos una gran pared blanca que esconde tras de sí una construcción inconclusa y las palabras no dan tregua alguna: “hasta parece que excarvan de día y rellenan el hueco de noche”, dicen algunos; “pero de seguro ya estará lista para el tricentenario”, aseguran otros más.

Se trata del monumento llamado Estela de Luz, ubicado en Paseo de la Reforma, a la altura de las Rejas de los Leones de Chapultepec, proyecto emblemático que daría cuenta del hoy olvidado bicentenario, pero cuya fecha de estreno (16 de septiembre de 2010) quedó como simple dato anecdótico. Su costo, que ascendió a mil 35 millones 880 mil pesos, dejó claro el despilfarro económico que hubo en pos de tan sonado festejo y que hoy día vive en el mejor de los olvidos.

¿Y qué hay del Coloso Bicentenario, aquel monigote de 20 metros con cara de nadie que desfiló para ser aplaudido y actualmente vive arrumbado en un patio de algún edificio de la SEP? ¿Qué pasó con el Parque Bicentenario que tuvo una inversión de mil millones de pesos y todavía está inconcluso? ¿O con los relojes de cuenta regresiva que costaron 11 millones de pesos y actualmente no funcionan más?

Sin embargo, y más allá de querer hacer de la fiesta un buen pretexto, la rendición de cuentas y la transparencia para tal evento resultan tan opacas como el agua de una alcantarilla. ¿Y todo para qué? ¿Cuál es la aportación cultural que nos ofrecen dichas obras? ¿Tanto dinero no hubiera servido mejor para programas sociales? Pero como el “hubiera” no existe, fuimos testigos del "colosal" gasto cuyo destino irremediable fue el cesto de basura. Lo que sí existe, y me apena decirlo, es la desmemoria mexicana.

En fin, que mientras en 2010 tuvimos el bicentenario hasta en la sopa, el presente año algunos diputados revisarán por qué no se han terminado las obras. ¿Se necesitará ser mago para saberlo? La respuesta ya la dio Esthela Damián, presidenta de la Comisión de Vigilancia de la Cámara de Diputados: “el bicentenaro fue la festividad de la corrupción”. ¿Así o más claro?

jueves, 17 de marzo de 2011

Lamborghini a la basura

Muchos sueñan con pasear en un lujoso auto deportivo, con el acelerador a fondo y la adrenalina de la velocidad a cuestas. ¿Qué tal correr a 250 km/h mientras escuchamos el rugido del motor a tope? Nada mal para algunos, aunque otros no comparten la misma idea, incluso teniendo el auto estacionado en su cochera.

En China, el dueño de un Laborghini Gallardo decidió sacarlo a las calles, pero no para presumirlo, sino para destruirlo. Y no es que el tipo se haya vuelto loco o estuviera bajo el efecto de hierbas exóticas, más bien lo hizo como protesta porque la concesionaria donde lo adquirió no le dio el servicio de mantenimiento que merecía el modelito, pues en noviembre pasado los mecánicos no pudieron repararle una falla e incluso le dañaron la defensa y el chasis; en vano fue hablar con los representantes de la marca, quienes hicieron mutis, y la mejor forma de resolver su bronca fue dándole en toda la torre al vehículo.

Para realizar el acto contrató a un grupo de obreros armados con picos y martillos y así, en cuestión de minutos, sus 562 caballos de fuerza quedaron reducidos a chatarra lista para venderse por kilo. Vaya forma de celebrar el Día Mundial de la Protección al Consumidor. Mejor lo hubiera exportado a México y vendido por partes o, mejor aún, hubiera hecho feliz a los amigos de lo ajeno con el simple hecho de dejarlo abierto, cerrar los ojos y contra hasta 10 para confirmar la eficacia de nuestro invaluable y exclusivo sistema de desaparición automotriz.

Y nosotros nos quejamos por las filas en la verificación, los trámites engorrosos y los continuos gasolinazos. Si aplicáramos la táctica de nuestro amigo chino, en México seguramente ya tendríamos el Apocalipsis vehicular a la vuelta de la esquina. Habría que inventar un seguro que cubra daños ocasionados voluntariamente por picos y martillos y luego ahorrar para comprar otro coche. ¡Qué drama automotriz!

¿Y si mejor viajamos en bicicleta?

lunes, 14 de febrero de 2011

¿Y quién diablos fue San Valentín?

Para beneplácito del algunos (sobre todo comerciantes y la industria hotelera express) y para indiferencia de otros, el calendario llegó puntual con su día 14 del segundo mes bajo el brazo. En lo personal soy partidario del segundo grupo, pues estoy convencido que en cuestiones sentimentales la creatividad y los detalles valen más que un signo de pesos; el resto es mera publicidad efectiva.

Mucho se pregona el día y el color rojo abunda por aquí y allá, sin embargo, hay quienes se dejan cautivar por la idea venida quién sabe de dónde y sin el menor indicio de por qué los globos, flores y peluches son el mejor pretexto para hoy. Pues bien, atendiendo un poco a la figura de San Valentín y al show que gira en torno a él, aquí la historia de tan afamado personaje.

Corría el año 270 en territorio romano cuando el emperador Claudio II prohibió a los jóvenes unirse en matrimonio porque, según decía, a la hora buena de echarle pleito a los enemigos en la guerra estarían pensando en sus familias y no precisamente en partirles su mandarina en gajos a los rivales. Entonces entró en escena un sacerdote llamado Valentín, a quien no le pareció el decreto y comenzó a casar parejas en secreto. Pero cual si fuera un gran chisme que cualquier lavadero envidiaría, el jefe romano se enteró y, tras arraigarlo 60 días en los oscuros sótanos del Coliseo para investigar su caso (versión extraoficial agregada por el autor de este blog), sentenció a muerte al “cupido moderno”.

Así pues, mientras el sacerdote pasaba sus últimas vacaciones todo-pagado en una celda y esperaba la hora final, Asterio, el carcelero, le presentó a su hija Julia (quien era invidente de nacimiento) para que el letrado Valentín la instruyera. No obstante, el encargado de vigilarlo lo ridiculizó y le dijo que si en verdad era muy ducho, le devolviera la vista a la niña. ¿Pues qué creen? Para su asombro, el milagro se hizo, aunque la cortesía de nuestro buen héroe no le bastó para salvarse de morir justamente en un 14 de febrero. Y antes de que el destino lo alcanzara, le escribió una última carta a su alumna, la cual firmó: “de tu Valentín”. Fin de su historia y principio de su legado.

Mal plan lo que le sucedió al tipo. Hasta por promover el amor puedes terminar ajusticiado. Como sea, tal vez fue lo mejor que le pudo haber sucedido, pues en tiempos modernos casar parejas en secreto ya no es tan secreto, así que Valentín sería un desempleado más en este país e incluso las cartas están casi extintas porque el e-mail les ha jugado una mala partida.

Total, que los restos de nuestro buen personaje están descansando en una ciudad italiana mientras varios siglos después las tiendas y gran parte de sus consumidores tal vez no estén enterados de su verdadero significado. Pero agradezcamos su contribución histórica, pues sin ella los cines y un sinfín de comercios pasarían un lunes sumamente aburrido. ¿Será que Valentín se equivocó de profesión y debió haber sido administrador de empresas? Quizás en vez de terminar en el patíbulo hubiera salido en la portada de la revista Forbes. Uno nunca sabe.

lunes, 17 de enero de 2011

La vacuna que derrotó a Moctezuma

Todos hemos sido sus clientes en algún momento y no existe ser humano en este planeta que no haya caído en sus indeseados dominios. La terminología médica dice que se trata de “cambios en las evacuaciones intestinales”, pero muchos sugieren nombres más comunes como corre-que-te-alcanza o la venganza de Moctezuma. La OMS le achaca 4 mil millones de casos anuales a nivel mundial y, en Latinoamérica y el Caribe, aproximadamente 77 mil niños menores de cinco años mueren por culpa de su presencia. Dolor, fiebre, náuseas, deshidratación y una tremenda urgencia por encontrar el baño más cercano… ¿le suena conocido?

Su nombre es diarrea y adquirirla es más sencillo que recitar la tabla del uno: basta con estacionarse en un puesto de comida en una avenida cualquiera (de preferencia lo más cercano a una coladera o basurero) y pedir una buena cantidad de tacos con contenido de dudosa procedencia; si le es posible, también evite lavarse las manos antes de saborear semejante manjar, espere un par de horas y su estómago le dará la respuesta. Personajes como “El paisa”, “Los compadres” y “El cuñado” saben mucho de este tema; pregúnteles y verá.

Pero dejemos de alarmarnos en grado sumo, pues hoy se dio a conocer que investigadores de la UNAM crearon una vacuna contra ese “chorro” de problemas que a muchos aqueja. Así, gracias a ella se podrá reducir la mortalidad causada por la bacteria que la provoca, principalmente en niños menores de cinco años y en turistas. Además tiene un punto a favor para quienes somos alérgicos a las inyecciones: su dosis se aplicará vía intranasal en versión gotas.

Dicha vacuna, desarrollada por científicos dirigidos por Yolanda López Vidal, de la Facultad de Medicina, es capaz de inmunizar a una gran cantidad de personas en poco tiempo con resultados muy positivos. México y Estados Unidos ya cuentan con su patente y se espera su próximo registro en Europa, Asia y Oceanía.

Sin embargo, y a pesar del avance científico que la institución universitaria presenta, no está de más recordar las medidas básica de higiene, sobre todo porque nuestro estómago no es invencible. Sabemos que nuestra gastronomía es única en el globo terráqueo, pero que la UNESCO la haya declarado patrimonio cultural intangible de la humanidad no significa que debamos echarnos cualquier porquería a la boca.

Sólo resta desear que las gotas nasales hagan su chamba debidamente y evitar con ello bastantes escenas bochornosas. Lo único lamentable es que el remedio haya tardado tanto tiempo en hacer su debut, pues hace algunos años, después de haberme ejecutado un par de molletes que sabían a gloria, hubiese dado lo que fuera por no visitar el baño 12 veces al día. De cualquier forma, se agradece a la UNAM por su invaluable aportación y, de puro gusto, voy por 10 tacos de tripa y cabeza para festejar.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...