Esta historia comenzó el 1 de octubre de 2006. Aquel domingo, cuando las manecillas estaban a punto de las 8 horas, supe que existía un lugar llamado Circuito Gandhi donde participaría en mi primera competencia de 5 kilómetros. Enfundado en una playera anaranjada, pants azul y tenis blancos, me sumergí en el asfalto y 27 minutos después el objetivo se había consumado. Y lo confieso: esa misma tarde juré nunca más volver a correr, pues me dolía hasta la escasa voluntad que me sobró siquiera para mover un dedo.
El día siguiente fue crucial: por la mañana, y todavía con la cruda deportiva en cada centímetro de mis piernas, visité la página web donde se almacenaban mis resultados y fotografías. Los instantes que a continuación sucedieron fueron sin duda los responsables de mi continuidad en estas andanzas: la impresora se encargó de materializar mi certificado que presumí a cuanto familiar cruzaba por la sala de mi casa, mi lugar 87 en el evento simplemente me supo a gloria, y la medalla sustituyó al diploma de la primaria en la pared. Entonces advertí una extraña sensación de instalarme nuevamente dentro de mis tenis para regresar a las pistas…
Probé otros 5 K nocturnos y luego di el salto a 10 K. Pero lo mejor estaba por venir: conocí a algunos amigos con quienes tuve la oportunidad de compartir carreras e incluso momentos más allá de ellas, y descubrí que no se trataba sólo de poner los pies en marcha, sino de transformar esos instantes en experiencias almacenadas hoy día en un lugar especial de la memoria. Después llegó el reto del medio maratón, el ascenso en la Torre Mayor y el Tune-Up 26 K, pero siempre acompañado por personas que me apoyaban lo mismo con su compañía que con una llamada o mensaje telefónico (responsables al respecto existen muchos y quienes se saben parte de esta historia seguramente acaban de expulsar una sonrisa de sus labios).
También fui testigo, a través de varios corredores, del poder que tiene la voluntad para hacer frente a distintas adversidades, pues una enfermedad, discapacidad o detalles que muchos ven como negativos, otros los convierten en un reto para demostrar al mundo, pero sobre todo a sí mismos, que la palabra “límite” es apenas una referencia en el diccionario. “Correr por la vida es lo que hacemos a diario”, escribí un día, y más de una vez he sido testigo de ello. El próximo 12 de septiembre será mi turno de comprobarlo.
Si hace cuatro años alguien me hubiera dicho que estaría inscrito en un maratón, sin duda hubiese dudado de su cordura y estabilidad mental, sin embargo, el que hoy parece estar carente de dichas cualidades es quien escribe las presentes líneas. Pero no importa. He leído que más de uno suele llamar “loco” a quienes corren cualquier distancia y, si nos referimos a 42 kilómetros, entonces creo tener asegurada mi membresía en algún manicomio. Hoy diré que mi estrategia no es dejar atrás a otros corredores, tampoco ganarle al cronómetro, sino vencerme a mí mismo y exorcizar mis propios límites.
Así pues, mi siguiente reto está a la vista y hoy, a un mes de correr mi primer maratón, siento los mismos nervios y emoción que cuando hice mis primeros 5 kilómetros. Las circunstancias actuales son distintas, pero muchas personas que me han inspirado siguen conmigo y sé que estarán ahí, física o mentalmente, cuando llegue a la meta… porque esto también es por ustedes.
El día siguiente fue crucial: por la mañana, y todavía con la cruda deportiva en cada centímetro de mis piernas, visité la página web donde se almacenaban mis resultados y fotografías. Los instantes que a continuación sucedieron fueron sin duda los responsables de mi continuidad en estas andanzas: la impresora se encargó de materializar mi certificado que presumí a cuanto familiar cruzaba por la sala de mi casa, mi lugar 87 en el evento simplemente me supo a gloria, y la medalla sustituyó al diploma de la primaria en la pared. Entonces advertí una extraña sensación de instalarme nuevamente dentro de mis tenis para regresar a las pistas…
Probé otros 5 K nocturnos y luego di el salto a 10 K. Pero lo mejor estaba por venir: conocí a algunos amigos con quienes tuve la oportunidad de compartir carreras e incluso momentos más allá de ellas, y descubrí que no se trataba sólo de poner los pies en marcha, sino de transformar esos instantes en experiencias almacenadas hoy día en un lugar especial de la memoria. Después llegó el reto del medio maratón, el ascenso en la Torre Mayor y el Tune-Up 26 K, pero siempre acompañado por personas que me apoyaban lo mismo con su compañía que con una llamada o mensaje telefónico (responsables al respecto existen muchos y quienes se saben parte de esta historia seguramente acaban de expulsar una sonrisa de sus labios).
También fui testigo, a través de varios corredores, del poder que tiene la voluntad para hacer frente a distintas adversidades, pues una enfermedad, discapacidad o detalles que muchos ven como negativos, otros los convierten en un reto para demostrar al mundo, pero sobre todo a sí mismos, que la palabra “límite” es apenas una referencia en el diccionario. “Correr por la vida es lo que hacemos a diario”, escribí un día, y más de una vez he sido testigo de ello. El próximo 12 de septiembre será mi turno de comprobarlo.
Si hace cuatro años alguien me hubiera dicho que estaría inscrito en un maratón, sin duda hubiese dudado de su cordura y estabilidad mental, sin embargo, el que hoy parece estar carente de dichas cualidades es quien escribe las presentes líneas. Pero no importa. He leído que más de uno suele llamar “loco” a quienes corren cualquier distancia y, si nos referimos a 42 kilómetros, entonces creo tener asegurada mi membresía en algún manicomio. Hoy diré que mi estrategia no es dejar atrás a otros corredores, tampoco ganarle al cronómetro, sino vencerme a mí mismo y exorcizar mis propios límites.
Así pues, mi siguiente reto está a la vista y hoy, a un mes de correr mi primer maratón, siento los mismos nervios y emoción que cuando hice mis primeros 5 kilómetros. Las circunstancias actuales son distintas, pero muchas personas que me han inspirado siguen conmigo y sé que estarán ahí, física o mentalmente, cuando llegue a la meta… porque esto también es por ustedes.
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