La oscuridad continuaba y el frío prevalecía. Dos mil personas, tal vez un poco más, nos reunimos con el mismo objetivo que instantes más tarde sería cumplido. El reto personal, 15 kilómetros, significaba una barrera por vencer y la mentalidad estaba dominada por ese deseo. Entonces la hora llegó y nos abrimos paso a través del asfalto en la ruta señalada.
Kilómetro uno: el cuerpo comenzaba a acondicionarse para el esfuerzo a realizar. Kilómetro dos: permanecía en el paisaje el bosque de Chapultepec. Kilómetro tres: “ni te quejes que faltan 12”, pensé. Kilómetro cuatro: las piernas empezaron a responder según lo planeado. Kilómetro cinco: la avenida Reforma nos dio la bienvenida e invitaba a recorrer su tramo correspondiente. Kilómetro seis: el sudor, consecuencia del calor, venció a la baja temperatura del ambiente. Kilómetro siete: observé algo muy especial que llamó mi atención y por un momento desvió mi concentración…
RUN ELY decía aquel cartel sostenido por manos de un hombre acompañado por su esposa, según deduje. Se trataba de una pareja que, como muchas más, sacrificaba unas horas de sueño para ir a apoyar a algún familiar o amigo que corre en esas competencias. Sin duda resulta motivante ver a personas conocidas, e incluso desconocidas, aplaudir y alentar a los participantes para llegar la meta, ¿qué mejor manera de comenzar un domingo familiar?
Pues bien, Ely contó esa mañana con el apoyo de sus familiares y de esas seis letras plasmadas en una cartulina blanca. Sin embargo, lo que hizo desconectarme un momento de mi ritmo de competencia fue el dibujo que se mostraba junto al breve texto: un moño de color rojo.
De inmediato giré la cabeza en ambos sentidos para ver si acaso entre los cientos de corredores podía conocer de vista a Ely. Tenía curiosidad de ver a aquella mujer que, a pesar de su enfermedad simbolizada en esa cartulina, poseía no sólo las agallas de correr sino también la fuerza para sobreponerse a su situación y participar en el evento. Sin duda, un ejemplo humano digno de admirar y que rebasa cualquier deseo de llegar primero a la meta. Cuando te sabes en manos del destino por alguna causa que quisieras fuera ajena a tu persona, unos no pasarían de la queja y la frustración, pero otros rompen con ese esquema y van más allá de quedarse en cama o atormentarse por lo irremediable.
Kilómetro ocho o nueve: no detuve demasiado mi marcha y entonces continuó la suma de distancia. Atrás quedó la pareja que apoyaba a Ely y nunca supe quién era ella. Minutos después, la meta llegó y en mi mente quedó una duda: ¿habrá terminado la carrera? Tal vez no importaba, lo realmente especial era saber que existen personas con esas ganas de vivir y las demuestran. Más allá de una medalla conmemorativa que a todo corredor se le cuelga en el cuello al finalizar, a Ely sin duda la vida ya le ha dado su reconocimiento.
Una enfermedad en ocasiones es el pretexto perfecto para dejar de lado algunas actividades, pero otros más la toman como un reto para demostrarse a sí mismos —y a los demás— que la voluntad vale más que cualquier adversidad. El deporte da sorpresas y la vida también. Aquel domingo ambas se conjugaron, y seguramente más de uno fuimos testigos de lo especial que es una competidora, no por su padecimiento sino por lo que realmente vale como persona… correr por la vida es lo que hacemos a diario y aquella mañana alguien me hizo recordar esa lección.
Kilómetro uno: el cuerpo comenzaba a acondicionarse para el esfuerzo a realizar. Kilómetro dos: permanecía en el paisaje el bosque de Chapultepec. Kilómetro tres: “ni te quejes que faltan 12”, pensé. Kilómetro cuatro: las piernas empezaron a responder según lo planeado. Kilómetro cinco: la avenida Reforma nos dio la bienvenida e invitaba a recorrer su tramo correspondiente. Kilómetro seis: el sudor, consecuencia del calor, venció a la baja temperatura del ambiente. Kilómetro siete: observé algo muy especial que llamó mi atención y por un momento desvió mi concentración…
RUN ELY decía aquel cartel sostenido por manos de un hombre acompañado por su esposa, según deduje. Se trataba de una pareja que, como muchas más, sacrificaba unas horas de sueño para ir a apoyar a algún familiar o amigo que corre en esas competencias. Sin duda resulta motivante ver a personas conocidas, e incluso desconocidas, aplaudir y alentar a los participantes para llegar la meta, ¿qué mejor manera de comenzar un domingo familiar?
Pues bien, Ely contó esa mañana con el apoyo de sus familiares y de esas seis letras plasmadas en una cartulina blanca. Sin embargo, lo que hizo desconectarme un momento de mi ritmo de competencia fue el dibujo que se mostraba junto al breve texto: un moño de color rojo.
De inmediato giré la cabeza en ambos sentidos para ver si acaso entre los cientos de corredores podía conocer de vista a Ely. Tenía curiosidad de ver a aquella mujer que, a pesar de su enfermedad simbolizada en esa cartulina, poseía no sólo las agallas de correr sino también la fuerza para sobreponerse a su situación y participar en el evento. Sin duda, un ejemplo humano digno de admirar y que rebasa cualquier deseo de llegar primero a la meta. Cuando te sabes en manos del destino por alguna causa que quisieras fuera ajena a tu persona, unos no pasarían de la queja y la frustración, pero otros rompen con ese esquema y van más allá de quedarse en cama o atormentarse por lo irremediable.
Kilómetro ocho o nueve: no detuve demasiado mi marcha y entonces continuó la suma de distancia. Atrás quedó la pareja que apoyaba a Ely y nunca supe quién era ella. Minutos después, la meta llegó y en mi mente quedó una duda: ¿habrá terminado la carrera? Tal vez no importaba, lo realmente especial era saber que existen personas con esas ganas de vivir y las demuestran. Más allá de una medalla conmemorativa que a todo corredor se le cuelga en el cuello al finalizar, a Ely sin duda la vida ya le ha dado su reconocimiento.
Una enfermedad en ocasiones es el pretexto perfecto para dejar de lado algunas actividades, pero otros más la toman como un reto para demostrarse a sí mismos —y a los demás— que la voluntad vale más que cualquier adversidad. El deporte da sorpresas y la vida también. Aquel domingo ambas se conjugaron, y seguramente más de uno fuimos testigos de lo especial que es una competidora, no por su padecimiento sino por lo que realmente vale como persona… correr por la vida es lo que hacemos a diario y aquella mañana alguien me hizo recordar esa lección.
Tus palabras hacen reflexionar en detalles que a simple vista parecen sin importancia. el arte de saber correr en esta vida es disfrutarla y encontrar en ella el valor de cada momento.
ResponderEliminarQue bonito es poder leer a personas como vos que puden ver la belleza de las cosas simples.