sábado, 18 de julio de 2020

La culpa es del gobierno


Y de los ciudadanos, por supuesto. Pero titulé este texto basado en la creencia de un gran número de personas, porque siempre es más fácil culpar al ajeno que aceptar la responsabilidad propia.

El coronavirus ya provocó fracturas a nivel social, personal y hasta psicológico, y es aquí donde la delgada línea se vuelve casi invisible entre las decisiones gubernamentales que afectan lo social y las acciones individuales que repercuten en más de uno.

¿Entonces a quién debemos cargarles las cifras de contagios y muertes? Debemos irnos por mitades, yo digo, en justa proporción: 50 % le toca a las autoridades y 50 % a nosotros.

Para arrancar el debate, partamos de una idea simple ya confirmada: el actual virus es nuevo en el mundo y como tal, cada día se conocen nuevos detalles a la par de la cifra que aumenta en varios países, entre ellos, principal y desafortunadamente, México.

Entonces la pedrada inicial va para el gobierno, pues de sobra conocemos sus formas de enfrentar la epidemia y al mismo tiempo de exhibir sus carencias ante dicha situación. La fuerza de contagio moral, las imágenes milagrosas, como anillo al dedo, el minimizar la enfermedad y tomarla a la ligera en sus inicios fueron acciones que hoy tienen minada la credibilidad puesta en ellos.

El subsecretario se aventuró a pronosticar números, fechas y simplemente ha fallado; el presidente lo contradice en sus acciones y el rumbo no se vislumbra claro. No hay curva aplanada y hasta el uso del cubrebocas los ha puesto en una encrucijada: López Obrador jamás lo utiliza (excepto si va a Estados Unidos porque ahí no se andan con jaladas) y sigue jugándole al vivo. Si a él le pasa algo, como sea, pero desafortunadamente, queramos o no, todavía es imagen pública de autoridad y ejemplo para muchos. ¿Entonces por qué hacer caso a los demás, si el señor líder y mesías no lo hace?  

Están viendo y no ven. Y aquí es donde va la segunda pedrada: jodidos estamos por la ignorancia y valemadrismo que nos arropa como sociedad que extravió la empatía hace rato. Quienes salen por algo necesario no me dejarán mentir: ahí va por la calle la señora con sus hijos pequeños, papaloteando libremente sin cubrebocas y haciéndola de blanco para el bicho en turno; quienes aseguran que medir la temperatura mata neuronas (cuando sus argumentos evidencian que ya no tienen); el que viaja en el transporte público sin la menor precaución; el pelmazo organizador de fiestas o el que berrea porque nunca respetó las medidas pero llevó a su familiar enfermo al hospital y reclama: “lo traje bien y aquí lo mataron”. ¿Neta? Si estaba bien, ¿entonces para qué carajos lo trajo?

Así como exigimos a las autoridades porque es nuestro derecho, también estamos obligados a participar como ciudadanos. Si en ponerte un cubrebocas ocupas 10 segundos, ¿cuál es tu pretexto? Si puedes lavarte las manos y llevar siempre un frasco de gel, ¿qué te cuesta? Esta situación mundial debe hacernos modificar nuestras acciones y darnos un golpe de conciencia histórico que muchos todavía no captan.

La terquedad es un don estúpido que favorece a muchos, pero que también chinga a otros. ¿De qué lado estás tú?

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...