domingo, 26 de diciembre de 2010

2010 historias personales

Hoy, mientras los kilómetros de carretera se inundaban de paisajes, mi memoria hacía un recuento de los momentos vividos durante el año que agoniza y no tuve más remedio que terminar escribiendo algunos de ellos. Siete horas no bastan para recordarlos todos, pero bien vale la pena hacer el intento, y aunque una hoja es apenas el mínimo necesario, aquí va un breve repaso de lo acontecido en 2010.

Llené mi anecdotario deportivo con un sinfín de pasajes: me caí de la bicicleta a 5 km/h y me reí como loco yo solo, pues nadie estuvo presente para compartir mi hazaña; pisé nuevos territorios invadidos por imponente naturaleza; estuve a punto de la hipotermia por mover las piernas a un grado centígrado a las 5:30 am, pero el disfraz esquimal entró al quite; conocí personas poseedoras de interminables cualidades, todas ellas vestidas con un atuendo deportivo que me enseñó mucho más de lo que pude imaginar un día; sumé dos kilos más de medallas, pero nada comparado con el número de amigos que gané a través de las pistas; y, sin duda la mejor experiencia, haber terminado mi primer maratón con la fuerza suficiente para sonreír en la foto de la meta (mis premios: el uso del elevador por tres días, una uña desprendida de su lugar, el orgullo instalado en las nubes y la promesa de volver a repetirlo).

En el ámbito personal, algunos me dieron la espalda y les agradezco por ello, pues gracias a su fino detalle pude navegar a la deriva y enfrentarme a mí mismo. Sus acciones hicieron que el futuro se me cayera a pedazos, pero afortunadamente tuve la paciencia para poder armar nuevamente el rompecabezas. Hoy les notifico que ya viven acompañados por el mejor de mis olvidos; del resto se encargará la vida misma.

También llegué al tercer piso de edad y me congratulo de haberlo hecho, quizás, en un momento muy especial, pues fue justamente en noviembre cuando apareció un destello de luz en medio de la oscuridad. Gracias a quienes compartieron conmigo mis “veinti-diez”.

Mención especial merecen los seres queridos que partieron de esta vida, pero que sin duda viven eternamente en mi recuerdo; ellos estarán incluidos no solo en este recuento sino en el resto de los años venideros.

Y, como en toda buena trama, lo mejor queda para el final de la historia: mi familia. A toda ella le debo mucho más de lo que puedo describir con palabras, pues fue mi principal motor para salir adelante cuando el abismo frente a mí presumía ser bastante profundo. A mis padres y mi hermano por convertirse en los autores intelectuales y materiales de todo cuanto en mi persona ocurrió. Siempre han estado en los momentos buenos y malos; jamás me cansaré de decirles GRACIAS… saben que cuentan con este sujeto que a veces le da por escribir y otras tantas por no dejar de correr.

Así pues, las siete horas de regreso a casa transcurrieron sin mayor contratiempo y la cita con este blog era necesaria. La navidad quedó atrás y restan solo algunas horas de este 2010 que se va y deja una herencia única en mi vida. Dicen que “año nuevo, vida nueva”, pero yo puedo presumir de haber renacido antes que el calendario se agote. Resta vivir, aprender y mejorar, porque hacia atrás… ni para tomar impulso. Nos vemos, y leemos, en 2011.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Anochecer universitario

Hoy decidí apoderarme del carril derecho: trote ligero, movimientos cadenciosos y la convicción de disfrutar nuevamente cada kilómetro recorrido en territorio universitario. Para comenzar, un túnel sinuoso nos dio la bienvenida a la pista que tapizamos de color azul, y el señor Mercury se encargó de ponerle adrenalina a nuestras piernas. A continuación, un disparo acompañado de fuegos artificiales puso en marcha el cronómetro y miles de pasos ansiosos comenzaron su andar; entonces la noche tomó un nuevo significado.

A un costado, cientos de personas en las tribunas mezclaban gritos de apoyo con aplausos, mientras el estadio esperaba nuestro regreso. La salida no tuvo mayor contratiempo y muy pronto nos vimos cobijados por el frío que para nadie fue pretexto. Los primeros mil metros fueron superados y a lo lejos se observaba una oleada de corredores atacando la subida inaugural de la ruta. Comenzaba la montaña rusa de asfalto que invitaba a recorrer sus veredas.

Por momentos olvidé todo cuanto he aprendido de técnicas para correr, pues mis brazos se movían a la par de los acordes musicales en mis oídos, mis piernas se abalanzaban en coordinación con el ritmo que marcaba Billy Joel, y la respiración era dictada por las letras puestas en mi boca. Recordé entonces que este deporte es capaz no solo de enfrentarnos a nosotros mismos en momentos extremos, sino también de regalarnos el placer de divertirnos como lo hace un niño.

Y así, con el cronómetro escondido bajo la manga para no darle importancia, los kilómetros anunciados con luces rojas avanzaron uno a uno. Más adelante tocó el turno de atestiguar la presencia de valores únicos vestidos con playeras corredoras: el compañerismo que nuestras mascotas nos regalan sin condición alguna, el apoyo familiar proveniente de una voz infantil que grita ¡vamos!, y la entereza de personas con capacidades distintas que se rehúsan a ver pasar la vida y deciden formar parte de ella. Esos detalles no se incluyen en los paquetes de las carreras, pero sin duda valen más que el precio pagado para participar en ellas.

Seis, siete, ocho kilómetros se escaparon y, con el cielo como techo iluminado por algunas estrellas, la última gran subida nos puso a todos a sudar; se anunciaba el fin del viaje. El estadio nuevamente nos recibió entre sus brazos para darnos la despedida y el saludo de compañeros puso broche de oro a la clausura, por este año, del circuito universitario: ahí donde se escribieron viejas glorias y se tejen nuevas ilusiones.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...