domingo, 30 de septiembre de 2007

Somos los campeones

Freddie Mercury no ha muerto. Algunos dicen que su existencia terminó en 1991 pero hoy me resisto a creerlo. Al filo del mediodía, cual si fuera invocación para su espíritu musical, sonaron los acordes de una Rapsodia Bohemia que dejó perplejos a mis cinco sentidos ante tal interpretación orquestal. Y no podía ser para menos teniendo frente a cientos de espectadores a la Filarmónica de la UNAM que dejó escapar de sus partituras algunos recuerdos bajo una premisa llamada Queen.

Fueron ocho años de ausencia de aquel recinto universitario. Pasar junto a él una y otra vez me hacía recordar la deuda pendiente, sabía que mi regreso a sus butacas era inminente tras ese periodo de tiempo y hoy no hubo mejor excusa para hacerlo. Entonces el reloj se acercaba a las 12 horas y una escalera me condujo a aquella maravillosa vista panorámica de la sala Nezahualcóyotl que lucía repleta. El momento no podía ser mejor.

Y el repertorio comenzó. La acústica de la sala dejaba entrever cada sonido emanado de los instrumentos y era casi preciso aguantar el más mínimo aliento que pudiera interrumpir el andar de sus notas. Todos los sentidos estaban inundados de música, y los pies y manos parecían tener un tic nervioso que jugaba a la par de los acordes detenidos solamente cuando los aplausos del público no se hacían esperar al final de cada melodía.

I want to break free desempolvaba los recuerdos; We will rock you sacó a relucir las palmas de los presentes; Crazy little thing called love hizo moverse en sus asientos a más de uno; We are the champions, ¿qué decir de semejante rola?... era un ir y venir de interpretaciones que no dejaba lugar a dudas: Queen se escribe todavía con mayúscula.

Por otra parte, la dupla Poli-UNAM echó a tierra aquel pretexto de que ambas instituciones no pueden pararse juntas en un mismo sitio: coro y orquesta formaron un ensamble que ni mandado a hacer. Con ambas, la experiencia vivida me durará un buen rato.

No tengo más palabras. Con tales eventos a veces lo que se quiere expresar no surge de forma alguna. Me resta guardar en la memoria el programa fechado el domingo 30 de septiembre, y saber que cuando el reloj marcó las 2 de la tarde sólo pude pensar algo en voz baja: con este concierto, aunque sea por hoy... Somos los campeones.

jueves, 27 de septiembre de 2007

El arte del buen mentir

Tres amigos decidieron ir a la playa el fin de semana a pesar de que el lunes siguiente tenían un examen importante para decidir, en gran parte, su calificación final.

Uno de ellos, preocupado ante tal situación, les propuso a los demás posponer dicho viaje porque prefería dedicarle tiempo a estudiar.

—Le inventamos un pretexto al maestro, ya ven que es medio despistado —dijo uno.

—Sí, ¿recuerdan cuando sacamos el acordeón y no nos cachó?, ¿o qué tal cuando metimos entre sus papeles una tarea atrasada? Ni cuenta se dio —replicó el segundo.

—Ya sé, podemos llegar tarde y decirle que de regreso se le ponchó una llanta al coche y por ese incidente no llegamos a tiempo, que en domingo por la noche difícilmente se encuentra en servicio una vulcanizadora en la carretera y por eso nos retrasamos tanto. Ya verán que nos dará oportunidad de hacer el examen otro día —agregó otro.

Todos conformes con el plan, se divirtieron a más no poder. Ya de vuelta en la ciudad, y con el cansancio a cuestas, recordaron la mentira piadosa que dirían para lograr posponer el examen. Llegó entonces el lunes y se presentaron un poco tarde ante su maestro.

—Profesor, queremos pedirle atentamente un gran favor. Sabemos que usted es una persona flexible y atenderá nuestra solicitud. Fíjese que ayer por la noche veníamos de visitar a mi tía y en la carretera se nos ponchó una llanta del coche. Como el lugar más cercano para repararla estaba a 30 minutos de ahí pues tuvimos que regresarnos y por eso nos retrasamos más de lo debido. La verdad ya no pudimos llegar a tiempo para el examen y, como no queremos reprobar, sólo le pedimos hacerlo otro día, cuando usted nos diga.

Después de meditarlo un poco, el maestro accedió y sólo les puso una condición: que la prueba escrita la hicieran los alumnos en salones diferentes.

—¿Ven?, les dije que era fácil de convencer. Hoy sí estudiamos un rato y mañana pasamos el examen —asentó uno de ellos con tono de burla.

Llegado el día, cada alumno estaba en un salón distinto y frente a ellos, un papel tenía gran parte de su calificación final.

—Pues bien, como lo acordamos, hoy les haré la última prueba del año. Y por ser ustedes una excepción, hice unas modificaciones al formato del examen —dijo el profesor a cada uno. En sus manos tienen una hoja que contiene sólo dos preguntas y la regla es sencilla: la calificación que saquen aquí será la de su historial académico. Será sumamente fácil que aprueben con 10 porque dichas preguntas están regaladas, según mi punto de vista. Tienen tres minutos para resolverlo, no requieren de más. Así que adelante, el examen es todo suyo.

Los alumnos voltearon la hoja y la primera pregunta decía: “¿Con qué país colinda México al norte?”

—Uh, este maestro además de darnos más tiempo para estudiar, nos pone semejantes preguntas tan regaladas. Creo que esto será más fácil de lo que pensé —dijo uno de ellos.

—Ja, qué manera de tomarle el pelo al profe —dijo el segundo—, pospone nuestro examen y además de eso nos calificará con dos preguntas, por lo pronto la primera está facilísima.

—¡Estados Unidos!… qué bien, ya sólo me falta una pregunta para tener 10 —pensó el tercero.

... pregunta dos: “¿Cuál de las cuatro llantas se le ponchó al auto en su viaje de regreso el domingo?"...

Moralejas:

1. Para mentir, hay que poner especial atención en los detalles más insignificantes.

2. Hay personas que sólo esperan una oportunidad para joderte, y lo hacen de la manera que menos esperas.

3. Que le hayas visto la cara de tonto a alguien por mucho tiempo no significa que se la verás toda la vida.

4. “Dos (tres, cuatro) cabezas piensan mejor que una”… no siempre aplica.

5. Decirse enfermo es el pretexto universalmente aceptado, ¿por qué cambiar cuando siempre ha funcionado? (lo malo es pretender que sea epidemia).

6. Si tienes un examen final nunca estudies una noche antes, el conocimiento no llega por ósmosis.

7. La próxima vez que planees algo con tus cuates, no entrometas escuela, trabajo, noviazgos o matrimonios... seguro algo fallará.

martes, 25 de septiembre de 2007

Drama social de moda

Oliviero Toscano hizo nuevamente de las suyas. El fotógrafo italiano se dio a la tarea de mostrar sin tapujos el tema de la anorexia femenina, y lo hizo exhibiendo en vallas publicitarias a una mujer desnuda que padece este mal. No menos se podía esperar del hombre de la lente si revisamos su historial de Benetton que le ha valido una lista de críticas por la crudeza en algunas de sus imágenes. Lo rescatable en este caso, según mi punto de vista, es el hecho de colocarlas en las calles y causar ruido respecto al tema.

Isabelle Caro, joven francesa cuyo peso corporal apenas llega a los 31 kilos, es la “modelo” de Toscano utilizada para abrir los ojos de forma directa frente al problema social que padecen muchas mujeres no sólo en Europa sino en todo el mundo. Su valor reside en querer mostrarse sin miedo y así evitar que otras más sean presa de la misma trampa. Ojalá lo logre.

Y más allá de conflictos personales que arrastren a alguien a terminar en ese problema, valga en este espacio mi crítica a aquella publicidad que vende aspiraciones fuera de contexto. Por ejemplo, hoy veía un catálogo de una tienda departamental donde se ofertaban las prendas de la temporada otoño-invierno. Sí, muy guapas las modelos y con ropa que las hacía lucir extraordinarias, ¿pero dónde queda la realidad de la mayoría de las mujeres cuya complexión no les permite adquirir una blusa o un pantalón así? Para un sector de la sociedad, sobre todo adolescentes y jóvenes, las marcas son una referencia y con base en ellas adquieren un estilo de vida, y a veces llegar a él significa someterse a dietas mágicas, ejercicios, cremas, aparatos y demás… algunas no dudan en sacrificar cualquier cosa con tal de lograrlo.

La publicidad tiene algo de promesas y algo de aspiraciones, cierto, pero a veces es avasalladora en sus objetivos porque en ellos suele olvidar un hecho primario que debería defender: la salud humana. Pasarelas y concursos de moda muchas veces van en detrimento de la realidad y hacen que algunas mentes pierdan esa noción. Un comercial o una revista en manos de una adolescente puede ser el detonante de un mal que se experimenta en soledad.

Y finalmente, sólo como curiosidad te pregunto a ti que lees este post: ¿cuántos comerciales con mujeres mexicanas has visto en tu vida y que hayan llamado la atención en el ámbito internacional?, ¿cuántos espectaculares con las mismas características recuerdas?, ¿apoco no es más fácil toparse con modelos extranjeras que llenan espacios vendiendo deseos donde muchas no tienen cabida pero que anhelan fervientemente?

Estas palabras son también para las mujeres que sufren en silencio, en algún rincón de su habitación a la medianoche o a quienes el espejo les juega una trampa cada vez que lo miran a los ojos. Su realidad puede transformarse para bien y así evitar ser parte de las estadísticas. Y para los que hacen (o lleguemos a hacer) publicidad, ojalá que la conciencia social no nos abandone al momento de elaborar un anuncio, ya demasiado tenemos con los males a nuestro alrededor como para seguirle echando leña al fuego.

sábado, 22 de septiembre de 2007

¿Ole?

Año 2007. Tenemos tecnología de punta: celulares, videojuegos, autos y computadoras. Existen aviones que nos ponen al otro lado del mundo en cuestión de horas. A estas alturas, una película completita cabe en un disco de 11.5 centímetros de diámetro y podemos meter 450 canciones en el mismo espacio. Hasta se presume que el hombre puede ir de paseo más allá de las fronteras terrestres.

Todo parece maravilloso. Puedo tener dos o tres novias por internet y aumentar la cifra según mis aptitudes cibernéticas. La ciencia y la medicina avanzan a pasos agigantados con el correr de los años, no se diga las artes y el deporte. Pero como en todo bello cuento, el lado negativo aparece... ya decía yo que no podía ser todo color de rosa.

Comienzo pues el debate en torno al tema. Yo, desde ahora, fijo mi postura: repudio por completo las corridas de toros. Jamás he ido a una, y tampoco me interesa. He visto por televisión la manera en que el público se alborota cuando el animal cae muerto ante los pies del torero. ¿Y cuál es el chiste? ¿Demostrar valentía ante un ser vivo que no tiene el mismo desarrollo intelectual que nosotros? Valdría más mantener una familia o educar debidamente a los hijos, diría yo.

Mis ojos repasaban hoy unos videos donde los cuernos terminaban ensartados en algunos cuerpos humanos y todo mundo se angustiaba ante tal acontecimiento. Luego iban otros más en su auxilio a salvarlo de semejante apuro y el susodicho salía todo quebrado en medio de un mar de aplausos. Yo me he lesionado dos veces por practicar deporte y nadie fue para ponerse de pie y reconocer mi esforzada participación en la cancha, tal vez porque en lugar de tener enfrente a un toro de 2 toneladas, tenía a un portero de 60 kilos, y éste no poseía cuernos sino un par de guantes medio desgastados.

Y nos jactamos de ser civilizados. La idea nacida en España y que tomó tintes modernos en el siglo XVIII ha heredado cruentas batallas entre un animal de cuatro patas y otro de dos, donde, si el primero muere, qué a todo dar, y si la parca recoge al segundo, ay pobrecito. La tortura disfrazada de espectáculo público es algo inconcebible desde mi perspectiva. He visto tambalearse a un animal mientras escupe sangre a borbotones con banderillas clavadas en su cuerpo y una espada ensartada, porque ya no le queda ni la voluntad de huir de ese lugar, y el acto es "sublime". Ah pero eso sí, dramático resulta cuando el torero vuela por los aires y lo rematan con unos pisotones en el suelo... por favor, es como querer andar de rodillas en el periférico esperando acabar sin un solo rasguño.

Entonces si hablamos de tradición, ¿por qué no llevar al estadio Azteca espectáculos donde algunas personas se metan a la cancha en compañía de tigres, elefantes y jirafas, para ver quien sale vivo? Digo, si era común en el Coliseo de Roma heredemos pues esos eventos.

Me pregunto dos cosas: ¿cuál ha sido el delito de los toros para que sean sentenciados a morir de tal forma?, y lo que me tiene más preocupado, ¿qué motiva a alguien a ponerse frente a miles de kilos movidos por cuatro patas y con dos cuernotes para “ganarse el respeto” de la multitud? Si se trata de jugarse la vida, probemos lanzarnos de un edificio o cruzar una vía cuando pasa el tren.

Esto debe tener raíces rituales, algo genético o qué sé yo, pero si la evolución ha servido para algo, quiero creer que no es sólo para mantenernos de pie y caminar derechos. Hay cosas por las cuales aún me siento tan primitivo pero bien podríamos vestirlas “de luces”.

Y hablando de salir en hombros, vino a mi mente aquella anécdota en la cual el exceso de tequilas me hizo acabar en tales condiciones ante una multitud, y esa ocasión ni capote ni espada llevaba... ¡qué bueno que tampoco había toro!

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Kilómetros de vida

La oscuridad continuaba y el frío prevalecía. Dos mil personas, tal vez un poco más, nos reunimos con el mismo objetivo que instantes más tarde sería cumplido. El reto personal, 15 kilómetros, significaba una barrera por vencer y la mentalidad estaba dominada por ese deseo. Entonces la hora llegó y nos abrimos paso a través del asfalto en la ruta señalada.

Kilómetro uno: el cuerpo comenzaba a acondicionarse para el esfuerzo a realizar. Kilómetro dos: permanecía en el paisaje el bosque de Chapultepec. Kilómetro tres: “ni te quejes que faltan 12”, pensé. Kilómetro cuatro: las piernas empezaron a responder según lo planeado. Kilómetro cinco: la avenida Reforma nos dio la bienvenida e invitaba a recorrer su tramo correspondiente. Kilómetro seis: el sudor, consecuencia del calor, venció a la baja temperatura del ambiente. Kilómetro siete: observé algo muy especial que llamó mi atención y por un momento desvió mi concentración…

RUN ELY decía aquel cartel sostenido por manos de un hombre acompañado por su esposa, según deduje. Se trataba de una pareja que, como muchas más, sacrificaba unas horas de sueño para ir a apoyar a algún familiar o amigo que corre en esas competencias. Sin duda resulta motivante ver a personas conocidas, e incluso desconocidas, aplaudir y alentar a los participantes para llegar la meta, ¿qué mejor manera de comenzar un domingo familiar?

Pues bien, Ely contó esa mañana con el apoyo de sus familiares y de esas seis letras plasmadas en una cartulina blanca. Sin embargo, lo que hizo desconectarme un momento de mi ritmo de competencia fue el dibujo que se mostraba junto al breve texto: un moño de color rojo.

De inmediato giré la cabeza en ambos sentidos para ver si acaso entre los cientos de corredores podía conocer de vista a Ely. Tenía curiosidad de ver a aquella mujer que, a pesar de su enfermedad simbolizada en esa cartulina, poseía no sólo las agallas de correr sino también la fuerza para sobreponerse a su situación y participar en el evento. Sin duda, un ejemplo humano digno de admirar y que rebasa cualquier deseo de llegar primero a la meta. Cuando te sabes en manos del destino por alguna causa que quisieras fuera ajena a tu persona, unos no pasarían de la queja y la frustración, pero otros rompen con ese esquema y van más allá de quedarse en cama o atormentarse por lo irremediable.

Kilómetro ocho o nueve: no detuve demasiado mi marcha y entonces continuó la suma de distancia. Atrás quedó la pareja que apoyaba a Ely y nunca supe quién era ella. Minutos después, la meta llegó y en mi mente quedó una duda: ¿habrá terminado la carrera? Tal vez no importaba, lo realmente especial era saber que existen personas con esas ganas de vivir y las demuestran. Más allá de una medalla conmemorativa que a todo corredor se le cuelga en el cuello al finalizar, a Ely sin duda la vida ya le ha dado su reconocimiento.

Una enfermedad en ocasiones es el pretexto perfecto para dejar de lado algunas actividades, pero otros más la toman como un reto para demostrarse a sí mismos —y a los demás— que la voluntad vale más que cualquier adversidad. El deporte da sorpresas y la vida también. Aquel domingo ambas se conjugaron, y seguramente más de uno fuimos testigos de lo especial que es una competidora, no por su padecimiento sino por lo que realmente vale como persona… correr por la vida es lo que hacemos a diario y aquella mañana alguien me hizo recordar esa lección.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Estrellitis

El mundo de los espectáculos nunca ha sido de mi total agrado: que si la mosca parada en la cabeza de Luismi, el embarazo de no sé quién, si se le vio en un restaurante con fulano...

Cuando era niño soñaba con ser famoso, cantante, artista o algo semejante, pero ahora las ganas me han bajado de intensidad al saber de programas y “periodistas” que, con tal de obtener su nota, se meten hasta en el baño del sujeto en discordia. Ya me imagino la primera plana de una revista gritando mi romance con la Tigresa, o que la Pau me invitó a una party en su yate, o sea, ¡mega fashion!

Hoy, estando en mis cinco sentidos, ya no me veo con los pies postrados en ese mundo. Prefiero ver de lejecitos a quienes se suben a un escenario y admirar a alguien cuyo trabajo sea decente, al menos, para tildarlo de artista. Sin embargo, esta tarde vi algo que realmente me puso a pensar. Lo descubrí al ver el video donde reapareció la tan sonada y casi colapsada Britney Spears. La verdad no me viene a la cabeza algún adjetivo para nombrar su situación, y no me refiero a sus escándalos personales porque finalmente cada quien hace con su vida lo que le da la gana, sino más bien al mundo existente detrás de ella.

Comprobado está que le llegó la fama por donde menos la esperaba y ¡zas!, la caída después fue brutal. Recuerdo haber visto a esa colegiala inocente bailar y cantar letras simplonas pero eficientes para la mercadotecnia que se movía a la par de su cadera. No importaba lo que emanara de su linda boca, bastaba un rostro bello, un cuerpo con medidas precisas y una actitud puberta para destilar hormonas. Ya luego vino aquello de salir a escena creyendo ser domadora de serpientes enroscadas en el cuello, y posteriormente lo máximo en su carrera: el maravillosamente asqueroso beso con Madonna.

Buenos tiempos aquellos para la chava, pero el dinero, las parrandas, las “buenas” amistades y un par de acostones con sus respectivas consecuencias le dieron en la torre. Reitero que me importa un comino su vida porque seguramente de igual forma le ha de importar la mía, lo feo del caso es la genial idea para querer revivirla (“artísticamente” hablando) cuando apenas y se puede mantener en pie.

¿A quién le urgiría mandar al escenario a una mujer fuera de ritmo presumiendo sus kilitos de más, y encima de todo hacer creer al público que en esa situación podía cantar? Si planearon eso como un empujoncito a su carrera, más bien creo que el resultado fue un tremendo sentón.

Si fue plan publicitario, definitivamente está reprobado el autor de semejante acto, a menos que hubiera fumado de la buena. Se veía que de la jarra con sus cuates se fue a actuar porque esa coreografía ni mi abuelita se la cree. Yo bailé mejor en segundo de primaria una rola de Cri-Cri y ni las gracias me dieron por aquel impresionante papelón. Ahora sí ni las luces y un pelotón de bailarines le ayudaron a la pobre.

Decepcionante desde luego, pero peor tantito la estrategia de volverla a aventar a la fama de esa manera. No es necesario analizar profundamente el asunto para darse cuenta de que primero se debería poner orden en su vida —si quiere—, porque tal vez ya le gustaron las parrandas y así es feliz, para luego proponerle el retorno a su lugar musical (si aún lo conserva).

En sus inicios, la mercadotecnia vio en ella una mina de oro y hoy se está tronando los dedos. ¿Cómo reposicionar a la Britney de antaño? Eso sí es un reto a la creatividad, porque lo que una vez fue Baby, one more time, hoy es un Baby one more try.

jueves, 6 de septiembre de 2007

¿Para qué estudiar?

Eran las ocho de la noche y yo, con unas ganas angustiantes de escribir algo, no tenía ni idea de cómo empezar. Ningún tema asaltaba mi cabeza y los minutos pasaban, así que eché un vistazo a un diario electrónico y entre tantas noticias una me provocó risa, pero luego me hizo analizar el asunto.

No le haré comercial al producto, sólo diré que era una guía de estudio para presentar el examen de ingreso a la universidad. ¿Y cuál es lo extraño en ello si hasta yo en mis tiempos de pubertad tuve una? Pues simple y llanamente que está resuelta.

¿Maravilloso? ¿Innovador? ¿Deslumbrante? Todo lo contrario diría yo, porque promueve un producto que, dicho en palabras de los mismos emisores-vendedores, terminará con esos días de estarse quemando las pestañas en la biblioteca o de la frustración al saberse rechazado por la institución universitaria a la cual se aspira.

Publicitariamente hablando, la página web tiene el coco wash que todo producto debe llevar consigo para atraer al posible comprador: ventajas del mismo, testimoniales y la garantía de su efectividad. Pero lo alarmante es que, paradójicamente al esfuerzo que significa dar un paso así, promueve el no-estudio. Me explico: explícitamente indica que no es necesario aplicarse durante varias semanas para conocer los diversos temas, basta con repasar la guía una noche antes del examen y listo, como por arte de magia el aspirante entrará a las aulas. Seguro, como si fuera tan sencillo chutarse las 580 páginas en word de semejante mamotreto electrónico. Sólo con leer la cifra ya me dio flojera y, seamos sinceros, si en un mes a veces medio se estudia una guía, en una noche por supuesto que será bien fácil estudiar y sobre todo aprenderse temas de matemáticas, inglés, física, química, biología y demás.

Yo recuerdo que para entrar a la prepa mi guía tenía hasta atrás el apartado de respuestas. Era como una tomada de pelo pensar que, estando en la edad del relajo y teniendo a unas cuantas páginas el asunto resuelto, iba a estar día y noche estudiando. Más fácil no podía ser. Era casi como tener el examen contestado. ¿Por qué entonces no ahorrarse semejante protocolo y permitir a todo aquel poseedor del librito mágico entrar automáticamente a la universidad? Ya quisiera yo tener esa dichosa guía para mi examen profesional y así dejo de preocuparme tanto. Me voy de vacaciones un mes y una noche antes del majestuoso evento, de regreso en el autobús, le echo una leidita al manual y ya está... ajá.

Imagino la vida así: el artista que minutos antes monta su recital y le sale a la perfección; los maestros de la música ofreciendo conciertos cuando leyeron sus partituras previo a la hora del evento; el abogado defensor del acusado con argumentos sacados de la chistera antes de entrar a la sala; o aquel deportista que se prepara para su competencia al llegar a la pista. Hasta dónde hemos llegado. Y pensar que así se pretende elevar el nivel de la educación. Más bien será el fomento a la flojera, aunque a muy bajo costo. ¿No tendrán algo así para resolver mis problemas? Solicito pues “El manualito de último momento”.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...