La noche del 15 de septiembre de este año fue para mí una más. No me puse tremenda guarapeta con el tequila, tampoco escuché al mariachi hasta las tres de la mañana para luego archivarlo el resto del año, y mucho menos desempolvé el sombrerote con el objetivo de portarlo en mi cabeza con su típica leyenda: “Viva México cab…”. Y no es que el sentimiento patriótico se haya esfumado de mi persona, pero después de escuchar el grito desde Palacio Nacional, creí que aquellos personajes a quienes responsabilizamos de darnos patria y libertad sin duda regresarían a sus tumbas ante la situación prevaleciente en el país.
¿Libertad? ¿Qué es eso? La palabra no existe más luego que en Morelia un festejo público familiar se tiñó de rojo y, lo peor del caso, tomando como pretexto a la sociedad civil. Qué bajo hemos caído. El caos ya nos está ganando la partida y el paquete resulta bastante grande para las autoridades. Lástima que en un país como México el escenario se torne así.
Comienzo a perder las esperanzas y creo que este mal nos come día con día. Miles marchan vestidos de blanco, cientos encienden veladoras con la fe puesta ante todo, otros más se llenan la boca de discursos y varios claman por sus familiares secuestrados… ¿y dónde están las respuestas? ¿Esa es la libertad tan vitoreada un 15 de septiembre?
Todavía hace un par de años pensaba que la situación del país podía mejorar, al menos en lo mínimo necesario para no ver manchadas de sangre las páginas de los diarios y evitar que mis primos, menores de edad, se sentaran a comer en la mesa acompañados de los noticiarios con sus ejecuciones del día.
Antes era optimista, hoy seré realista. Estoy convencido que las autoridades son sólo un títere más en esta puesta en escena bastante grotesca y fuera de control, así que confiaré más en la gente de buena voluntad que en aquellos que echan su mejor verbo ante las cámaras sin saber siquiera por dónde comenzar a accionar.
Ejemplos en los cuales la sociedad civil es un mero y vulgar argumento para acabar con vidas inocentes tenemos de sobra: en España los atentados con coches-bomba suelen dar la nota roja de vez en cuando; las Torres Gemelas en Estados Unidos sucumbieron en manos de intereses ajenos a los ciudadanos; y hoy, en México, parece que alguien se está contagiando de semejante epidemia y desea hacer sus pininos terroristas con un par de granadas arrojadas en una plaza cívica (paradójicamente ubicada a tres cuadras de la casa natal de José María Morelos). Triste realidad. Si eso es el primer mundo, renuncio a él.
Entonces, ¿que vivan los héroes que nos dieron patria y libertad? Mejor no, porque seguramente más de uno se volvería a morir al ver que México no es ni siquiera un mínimo porcentaje de lo que ellos tenían planeado. Un país dividido por colores partidistas e intereses personales nos ha dejado esto como consecuencia, y ahora, como siempre, a buscar criminales en vez de evitar su formación.
¿Hasta cuándo?
¿Libertad? ¿Qué es eso? La palabra no existe más luego que en Morelia un festejo público familiar se tiñó de rojo y, lo peor del caso, tomando como pretexto a la sociedad civil. Qué bajo hemos caído. El caos ya nos está ganando la partida y el paquete resulta bastante grande para las autoridades. Lástima que en un país como México el escenario se torne así.
Comienzo a perder las esperanzas y creo que este mal nos come día con día. Miles marchan vestidos de blanco, cientos encienden veladoras con la fe puesta ante todo, otros más se llenan la boca de discursos y varios claman por sus familiares secuestrados… ¿y dónde están las respuestas? ¿Esa es la libertad tan vitoreada un 15 de septiembre?
Todavía hace un par de años pensaba que la situación del país podía mejorar, al menos en lo mínimo necesario para no ver manchadas de sangre las páginas de los diarios y evitar que mis primos, menores de edad, se sentaran a comer en la mesa acompañados de los noticiarios con sus ejecuciones del día.
Antes era optimista, hoy seré realista. Estoy convencido que las autoridades son sólo un títere más en esta puesta en escena bastante grotesca y fuera de control, así que confiaré más en la gente de buena voluntad que en aquellos que echan su mejor verbo ante las cámaras sin saber siquiera por dónde comenzar a accionar.
Ejemplos en los cuales la sociedad civil es un mero y vulgar argumento para acabar con vidas inocentes tenemos de sobra: en España los atentados con coches-bomba suelen dar la nota roja de vez en cuando; las Torres Gemelas en Estados Unidos sucumbieron en manos de intereses ajenos a los ciudadanos; y hoy, en México, parece que alguien se está contagiando de semejante epidemia y desea hacer sus pininos terroristas con un par de granadas arrojadas en una plaza cívica (paradójicamente ubicada a tres cuadras de la casa natal de José María Morelos). Triste realidad. Si eso es el primer mundo, renuncio a él.
Entonces, ¿que vivan los héroes que nos dieron patria y libertad? Mejor no, porque seguramente más de uno se volvería a morir al ver que México no es ni siquiera un mínimo porcentaje de lo que ellos tenían planeado. Un país dividido por colores partidistas e intereses personales nos ha dejado esto como consecuencia, y ahora, como siempre, a buscar criminales en vez de evitar su formación.
¿Hasta cuándo?
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