viernes, 7 de noviembre de 2008

Día cero

Veo lo que creo ver y no veo más
De lo que pueda contar no recuerdo nada
No hay necesidad de hablarlo más

Creo creer, temo temer que esto es verdad
La vida se nubló en su totalidad
Estoy perdido
Y no sé mirar lo que dejé allá atrás

En ese camino largo
Que un día me vio caminar
Nació esta ciega herida
Que borró hoy día mi ayer

Personas extrañas hablan de quién fui
Pretenden darme valor sin que sepa nada
No hay necesidad ni siquiera
De llorar por estar así
Mi amnesia me dice absolutamente nada más
Que esa sensación de ansiedad

En ese camino largo
Que un día me vio caminar
Quemé una biografía
Y soplé cenizas del ayer
No intenten enseñarme quién me quiso
Y a quién debo amar
Comienza el día cero
Y mañana su continuidad

Y soplé cenizas del ayer
Y soplé cenizas de mi ayer
No intenten enseñarme
Quién me quiso
Y a quién debo amar
Quién me quiso
Y a quién debo amar

La Ley

100 a los 28

Hoy tengo dos motivos para escribir. El primero de ellos, literario, responde a que el presente post es el número 100 del blog nacido hace casi un año y medio; la segunda razón, personal, es para evidenciar que justamente hoy el calendario me ha favorecido al regalarme 365 días más de vida.

Mucho puedo decir acerca de este espacio donde miles de letras han brotado, consecuencia de una inspiración de la que aún me pregunto por su origen. Hoy sólo sé que formar palabras para darles cierto sentido se ha convertido en una necesidad y el blog funciona para experimentar con ello. El coctel de elementos que lo conforman (llámense risas, llanto, desvelos, ironía, música, poesía y un pequeño gran etcétera) me hacen pensar que bien ha valido la pena fijar la vista en el monitor y los dedos en el teclado, pues al menos este ejercicio me ha ahorrado una buena lana en terapias psicológicas.

No me pondré nostálgico ni pasearé por la alfombra roja para luego recibir un premio al más puro estilo telenovelero por haber llegado hasta aquí, sin embargo, me siento afortunado al decir que los personajes involucrados en esta trama literaria —me incluyo en ellos—, voluntaria o involuntariamente, han ayudado a entretejer historias que hoy recuento con una sonrisa reflejada en los labios.

Si hace dos años alguien me hubiera dicho que yo sería el autor de tanto rollo, mi respuesta habría sido que era más fácil ser astronauta y viajar a la luna con cinco pesos… afortunadamente la equivocación me hubiera golpeado. Hoy día no sé hasta dónde llegaré con este blog. Tal vez las musas en algún momento agoten sus palabras y deseen suicidarse antes que darme más argumentos, o quizás muestren un mínimo interés para seguirme alimentando. Ojalá sea lo segundo.

¿Cuál ha sido mi post favorito? Ni yo tengo la respuesta. Tal vez todos, quizás ninguno, o puede ser el que aún no escribo. Aquí no se trata de elección sino de regalarme el gusto de hacer algo que me inyecta una dosis de emoción y compartirlo con los demás. En un día como hoy sin duda éste es uno de mis mejores regalos.

Finalmente, sólo quiero agradecer a las palabras y a aquellos que me han motivado a escribirlas, ante su ausencia seguramente hubiese dedicado mi tiempo a otra cosa con resultado menos positivo. Por los que estuvieron en ellas, los que todavía están y los que estarán, puedo asegurarles que aquí seguiré dando lata con mis letras...

lunes, 3 de noviembre de 2008

A lo lejos

Alquilé una dosis de alzheimer por cuatro días y me subí a este autobús. Cinco horas me separan de la lejanía donde pretendo exorcizar la rutina urbana, allá donde la prisa corre muy despacio y el andar cotidiano se refugia en el olvido.

A través de la ventana avanzan los kilómetros a la par de los paisajes, y cuando el reloj cumple su cometido, desciendo para reencontrarme con esta tierra que a menudo visualizo en mis recuerdos. Entonces me interno en el poblado y respiro un aire diferente. Pátzcuaro me recibe entre sus brazos.

El jueves se esfuma en medio de un atardecer exacto y la noche llega plena entre luces de faroles. En la esquina de Lloreda y Ahumada me atrinchero en el silencio y espero ver llegar un nuevo amanecer...

Cuando el frío me cobija y el sol se asoma tímido comienzo mi andar y, luego de dar gusto al paladar, observo la imponente vista desde lo alto de las Yácatas. Estoy parado aquí, donde el imperio purépecha tuvo su máximo esplendor en manos de Tata Vasco y sus pobladores, y hoy, después de siglos de historia, soy testigo de la grandeza de su territorio que llena mis pupilas y vacía mis ganas de irme. Hoy fue Quiroga y Tzintzuntzan, mañana Janitzio me espera...

El rumbo es la isla. Día limpio, vista perfecta; no puedo pedir más. Las plazas y los lugareños comienzan a prepararse para recibir la Noche de Muertos que está más viva que nunca. El ambiente se transforma. Al caer la noche, un manto estelar nos cubre y el motor de la embarcación se escucha. Miles van y vienen. En lo alto, el monumento a Morelos pasa la noche más decepcionante del año al verse rodeada de turistas que poco saben de la tradición y hacen del alcohol su mejor pretexto. Nada ha cambiado desde hace años. ¿Autoridades? Sobra preguntar por ellas. La justificación económica pone de rodillas a la tradición y los nativos pagan el alto precio de ver comercializada su identidad y su fe. Abajo, el cementerio se tiñe de color anaranjado y las llamas iluminan el regreso de los muertos a este mundo. La madrugada exige descanso. Entre las veredas isleñas me abro paso y el inminente regreso llega...

La dosis de alzheimer alquilada agoniza. Seis horas me llevan de vuelta al lugar de origen de esta historia y el mismo número de párrafos me es insuficiente para atestiguar todo lo vivido en territorio michoacano. Se fue el Día de Muertos y aquí los vivos continuamos.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...