viernes, 15 de febrero de 2008

10 minutos

Tengo 10 minutos para pensar en todo y nada.

Pienso en las lágrimas que llevé de copiloto rumbo a la universidad y en la salud de un ser querido que me mantiene preocupado.

Pienso en mi examen profesional y en la manera de sobrevivir para llegar de pie a él.

Pienso en las distracciones de mi trabajo que me tienen inconforme conmigo mismo, y en la manera de resolver una relación distante con alguien a quien de verdad quiero.

Pienso en San Valentín que vivió hace mucho tiempo, y que siglos después, me siento tan muerto como él.

Pienso en esta canción que me pide mentirle a mi corazón sin tener razón.

Me pregunto si todos los laberintos tienen salida.

Pienso en las tres horas que dormí hace una semana y en las 10 horas que dormí ayer.

Pienso en las pastillas de fluvoxamina que esperan ser ingeridas por dos semanas.

Escucho la misma canción y me recuerda que me estoy hundiendo en la oscuridad del mar.

Pienso en los fantasmas que habitan en mi cabeza y en mi debilidad para exorcizarlos.

Pienso en la manera de huir de mí mismo.

Pienso en los ánimos que me dan muchos amigos y en el eco de sus palabras que pretendo se quede en mí.

Pienso en las coartadas del destino que a veces lo toman a uno como pretexto para divertirse.

Pienso que Dios quiere jugar conmigo a las escondidas.

Pienso en la imperiosa necesidad de ya no querer pensar en nada.

Pienso…

lunes, 4 de febrero de 2008

Crazy little thing called love

“El amor es un invento publicitario”, leí en un cartel que anuncia el próximo estreno de una película mexicana, y que cae como anillo al dedo en víspera del famoso día de San Valentín. Aunado a ello, escuchaba hace un rato la canción de Queen que da título a este post y entretejí ideas para terminar aquí escribiendo.

Pues bien, en este instante mi memoria revive una anécdota sucedida hace casi 10 años en mi etapa puberta del bachillerato, cuando una amiga me rogó una hora para que le comprara un globo afuera de la escuela y yo jamás accedí a su petición. ¿Gandalla, mala onda o simplemente acertado al negarme al consumismo de la fecha? La cuestión es que me hizo gestos porque las demás sí tenían regalo y, de mi parte, no sería así (bonita forma de expresar el sentimiento). Al día siguiente ambos continuamos nuestra vida cotidiana y el globero nunca más se apareció por las aulas.

¿De qué se trata realmente la fecha entonces? Ya he visto anuncios, carteles y demás publicidad en los centros comerciales que invitan a decir “te quiero” con algo relacionado al signo de pesos (y mientras más alta la suma pagada, “mejor”). ¿Ese es el verdadero valor del día? Pues lamento decir que toda esta faramalla vestida de rojo no se asemeja en nada con el origen del día en el calendario.

Cuenta la historia que en Roma, allá por el año 270, el emperador Claudio II prohibió matrimoniarse a los jóvenes porque, según él, a la hora buena de los cocolazos en la guerra estarían pensando en su familia y no precisamente en darle en la torre al enemigo. Surge aquí la figura de un sacerdote llamado Valentín, a quien no le pareció el decreto y entonces comenzó a casar parejas en secreto. Pero cual si fuera chisme en programa televisivo, el jefe romano se enteró y sentenció a muerte al “cupido moderno”.

Encerrado el sacerdote, y mientras esperaba la hora final, Asterio, el carcelero, le presentó a su hija Julia (quien era invidente de nacimiento) para que el letrado Valentín le enseñara. No obstante, el encargado de vigilarlo lo ridiculizó y le dijo que si en verdad era muy ducho, le devolviera la vista a la niña… para su asombro, el milagro se hizo, aunque nuestro buen héroe no se salvó de morir justamente en un 14 de febrero. Y antes de que el destino lo alcanzara, le escribió una carta a su alumna, la cual firmó: “de tu Valentín”.

Ahora traslademos la historia al siglo XXI. ¿Vemos acaso que Valentín le regaló a Julia un CD con los éxitos del momento o un oso de peluche antes de pararse en el patíbulo? ¿O que su último deseo fue vestirse formalón, perfumarse, comprarle flores, una tarjeta e invitarla al cine? Más bien, según la analogía con lo realmente sucedido, las cartas serían lo más cercano al origen de la fecha. Pero qué flojera pensar en el ser amado para echarse un buen rollo verbal amoroso, si con una lana se resuelve el asunto. Además sólo es un día para derramar miel... ¿y al siguiente?

Total, que los restos de nuestro buen personaje están descansando en una ciudad italiana mientras varios siglos después las tiendas tal vez no estén enteradas ni de su verdadero legado. Ah pero eso sí, todos a vender y vender. Hoy eso de casarse en secreto ya no es tan secreto, así que Valentín sería un desempleado más en este país, incluso las cartas están casi extintas porque el e-mail les ha jugado una mala partida.

Pero tampoco podemos negar al amor como un pretexto más para negociar. Luego, a uno que le gusta decir cosas a través de la escritura lo tachan de arcaico y pasado de moda, pues consumir es lo de hoy. Entonces me pregunto: ¿por qué no consumir palabras, frases y secretos plasmados en un papel? No, qué aburrido, al diablo con la creatividad, mejor hay que ver la última película hollywoodense con la historia del “... y vivieron felices por siempre”, aunque ese “siempre” caduque en poco tiempo.

Un globo, un CD, un peluche, una tarjeta... qué más da, muchas veces se trata sólo de disfraces para exteriorizar un sentimiento, aunque interiormente esté plagado de un vacío que, sin saber la explicación, nos hace suspirar... ¡Ah, esa pequeña cosa loca llamada amor!

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...