viernes, 8 de julio de 2011

Capítulo 3. Cuando los límites se vuelven mentiras

“Las personas, al igual que las aves, son diferentes en su vuelo, pero iguales en su derecho a volar”

El 12 de septiembre de 2007 el termómetro estaba a la baja y mis piernas temblaban, quizás por la temperatura o tal vez porque se acercaba su primera prueba de 15 kilómetros. Atrás habían quedado los 5,000 metros y el salto a 10K; era momento de dar el siguiente paso y aquel Tune Up fue el mejor argumento para lograrlo.

Tenis blancos, pants azul, playera gris y a correr. El disparo de salida se escuchó puntual en medio del bosque de Chapultepec y más adelante, cuando el asfalto de Reforma recibió nuestros pasos, observé a una pareja que sostenía un cartel con dos palabras y un dibujo cuyo significado iba más allá de lo deportivo. Minutos más tarde, justo en la última recta del circuito, un par de corredores y yo teníamos las pulsaciones a tope y con palabras de aliento nos retamos a cerrar con todo; el objetivo se había cumplido.

Posteriormente, cuando tuve la medalla entre mis manos, me senté un momento sobre la banqueta y la observé mientras reflexionaba acerca de lo que había visto minutos antes. Para ser sincero, nunca había puesto atención en algunos detalles que suceden en las carreras y esa mañana fue la inauguración de mi asombro deportivo, pues a partir de entonces la palabra “límite” tomó un nuevo significado en mi diccionario personal.

Pretextos para no correr hay muchos, sin embargo, una discapacidad o enfermedad no lo son para algunas personas que se demuestran a sí mismas que tener diferentes cualidades a las del resto de los corredores no las hace distintas. Cuando cruzamos la línea de salida, todos perseguimos un objetivo, una meta, un sueño, y con el paso del tiempo y de los kilómetros supe que la voluntad puede más que dos piernas.

Con muletas, en sillas de ruedas o codo a codo con un guía que aporta sus ojos para seguir adelante… no importa cómo, lo verdaderamente valioso es por qué. Cada personas es un mundo, una historia, y a través de los kilómetros no he dejado de admirar a quienes van más allá de los límites que el destino les impone.

Aquella mañana, una mujer fue el vivo ejemplo de la fortaleza y tenacidad que puede vestir una persona. RUN ELY decía el cartel cuyas letras compartían espacio con un moño color rojo, y cada vez que veo mi medalla recuerdo ese momento. ¿Quién nos pone, pues, los límites de nuestros pasos? ¿Dónde está la frontera que divide una discapacidad o enfermedad de la voluntad misma? Ely me dio la respuesta. A ella el destino le ha dado una nueva oportunidad; a mí, una gran lección de vida.

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