viernes, 24 de junio de 2011

Capítulo 1. Génesis de un corredor.

A los 25 años de edad muchos mortales que practicamos algún deporte creemos fervientemente ser la reencarnación de Superman. Mi caso no fue la excepción, pues cualquier actividad que involucrara elevación de pulsaciones veía mi nombre en primera fila: futbol, ciclismo, correr, natación y lo que se pusiera enfrente.

Perseguía el balón como si de ello dependiera mi vida, de la bicicleta no me bajaba hasta que mi espalda baja pidiera clemencia, cuando corría machacaba mis rodillas a alta velocidad en bajadas de asfalto y en la alberca me detenía únicamente cuando un calambre se veía cercano. Desde luego, poco o nada sabía de cuestiones técnicas, entrenamientos controlados, nutrición o lo mínimo necesario para evitar lo que llegaría un poco después. Entonces al Superman que se pensaba invencible se le rompería no solo la capa, sino también algo que le dolería un poco más.

Una noche, al regresar de patear balones, una molestia que parecía de rutina se convirtió en la peor lesión que se había instalado en mi cuerpo. Ni el hielo ni las pomadas mágicas surtieron efecto. Por primera y única vez obtuve el récord de levantarme de la cama en 10 minutos y casi con la ayuda de una grúa. Esas horas las dormí sentado y cuando el sol asomó sus primeros rayos la visita al médico fue más que necesaria.

La radiografía fue contundente: desviación de columna dos grados. Nada que fuera extremo (comparado con otros casos del mismo consultorio), pero lo suficiente para recetarme tres meses de inactividad y dos más de rehabilitación. Adiós al deporte por un buen rato y al sujeto que solía volverse loco cuando se enfundaba en short y tenis.

Entonces tuve que armarme de paciencia y aprender a escuchar a mi cuerpo. Los días parecían tener más de 24 horas ante el poco movimiento que debía realizar y al ver a alguien practicar deporte me lamentaba por no poder estar en sus pies. Pero pasé la etapa crítica y cuando comencé nuevamente a retomar el paso reflexioné acerca de ese momento y lo que en adelante debía y quería hacer.

Así llegó el cuarto mes y la natación se volvió parte fundamental de mi recuperación. Para el quinto, cuando la alta médica fue la mejor noticia, la indicación fue muy clara: olvidar deportes de contacto (a menos que fuera una “cascarita” entre amigos) y dedicar mis pasos a algo donde yo mismo fuera mi único y mejor indicador para seguir o detenerme.

Y entonces, cuando comencé a retomar la confianza, una mañana caminando en el Bosque de Tlalpan recibí un folleto que anunciaba una carrera de 5 kilómetros. Me pareció un buen pretexto y decidí inscribirme. Y lo confieso: un mar de dudas me tomaron por asalto, pero de una u otra forma debía hacerle caso a ese instinto deportivo que estaba lacerado.

Un mes después, el 1 de octubre de 2006, supe que existía un lugar llamado Circuito Gandhi y justo en esa línea de salida, quizás sin saberlo, empezaría una nueva historia.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...