miércoles, 17 de septiembre de 2008

¡Vivan los héroes que nos dieron... ¿libertad?

La noche del 15 de septiembre de este año fue para mí una más. No me puse tremenda guarapeta con el tequila, tampoco escuché al mariachi hasta las tres de la mañana para luego archivarlo el resto del año, y mucho menos desempolvé el sombrerote con el objetivo de portarlo en mi cabeza con su típica leyenda: “Viva México cab…”. Y no es que el sentimiento patriótico se haya esfumado de mi persona, pero después de escuchar el grito desde Palacio Nacional, creí que aquellos personajes a quienes responsabilizamos de darnos patria y libertad sin duda regresarían a sus tumbas ante la situación prevaleciente en el país.

¿Libertad? ¿Qué es eso? La palabra no existe más luego que en Morelia un festejo público familiar se tiñó de rojo y, lo peor del caso, tomando como pretexto a la sociedad civil. Qué bajo hemos caído. El caos ya nos está ganando la partida y el paquete resulta bastante grande para las autoridades. Lástima que en un país como México el escenario se torne así.

Comienzo a perder las esperanzas y creo que este mal nos come día con día. Miles marchan vestidos de blanco, cientos encienden veladoras con la fe puesta ante todo, otros más se llenan la boca de discursos y varios claman por sus familiares secuestrados… ¿y dónde están las respuestas? ¿Esa es la libertad tan vitoreada un 15 de septiembre?

Todavía hace un par de años pensaba que la situación del país podía mejorar, al menos en lo mínimo necesario para no ver manchadas de sangre las páginas de los diarios y evitar que mis primos, menores de edad, se sentaran a comer en la mesa acompañados de los noticiarios con sus ejecuciones del día.

Antes era optimista, hoy seré realista. Estoy convencido que las autoridades son sólo un títere más en esta puesta en escena bastante grotesca y fuera de control, así que confiaré más en la gente de buena voluntad que en aquellos que echan su mejor verbo ante las cámaras sin saber siquiera por dónde comenzar a accionar.

Ejemplos en los cuales la sociedad civil es un mero y vulgar argumento para acabar con vidas inocentes tenemos de sobra: en España los atentados con coches-bomba suelen dar la nota roja de vez en cuando; las Torres Gemelas en Estados Unidos sucumbieron en manos de intereses ajenos a los ciudadanos; y hoy, en México, parece que alguien se está contagiando de semejante epidemia y desea hacer sus pininos terroristas con un par de granadas arrojadas en una plaza cívica (paradójicamente ubicada a tres cuadras de la casa natal de José María Morelos). Triste realidad. Si eso es el primer mundo, renuncio a él.

Entonces, ¿que vivan los héroes que nos dieron patria y libertad? Mejor no, porque seguramente más de uno se volvería a morir al ver que México no es ni siquiera un mínimo porcentaje de lo que ellos tenían planeado. Un país dividido por colores partidistas e intereses personales nos ha dejado esto como consecuencia, y ahora, como siempre, a buscar criminales en vez de evitar su formación.

¿Hasta cuándo?

martes, 9 de septiembre de 2008

Sospechosismo olímpico

Más de una vez he pensado que el peor enemigo de un mexicano es otro mexicano, y hoy, lamentablemente, creo haber confirmado mi teoría: luego de que el taekwondoín Guillermo Pérez acabó con la anemia dorada que México padecía en el medallero olímpico, ahora el presidente de ese deporte en territorio tricolor declaró que se invirtió un millón de pesos para “convencer” a los jueces de hacerlo subir a lo más alto del podium.

¿Envidia o coraje? La verdad me resulta de lo más bajo acusar a alguien de esa manera cuando fuimos testigos de cómo el muchacho se partía el alma a base de aguantar golpes y patadas para darle un mínimo gusto a sus paisanos muy lejos de su tierra natal, para que otro, desde su escritorio y cruzado de brazos, invente tales afirmaciones. Seguramente el señor ya conoce los terrenos corruptos de su medio y cree que todos son de la misma especie, desafortunadamente para su causa no es así. ¿Se sabrá el programa de entrenamientos para llegar a ese nivel? ¿Conocerá la rutina de un deportista olímpico y los sacrificios que se hacen para poner los pies en esos territorios? A mí se me hace que no.

Pero claro, algunos de pantalón largo, camisa y corbata ven que alguien sobresale en el deporte y ya quieren acaparar la atención y sacar de la chistera pretextos para hacer quedar mal, justamente, con quien ahora deberían quedar mejor.

En fin, a algunos no les toca —y nunca debería tocarles— ni un gramo de polvo de esa medalla que con justicia se colgó Guillermo. Además yo no me le ponía al brinco porque no vaya a pasar lo del cubano que repartió candela por una decisión errónea de los jueces, según él.

Y ya que andamos con esto de las “mordidas” y los millones de pesos, ¿no sería mejor aplicarlo con la selección de futbol? Si es el deporte que más dinero deja en México, un chequecito firmado con varios ceros entregado por debajo del agua a los árbitros no estaría mal para verlos “ganar” por lo menos una Copa América, total, para los federativos sería un pellizquito económico en ese rubro.

¿Verdad que en ocasiones no es muy agradable soltarle la correa a la lengua? Insisto, el anti-doping debería ir más allá de los terrenos deportivos, ahí seguramente encuentran más tela de donde cortar.

Imperfección matemática

Tres amigos pasaron un fin de semana fuera de la ciudad y decidieron hospedarse en un hotel para su breve estancia.

—El costo por habitación es de 30 pesos —les indicó el gerente.

—De acuerdo, nos toca de 10 pesos por persona —dijo uno de ellos.

Firmada la reservación, subieron por el ascensor a su cuarto. Minutos después, el gerente vio que la habitación que les había dado tenía un precio menor, exactamente de 25 pesos.

—Por favor ve con ellos y regrésales los 5 pesos sobrantes —le pidió a su empleado.

El joven, mientras iba en el elevador, pensó:

—Les diré que el costo de su hospedaje es de 27 pesos, así les regreso sólo 3 y yo me quedo con 2, al fin que el gerente no se enterará.

Al llegar, tocó la puerta y uno de los muchachos salió a recibirlo:

—Qué tal —dijo el empleado del hotel—, vengo de parte del gerente, quien me pidió regresarles 3 pesos, ya que el precio de esta habitación es de 27 y no de 30 como originalmente les cobró.

Dicho lo anterior, los tres amigos concluyeron que en vez de tocarles pagar 10 pesos por persona, la cifra real que puso cada uno a causa de los 3 pesos devueltos fue de 9 pesos (lo que da una suma de 27), más 2 que el empleado se guardó sin decirles, da un total de $29... ¿Dónde quedó el peso restante?

jueves, 4 de septiembre de 2008

Cuente hasta 10

Una mañana cualquiera de jueves. Me desprendo las cobijas, visito la regadera, ingiero la dosis recomendada de cereales y salgo con el mejor de los pretextos laborales.

Vehículo en marcha. La luz verde en el semáforo me hace pisar el acelerador cuando frente a mí, a escasos 10 centímetros, se atraviesa un taxista que se pasó el alto en pleno crucero. Le hago un gesto y murmullo algunas maldiciones. Mi papá, desde el lugar del copiloto, me pregunta para qué me pongo en ese plan, si sabemos de antemano que muchos amigos del volante son de esa estirpe. “Por gente como esa es que estamos jodidos”, le contesto. Supuse que su silencio como respuesta me dio la razón.

Minutos después, el GPS mental me conduce al trabajo. Al llegar, reviso mis bolsillos y nada, verifico en cuanta bolsa tiene la mochila que pende de mi hombro y tampoco… entonces la puerta, postrada frente a mí, se burla ingratamente: había olvidado la llave para entrar a la oficina. Aquellos minutos que gané para llegar temprano, ahora los perdería de regreso a casa por el trozo metálico con dientes que ayer se quedó escondido en algún rincón de mi chamarra.

De regreso, lo que faltaba: periférico con su interminable fila de autos y ahí, a 15 metros sobre mi costado derecho, un par de uniformados persigue a algunos chavos cuyo delito ignoro aunque tampoco me interesa. Se escuchan balazos, dos para ser exactos, y el mismo número de sujetos huye de los policías mientras uno de ellos es asegurado y amablemente subido a una patrulla. “¿Podrían apuntar lejos de aquí?”, casi les grito, no es opción ser blanco de alguna bala perdida porque tengo bastante trabajo y mucho me temo que llegaré tarde por mi pequeño descuido.

Avanzan los vehículos. Llego a casa y en el clóset esculco las bolsas de la prenda que resguardó indebidamente la susodicha llave. Invoco el espíritu de Schumacher y ahí voy de nuevo, con el acelerador a fondo pero… momento. Bajo un poco la mirada y frente a mis ojos, una aguja se muestra débil: media reserva de gasolina me implora se le abastezca cuanto antes.

Próxima escala: gasolinera. ¡Con lo que significan cinco minutos en este preciso instante! Delante de mí, otro taxista —para variar— se detiene un momento y comienza a observar, una por una, cuál será la bomba donde entrará para darle de beber a su vehículo. “Pareces niño en panadería que no sabe si elegir dona, concha o bolillo”, pensé. Entonces lo rebaso y me reclama mediante el claxon y una mirada amenazante de telenovela… ya no entiendo a esta gente.

Bomba dos, sí. Es un Chevy y lo despachan rápido. El uniformado café saca la manguera del auto pero habla mucho con el conductor quien resultó ser su amigo. Se saludan, platican y el empleado se recarga en la unidad motora para continuar su charla. ¡Muy bien Alejandro, has elegido la “bomba de los compadres” en la hora feliz! Suena la reversa y me mudo con la vecina. Se escucha el glu, glu, glu y el tapón clausura la toma completa. Hora de partir. Primera, segunda, tercera… curvas, topes, puentes, vía rápida… direccionales, freno, acelerador.

Diez minutos, poco menos. Récord personal. Me estaciono. Creo que tengo mareo estomacal, el excusado me lo confirma. No importa. Llegué de pie al escritorio y suena el teléfono. Una voz relajada del otro lado de la línea inaugura mi día laboral mientras pienso en un delicioso coctel de Dalay con dos cucharadas de Pepto y electrolitos orales. Lástima, ninguno de los tres ingredientes los tengo a la mano.

¿Y si mejor cuento hasta 10, otra vez?

martes, 2 de septiembre de 2008

Loco

Fue tan tremenda la secuela
De aquel golpazo en la escuela
Que te mandó a otro mundo
Cambió tu vida en un segundo
Justo a la hora del recreo
Lo que siguió fueron todos hospitales
Especialistas en deficiencias mentales
Metiendo cubos en triángulos
Buscándole al círculo ángulos
Y te diagnosticaron locura
Te abandonó tu padre y tu madre y hasta el maldito apellido aquel
Te abandonó la comadre y el compadre de tus padres
Y hasta el tío Ismael
El amor apagó el foco
¿A quién le interesa un loco?
Excepto al mismo loco aquel

¿Dónde esta el manicomio para Dios?
Ahí adentro o aquí afuera
¿Dónde se han fraguado las matanzas?
Ahí adentro o aquí afuera
Regálame un poquito
Un poquito de locura
Que me ando fijando mucho en la marca de mi pantalón

¿Se te apagó la luz o la encontraste?
¿Se te zafó un tornillo o lo apretaste?
¿Cuál es la dimensión de la locura?
Si es más cuerdo el que piensa o el que mira la luna
Si es más cuerdo el que piensa o el que mira la luna
Te agarraste de una nube y te escapaste
Al primer planeta que encontraste
Y sin darte cuenta te salvaste
De todas las cosas que dejaste
De la geometría, de la geografía, de la economía
De todo este mundo y sus cursilerías
De estar a la moda, de ser una escoba, de una novia boba
Y hasta de una posible boda

¿Se te apagó la luz o la encontraste?
¿Se te zafó un tornillo o lo apretaste?
¿Cuál es la dimensión de la locura?
Si es más cuerdo el que piensa o el que mira la luna
Si es más cuerdo el que piensa o el que mira la luna
Ricardo Arjona

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...