lunes, 24 de marzo de 2014

El deporte de las patadas... y la violencia



La primera vez que fui a un estadio de futbol, allá por la década de los 80, pude presenciar un juego épico en el Azteca entre dos equipos que disputaban un pase a la final. Recuerdo que, luego de constantes emociones, el tiempo reglamentario se extinguió y la fase de penales decidió el boleto a favor de mi oncena favorita; unos días después llegó el ansiado título a las vitrinas y yo no cabía de júbilo.

Eran los tiempos del verdadero amor a la playera y la identidad con tu equipo, cuando en la primaria escogías llamarte como tu jugador preferido y el destino de tu escuadra en el recreo se definía bajo el contundente argumento del “gol gana”. Inocencia de la buena para practicar ese deporte. Pero los años pasan y por más que uno quiere mantener ese toque romántico de lo que solía ser el futbol, resulta imposible aferrarse a los días de antaño.

Actualmente, el deporte nacional por excelencia en el país es más un acto de pena que de gloria: sistema de competencia, paradójicamente, anticompetitivo; el hambre de los federativos por llenarse los bolsillos a costa de la verdadera esencia de esta actividad y, lo peor, la poca o nula seguridad que tiene la gente al acudir a ver miserias en el rectángulo verde.

Al respecto, la nota del fin de semana, por desgracia, fue la golpiza a los policías en las tribunas del Estadio Jalisco. Vaya forma de mostrar el apoyo hacia su equipo. Luego no se quejen de que las gradas luzcan vacías y las familias no acudan por temor a que salgan ya no por su propio pie, sino en ambulancia. Nomás con ver a los uniformados bañados en sangre y a los otros presumiendo su numerito en las redes sociales da miedo regresar a un campo futbolero.

¿Qué le pasó al balompié mexicano? ¿En qué parte del camino los grupos vandálicos lo secuestraron? ¿Por qué el empeño de querer convertirlo en un ring de lucha como sucede en otros países? ¿Apoco la clausura del estadio lo arreglará todo?

Las autoridades tienen mucha tarea por hacer y más vale que empiecen desde ahorita antes de que el espectáculo se convierta en desgracia. Identificar plenamente a los integrantes de los grupos de apoyo, desintegrar a las barras y dejar un buen rato en la cárcel a los desastrosos sería un buen comienzo. Si acaso les importan sus intereses económicos (puesto que lo deportivo se lo pasan por el arco del triunfo), es momento de actuar o se les caerá el teatrito.

Quiero pensar que lo acontecido moverá un poco la conciencia y servirá para tomar cartas en el asunto. Aunque mi afición al futbol ha venido a menos de un tiempo a la fecha, eso no quita que haya personas a quienes les mueve la ilusión de ir a un estadio a divertirse un poco. Si los directivos permanecen ciegos ante el hecho de que son ellas quienes les llenan sus arcas de dinero, que vayan preparando su paracaídas porque de a poco se están acercando al borde del abismo.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...