lunes, 31 de diciembre de 2007

Run & Bike 2007

Último día del año. Recuerdos, melancolía... tanto que viene a la memoria en estos instantes y se quedará archivado con fecha de 2007.

Pues bien, estas líneas las dedicaré únicamente al ámbito deportivo, el cual tuve la fortuna de compartir con varios amigos. Y es que hoy pisé por última vez en este año un circuito de carreras y ese hecho me incitó a escribir en este espacio.

Nuevamente 10 kilómetros eran el objetivo, aunque la meta personal de acabar con ellos en 50 minutos quedó rebasada por una surgida en el instante del disparo de salida. Una compañera comenzaba su andar y, al tomar la delantera, en los primeros 100 metros le di alcance. Entonces comenzó el reto.

“Al diablo con los 50, habrá más carreras para lograrlos”, pensé. A veces uno se obsesiona tanto con los asuntos individuales que no deja cabida a otros compartidos que pueden llenarte mucho más como persona. Y no me equivoqué. Cruzar la meta juntos fue más gratificante que haber parado el cronómetro minutos antes, porque el gusto de saberte cómplice de algo que desprenda una sonrisa merece luchar por ello.

Hoy recordé esa lección y la sumo a otras más que este año deportivo me dejó: saber que, por muy lejana que parezca la meta, la preparación y la perseverancia te mantienen en la lucha; que a pesar de que los amigos se separen en el trayecto, al final sabemos que estarán esperando por ti, no importa cuánto tardes; que muchos, en el afán de la impaciencia, arrancan a grandes velocidades, pero en el camino los ves doblegarse; que la vida está hecha de pequeños retos, y en ellos puedes ganar o perder, pero jamás dejar vencerte de manera tan sencilla; y que el reconocimiento material se archiva en algún cajón, pero el instante preciso de un logro compartido se guarda en la memoria... ¿qué vale más entonces?

Sin temor a equivocarme, hoy puedo asegurar que algunos circuitos, un pants, una playera, un par de tenis y hasta una bicicleta me enseñaron más de lo que yo pensé algún día. Cinco o 32 kilómetros, da igual. Lo que he aprendido en esos andares es una analogía con la vida que he saboreado en cada metro recorrido y eso no me lo quita nadie. Levantarse temprano, muchas veces con el frío a cuestas y en fines de semana, vale mucho más que escuchar el despertador a las 10 de la mañana si de convivir con los amigos se trata. Viveros, CU, Cuemanco, Bosque de Tlalpan, ciclotones y la Avenida Insurgentes los revivo nuevamente en espera de ver llegar muchos más.

Otros retos ya están en mis planes, y el 2008 será testigo de esos logros (espero). Mientras tanto, agradezco a través de este medio a todos y cada uno de los que con su energía y constancia me permitieron ser parte de esos momentos que hoy viven en mi recuerdo (ustedes saben bien a quienes me refiero, con nombres y apellidos). Sigamos así no sólo en el año venidero, sino por mucho tiempo más... ¡Salud!

domingo, 23 de diciembre de 2007

Herencia 2mil7

Jamás pensé que un “te quiero” fuera tan doloroso, pero sucedió. Es bien sabido que muchos esperan con ansia el momento para decir esas palabras y el instante resulta memorable, sin embargo, para otros significa una despedida envuelta en el velo de la tristeza... así terminó octubre y comenzó este recuento del año que hoy agoniza.

¿Por dónde empezar? Existen muchos detalles que escapan a la memoria si de hablar de 365 días se trata, aunque me parece pertinente decir que sigo aquí, con la esperanza de muchas cosas y las consecuencias de otras tantas. Tengo pues un saldo positivo a pesar de todo, lo necesario para subsistir y lo fundamental para mantener algunos sueños vigentes.

Hace algunos días pensaba escribir aquello que creo haber logrado, pero hoy lo evitaré por temor a convertirme en números carentes de sentido. Mejor agradeceré por estar sentado aquí, frente al monitor escribiendo en el blog que, desde hace algunos meses, me ha permitido decir algunas cosas, aunque también he callado otras. Gané amigos y perdí a un ser querido; confié varias veces en la ciencia, pero también encontré algunos milagros en el camino; maduré más aunque tal vez perdí un poco de inocencia; y tuve la fortaleza para correr lo suficiente como para cansarme hasta de mí mismo y al día siguiente levantarme nuevamente.

Sí, en el 2007 mis propósitos se realizaron cabalmente, y no me refiero a algo material (que por supuesto puede tener su justificación), sino a aquellos que pocas veces se recuerdan y, sin embargo, muchos pueden cumplirse: una familia, amigos, personas nuevas, desvelos, amaneceres, detalles, gestos, palabras, silencios, instantes, sonrisas y hasta tristezas, pero sobre todo algo único... la ilusión de creer en un mañana.

Brindemos pues por otro ciclo que se cierra y nos deja, para bien o para mal, experiencias irrepetibles... 2008 será también una excepción en nuestras vidas, así que a vivirlo como se merece y yo me encargaré de escribir un poco en sus páginas. Nos leemos el próximo año.

martes, 18 de diciembre de 2007

Queridos Reyes Magos

Veintisiete años bien podrían ser el pretexto perfecto para evitar recurrir a ustedes en estas fechas. Ya saben, dirían que soy muy grande para creer en eso y además de todo los juguetes ya no van con mi estilo. Seamos sinceros, los carritos con los que solía jugar, ahora se han convertido en objetos de diversos tamaños que circulan por las calles llenándolas de histeria y contaminándolas por doquier. La bicicleta, de cualquier modo, me llena un poco más y de ella no hay queja hasta el momento. Ya tengo una, gracias.

Olvidemos pues los juguetes. Si alguna ración de todo lo que abarrota los centros comerciales me correspondiera, créanme, pueden dársela a los niños olvidados en algún rincón del país y del mundo para pintarles una sonrisa y les llene de esperanza al menos por un día. Tal vez lo necesiten más que ustedes y que yo.

Pero dejemos los rollos para otra ocasión. En vísperas de su reparto de regalos han de pensar que chutarse mi carta ha de ser casi una pérdida de tiempo y menos querrán darme algo. Les pido paciencia, por eso la envío con anticipación para que no se nieguen, al menos, a leerla.

Paso entonces a lo siguiente: ¿podrían hacer un breve (o mejor dicho, un amplio) ajuste en la programación televisiva? Para un simple mortal como yo, con escasos canales metidos en esa caja cuadrada, tragarme la industria chismográfica o los bombardeos del otro lado del mundo que me dan las buenas noches antes de dormir, me hacen refugiarme en cualquier rincón de mi cama por la necesidad imperiosa de sentir miedo ante tales cosas.

De la radio tengo menos queja. En todo caso les pediría dejarle las rolas ochenteras y noventeras, con las demás pueden hacer lo que quieran. Ah, y por favor saquen del cuadrante todos los programas que sólo tratan de barrabasadas en horarios que bien podrían rellenarse con asuntos más interesantes.

Invádanme de CD’s (cuando la economía lo pueda), ya saben, de los que me laten. Nunca dejen incurrir al cine en incidencias extrañas para evitar su clausura y regálenme, aunque sea directito de los estudios hollywoodenses, algún largometraje de terror que no pertenezca al apartado “churros de pacotilla”. También les pido seguridad en las dos ruedas que conduzco a altas velocidades y algún buen paisaje para mi lente fotográfica.

Dejen a mis piernas correr otros tantos kilómetros y que no me ataquen los calambres en el kilómetro uno. A mi familia y amigos tráiganles salud (física, no líquida... bueno, sí pero leve), y lo necesario para subsistir a gusto en este mundo medio caótico y medio placentero. Ellos sabrán cuál carril escogen.

Por cierto, ahora que recuerdo, hace un año por primera vez patiné sobre hielo. Me sentía como en el show de Disney presentado en el Auditorio Nacional. Y gracias a mi primo y su tarjeta de descuento al 2 x 1, un hueco hacía falta por llenar para cumplir con la promoción. Entonces ahí va Alejandro, con su paso de borracho paseándose por la pista y luciendo sus mejores acrobacias que por fortuna jamás terminaron en el suelo. Valga este pretexto para pedir unos patines, no para hielo (a menos que me guarde en el congelador un rato), con rueditas basta para aprender. Espero pronto darles batalla a mis primas que me rebasaban como Schumacher corriendo ante el peor novato del automovilismo. No importa que sean unos de $100 porque, créanme, volví a sentirme niño y eso... no tiene precio.

Y si de aquí al 5 de enero se me ocurre algo más, con toda confianza espero poder aumentar mis peticiones. Ojalá que mi carta por internet llegue debidamente y luego no le echen la culpa a la caída del Infinutum para no recibir mis regalos. Ah, y por favor, recuerden que me comí la sopa, hice mi tarea y, sobre todo, me porté muy bien.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...