Y de los ciudadanos, por supuesto. Pero titulé
este texto basado en la creencia de un gran número de personas, porque siempre
es más fácil culpar al ajeno que aceptar la responsabilidad propia.
El coronavirus ya provocó fracturas a nivel social,
personal y hasta psicológico, y es aquí donde la delgada línea se vuelve casi
invisible entre las decisiones gubernamentales que afectan lo social y las
acciones individuales que repercuten en más de uno.
¿Entonces a quién debemos cargarles las cifras de
contagios y muertes? Debemos irnos por mitades, yo digo, en justa proporción:
50 % le toca a las autoridades y 50 % a nosotros.
Para arrancar el debate, partamos de una idea
simple ya confirmada: el actual virus es nuevo en el mundo y como tal, cada día
se conocen nuevos detalles a la par de la cifra que aumenta en varios países,
entre ellos, principal y desafortunadamente, México.
Entonces la pedrada inicial va para el gobierno,
pues de sobra conocemos sus formas de enfrentar la epidemia y al mismo tiempo
de exhibir sus carencias ante dicha situación. La fuerza de contagio moral, las
imágenes milagrosas, como anillo al dedo, el minimizar la enfermedad y tomarla
a la ligera en sus inicios fueron acciones que hoy tienen minada la credibilidad
puesta en ellos.
El subsecretario se aventuró a pronosticar números,
fechas y simplemente ha fallado; el presidente lo contradice en sus acciones y el
rumbo no se vislumbra claro. No hay curva aplanada y hasta el uso del
cubrebocas los ha puesto en una encrucijada: López Obrador jamás lo utiliza
(excepto si va a Estados Unidos porque ahí no se andan con jaladas) y sigue
jugándole al vivo. Si a él le pasa algo, como sea, pero desafortunadamente,
queramos o no, todavía es imagen pública de autoridad y ejemplo para muchos. ¿Entonces
por qué hacer caso a los demás, si el señor líder y mesías no lo hace?
Están viendo y no ven. Y aquí es donde va la
segunda pedrada: jodidos estamos por la ignorancia y valemadrismo que nos
arropa como sociedad que extravió la empatía hace rato. Quienes salen por algo necesario
no me dejarán mentir: ahí va por la calle la señora con sus hijos pequeños,
papaloteando libremente sin cubrebocas y haciéndola de blanco para el bicho en
turno; quienes aseguran que medir la temperatura mata neuronas (cuando sus
argumentos evidencian que ya no tienen); el que viaja en el transporte público sin
la menor precaución; el pelmazo organizador de fiestas o el que berrea porque nunca
respetó las medidas pero llevó a su familiar enfermo al hospital y reclama: “lo
traje bien y aquí lo mataron”. ¿Neta? Si estaba bien, ¿entonces para qué carajos
lo trajo?
Así como exigimos a las autoridades porque es
nuestro derecho, también estamos obligados a participar como ciudadanos. Si en ponerte
un cubrebocas ocupas 10 segundos, ¿cuál es tu pretexto? Si puedes lavarte las
manos y llevar siempre un frasco de gel, ¿qué te cuesta? Esta situación mundial
debe hacernos modificar nuestras acciones y darnos un golpe de conciencia
histórico que muchos todavía no captan.
La terquedad es un don estúpido que favorece a
muchos, pero que también chinga a otros. ¿De qué lado estás tú?
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