martes, 31 de agosto de 2010

Independencia y religión: mézclese bajo su propio riesgo

Hoy amanecí sumamente preocupado y con tremenda angustia en mi corazón, pues el Episcopado anunció que es pecado no festejar el bicentenario. Pero al investigar un poco sobre el tema, llegué a dos conclusiones: que Moisés nunca publicó una versión extraoficial de sus mandamientos y por ende jamás hubo más de 10, y que los responsables de emitir “el nuevo pecado” quieren hacer de la historia una pachanga según creen conveniente, aunque, por supuesto, nada convincente.

Como la magia de internet es maravillosa, pude encontrar en algún rincón de la telaraña mundial el edicto de excomunión dedicado a Miguel Hidalgo para darme cuenta de las contradicciones religiosas en torno al tema. Y seré sincero: en primera instancia el documento me causó curiosidad por su kilométrica sobredosis de verborrea, sin embargo, es un caso digno de análisis porque aquellas letras católicas expresan más maldiciones, literalmente, que las que yo he dicho en toda mi vida. Aquí una muestra:

“Por la autoridad de Dios Todopoderoso, el Padre, Hijo y Espíritu Santo; y de los santos cánones, y de la Inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador; y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, papas, querubines y serafines y de todos los santos patriarcas y profetas, (…) juntamente con todos los santos elegidos de Dios, lo excomulgamos y anatematizamos, y lo secuestramos de los umbrales de la iglesia del Dios omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos”.

“Que sea condenado donde quiera que esté, (…) aún en la iglesia. Que sea maldito en el vivir y en el morir (…) Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en su pelo. Que sea maldito en su cerebro. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, en su frente y en sus oídos; y en sus cejas y en sus mejillas; en sus quijadas y en sus narices; en sus dientes anteriores y en sus molares; en sus labios y en su garganta; en sus hombros y en sus muñecas; en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado en su pecho, en su corazón, y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas, en sus músculos, en sus caderas, en sus piernas, pies y uñas de los pies (…)”.

Acepto que a veces soy exagerado para escribir, pero creo que hace mucho tiempo, en una galaxia muy cercana, el Pontífice Pío VII me ganó de manera contundente ese honor. En fin, pobre Miguel Hidalgo. Con semejantes deseos para su persona el infierno debió quedarle muy chico. Lo que más me dolió en su caso fueron los dientes molares y las uñas de los pies; sé lo que se siente en vida y no se lo deseo a nadie.

Pero ahora nos vienen con el cuento de que el cura independentista se confesó antes de morir y así, cual simple telenovela, de último minuto se salvó de todo el choro arriba descrito; lo ocurrido el 29 de julio de 1811 jamás sucedió, y no hay más pretexto para no festejar. Fin de la polémica. Resulta que quienes mandaron tan lejos como pudieron a Don Miguel, lo aborrecieron y casi lo queman en leña verde, hoy nos dicen todo lo contrario. Si hasta el Cardenal Juan Sandoval mencionó que Hidalgo fue excomulgado por violar conventos para robar sus bienes y ultrajar religiosas. Ah, perdón… como la pachanga está cercana, nunca dijo lo que dijo. ¡Qué va, estaba bromeando! ¡Salud!

Mejor desempolvemos el sombrero que pa’ luego es tarde; saquemos banderas, encendamos fuegos artificiales. No vaya a ser que el disfraz de Grinch Bicentenario me vaya a mandar derechito y sin escalas a visitar al maligno. Hagamos caso a los intelectuales religiosos; nadie mejor que ellos para aconsejarnos, pues total, si en su gremio abusan de los niños, ¿que nosotros no abusemos del tequila?

¡Viva México!

martes, 24 de agosto de 2010

El lado oscuro del bicentenario

Cualquier pretexto es bueno para
interrumpir la marcha del tiempo y
celebrar con festejos y ceremonias
hombres y acontecimientos (…) Cada
año, el 15 de septiembre a las once de la
noche, en todas las plazas de México
celebramos la fiesta del Grito; y una
multitud enardecida efectivamente grita
por espacio de una hora, quizá para
callar mejor el resto del año.

OCTAVIO PAZ, El laberinto de la soledad


¿Para qué sirve la historia? ¿Nos enseña algo? ¿Hemos aprendido de ella? ¿O sólo se trata de un montón de anécdotas, personajes y fechas anidados en libros que se repiten como letanía para pasar exámenes escolares o, en el mejor de los casos, recordar que es momento de comprar banderas, sombreros y vitorear a los héroes vestidos de gloria por el discurso oficial?

Septiembre está a la vuelta de la esquina y hoy, luego de 200 años del inicio de la independencia —no de su consumación, lo cual debiera ser el verdadero motivo para conmemorar—, existe un México que presume sus dos caras tan contradictorias: el secuestrado por la delincuencia (30 mil víctimas en tres años y medio), el desempleo (5.2% de la población económicamente activa), la falta de educación (aproximadamente 300 mil menores que no acuden a la escuela), y la pobreza extrema (20 millones de personas en esa situación); y, por otra parte, aquel plagado de eventos patrioteros tan cuestionados por su despilfarro de dinero… todo en nombre de la historia.

¿A qué juegan las autoridades? Derrochar casi 3 mil millones de pesos bajo el pretexto de que el país está de manteles largos, cuando en realidad se está cayendo a pedazos, sin duda es “la mejor forma de celebrar”. Actitud irresponsable y vergonzosa, desde luego. Pero ya que la pachanga es inminente, y más allá de pretender entablar un diálogo con sordos, existen detalles desafortunados que poco o nada se mencionan al respecto. Para muestra tres botones:

Los pasajes telenoveleros que nos han contado acerca de los héroes independentistas y revolucionarios. Si bien es cierto que de una u otra forma cada uno de ellos tiene su lugar en los acontecimientos históricos, muy poco se dice de los verdaderos personajes de carne y hueso que actuaron en las batallas por la libertad: Miguel Hidalgo, señalado por Allende como traidor, toleró en su movimiento el saqueo y el asesinato y ordenó matar a 300 prisioneros españoles sin proceso alguno; Agustín de Iturbide, acusado de enriquecimiento ilícito, abuso de autoridad y conducta violenta, se proclamó emperador una vez consumada la independencia, pero tiempo después lo fusilaron por traidor; y Francisco Villa, intolerante y cruel, permitía a sus tropas saquear, violar y matar, incluso tuvo más de 20 mujeres en matrimonio además de un contrato con Hollywood para filmar sus batallas.

¿Suena tenebroso? Pues tal vez lo sea, pero ya lo mencionó Alejandro Rosas en su libro Mitos de la historia mexicana: “el sistema político mexicano, por medio de su particular concepción de la historia, durante el siglo XX fragmentó la verdad, se encargó de crear bandos irreconciliables y negó la naturaleza humana de los protagonistas de la historia nacional”.

Luego, las deficiencias en los libros de texto conmemorativos del bicentenario entregados a los alumnos de educación básica. En ellos la historia se reduce a simples datos interesantes y la misma SEP aceptó “algunas fallas” en su contenido, además habrá libros complementarios a finales del año, pues hubo una pequeña falta: el periodo de la Conquista a la Colonia… ¿tema nada importante? Y aunque me resistí a creerlo, en las páginas de historia de sexto grado aparece la palabra “sovrevivieron”… ¿le habrán hecho el anti doping a quien escribió semejante barrabasada? ¿O las palabras en mi diccionario ya son obsoletas? ¡Esa es nuestra educación bicentenaria!

Y finalmente, el fino detalle de elegir una canción “digna” del bicentenario en manos de Aleks Syntek y Jaime López, calificada por algunos como cursi, boba, pobre y alejada de nuestra realidad. Al escucharla, tan simplona como es, sobra decir que sabe a nada y se comprueba así el tamaño mental que poseen algunas autoridades para hacerse de un tema musical que “identifique” a los mexicanos. Basta con analizar cinco palabras del coro: “Shalalalalala, el futuro es milenario”. ¿No se supone que un milenio son 1,000 años? Hagamos cuentas: si la Independencia fue hace 200, la Revolución hace 100 y estamos en 2010… ¿dónde está entonces la relación con el citado milenio? Ya del resto del tema mejor ni hablar.

Si en verdad se busca una pieza con auténticos matices mexicanos, ¿por qué no el Huapango de Moncayo? Aunque tal vez sea mucho pedir a las autoridades que lo conozcan y, en consecuencia, lo oficialicen en su bizarro festejo. ¿Y qué hay del mariachi? También sobra música regional característica de los pueblos mexicanos y autores e intérpretes con los cuales la gente se identifica plenamente.

Así pues, en nuestras manos está celebrar desde nuestro asiento y ver pasar la historia que nos han contado o involucrarnos en ella para formar parte de sus páginas. Un legado va más allá del grito desde Palacio Nacional y festejar no siempre significa absorber tequila como esponjas. Quizás una visión más crítica de nuestro pasado y presente nos lleve a planificar un mejor futuro. De nosotros depende construirlo.

Y a ti, ¿a qué te sabe la historia?

lunes, 16 de agosto de 2010

¿A qué saben 34 kilómetros?

El kilómetro 7 de la carretera Picacho-Ajusco marcó el punto de salida y la lista de indispensables estaba cubierta: botellas con bebidas energéticas estacionadas alrededor de la cintura, geles en espera de inyectar glucosa al organismo, música invasora de energía en los oídos, y cronómetro abrazando la muñeca izquierda. Eran 8:22 de la mañana y, cobijados por el frío que aún prevalecía en el ambiente, comenzó nuestro andar.

El objetivo del día señalaba 34 kilómetros, sin embargo, mi entrenamiento consistiría en tres puntos fundamentales: aprender a administrar la energía durante el recorrido, cubrir la distancia en su totalidad a un ritmo cómodo pero constante y, sobre todo, disfrutar el trayecto. Así que no faltaba más y los pies se pusieron en marcha.

A casi 3,000 msnm apareció la primera gran postal: el Valle de México que despertaba envuelto por nubes y le otorgaban un aspecto fantasmagórico. Más tarde, al bordear la montaña con el Pico del Águila asomado cerca de nosotros, el segundo regalo a la vista hacía su aparición: distantes, el Popocatépletl y el Iztaccíhuatl mostraban su grandeza dándole al paisaje una inigualable perfección.

La suma de metros continuaba en medio de maizales que tapizaban de verde el campo, de borregos que hacían sonar sus cencerros a la orilla de la ciclopista mientras desayunaban el pasto mojado, de un señor que domesticaba un caballo en el patio de su casa, y de ese olor tan peculiar que posee la atmósfera rural, aun inserta en la gran urbe. Incluso por momentos eran únicamente las pulsaciones cardiacas las que se mezclaba con el trinar de las aves o el cantar de un gallo.

De repente escuchamos rugir algunos motores en un camino paralelo al nuestro y más adelante, cuando vimos “La Cúpula”, supimos que era la señal: habíamos llegado al cruce con la carretera federal a Cuernavaca; nos encontrábamos a la mitad de nuestra ruta. Teníamos completada la distancia de ida y el regreso daba inicio.

Minutos más tarde recordé la frase que un amigo me dijo alguna vez: “el maratón empieza en el kilómetro 30”… y justo en ese momento me encontraba instalado en ese punto. Una pared amenazaba con bloquear el camino pero las piernas parecían no derribarse ante tal reto. La energía fluía constante, y cuál fue mi sorpresa al saberme fuerte después de tres horas de entrenamiento. La estrategia había funcionado para ser mi primera vez en gran distancia. La lección fue clara: paciencia y concentración son la clave para cumplir el objetivo.

Luego de 3 horas y 27 minutos el punto de partida se veía cercano nuevamente, pero ahora mostraba un rostro distinto: era nuestra meta. Llegué cantando Somos los campeones, y aunque quizás al siguiente día me costaría un esfuerzo sobrehumano levantarme de la cama, por hoy nadie me arrebataría la magnífica experiencia que el running me regaló.

Esa mañana fuimos cuatro. Cada quien a su ritmo, cada cual con su estrategia, pero todos con el mismo objetivo llamado maratón. Antes de emprender el regreso y abordar el automóvil, uno de ellos dijo: “nosotros hacemos lo que el 80% de la población no hace… gracias por estos momentos”. Y entonces todos sonreímos.

jueves, 12 de agosto de 2010

¿Por qué un maratón?

Esta historia comenzó el 1 de octubre de 2006. Aquel domingo, cuando las manecillas estaban a punto de las 8 horas, supe que existía un lugar llamado Circuito Gandhi donde participaría en mi primera competencia de 5 kilómetros. Enfundado en una playera anaranjada, pants azul y tenis blancos, me sumergí en el asfalto y 27 minutos después el objetivo se había consumado. Y lo confieso: esa misma tarde juré nunca más volver a correr, pues me dolía hasta la escasa voluntad que me sobró siquiera para mover un dedo.

El día siguiente fue crucial: por la mañana, y todavía con la cruda deportiva en cada centímetro de mis piernas, visité la página web donde se almacenaban mis resultados y fotografías. Los instantes que a continuación sucedieron fueron sin duda los responsables de mi continuidad en estas andanzas: la impresora se encargó de materializar mi certificado que presumí a cuanto familiar cruzaba por la sala de mi casa, mi lugar 87 en el evento simplemente me supo a gloria, y la medalla sustituyó al diploma de la primaria en la pared. Entonces advertí una extraña sensación de instalarme nuevamente dentro de mis tenis para regresar a las pistas…

Probé otros 5 K nocturnos y luego di el salto a 10 K. Pero lo mejor estaba por venir: conocí a algunos amigos con quienes tuve la oportunidad de compartir carreras e incluso momentos más allá de ellas, y descubrí que no se trataba sólo de poner los pies en marcha, sino de transformar esos instantes en experiencias almacenadas hoy día en un lugar especial de la memoria. Después llegó el reto del medio maratón, el ascenso en la Torre Mayor y el Tune-Up 26 K, pero siempre acompañado por personas que me apoyaban lo mismo con su compañía que con una llamada o mensaje telefónico (responsables al respecto existen muchos y quienes se saben parte de esta historia seguramente acaban de expulsar una sonrisa de sus labios).

También fui testigo, a través de varios corredores, del poder que tiene la voluntad para hacer frente a distintas adversidades, pues una enfermedad, discapacidad o detalles que muchos ven como negativos, otros los convierten en un reto para demostrar al mundo, pero sobre todo a sí mismos, que la palabra “límite” es apenas una referencia en el diccionario. “Correr por la vida es lo que hacemos a diario”, escribí un día, y más de una vez he sido testigo de ello. El próximo 12 de septiembre será mi turno de comprobarlo.

Si hace cuatro años alguien me hubiera dicho que estaría inscrito en un maratón, sin duda hubiese dudado de su cordura y estabilidad mental, sin embargo, el que hoy parece estar carente de dichas cualidades es quien escribe las presentes líneas. Pero no importa. He leído que más de uno suele llamar “loco” a quienes corren cualquier distancia y, si nos referimos a 42 kilómetros, entonces creo tener asegurada mi membresía en algún manicomio. Hoy diré que mi estrategia no es dejar atrás a otros corredores, tampoco ganarle al cronómetro, sino vencerme a mí mismo y exorcizar mis propios límites.

Así pues, mi siguiente reto está a la vista y hoy, a un mes de correr mi primer maratón, siento los mismos nervios y emoción que cuando hice mis primeros 5 kilómetros. Las circunstancias actuales son distintas, pero muchas personas que me han inspirado siguen conmigo y sé que estarán ahí, física o mentalmente, cuando llegue a la meta… porque esto también es por ustedes.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...