Hoy amanecí sumamente preocupado y con tremenda angustia en mi corazón, pues el Episcopado anunció que es pecado no festejar el bicentenario. Pero al investigar un poco sobre el tema, llegué a dos conclusiones: que Moisés nunca publicó una versión extraoficial de sus mandamientos y por ende jamás hubo más de 10, y que los responsables de emitir “el nuevo pecado” quieren hacer de la historia una pachanga según creen conveniente, aunque, por supuesto, nada convincente.
Como la magia de internet es maravillosa, pude encontrar en algún rincón de la telaraña mundial el edicto de excomunión dedicado a Miguel Hidalgo para darme cuenta de las contradicciones religiosas en torno al tema. Y seré sincero: en primera instancia el documento me causó curiosidad por su kilométrica sobredosis de verborrea, sin embargo, es un caso digno de análisis porque aquellas letras católicas expresan más maldiciones, literalmente, que las que yo he dicho en toda mi vida. Aquí una muestra:
“Por la autoridad de Dios Todopoderoso, el Padre, Hijo y Espíritu Santo; y de los santos cánones, y de la Inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador; y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, papas, querubines y serafines y de todos los santos patriarcas y profetas, (…) juntamente con todos los santos elegidos de Dios, lo excomulgamos y anatematizamos, y lo secuestramos de los umbrales de la iglesia del Dios omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos”.
“Que sea condenado donde quiera que esté, (…) aún en la iglesia. Que sea maldito en el vivir y en el morir (…) Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en su pelo. Que sea maldito en su cerebro. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, en su frente y en sus oídos; y en sus cejas y en sus mejillas; en sus quijadas y en sus narices; en sus dientes anteriores y en sus molares; en sus labios y en su garganta; en sus hombros y en sus muñecas; en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado en su pecho, en su corazón, y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas, en sus músculos, en sus caderas, en sus piernas, pies y uñas de los pies (…)”.
Acepto que a veces soy exagerado para escribir, pero creo que hace mucho tiempo, en una galaxia muy cercana, el Pontífice Pío VII me ganó de manera contundente ese honor. En fin, pobre Miguel Hidalgo. Con semejantes deseos para su persona el infierno debió quedarle muy chico. Lo que más me dolió en su caso fueron los dientes molares y las uñas de los pies; sé lo que se siente en vida y no se lo deseo a nadie.
Pero ahora nos vienen con el cuento de que el cura independentista se confesó antes de morir y así, cual simple telenovela, de último minuto se salvó de todo el choro arriba descrito; lo ocurrido el 29 de julio de 1811 jamás sucedió, y no hay más pretexto para no festejar. Fin de la polémica. Resulta que quienes mandaron tan lejos como pudieron a Don Miguel, lo aborrecieron y casi lo queman en leña verde, hoy nos dicen todo lo contrario. Si hasta el Cardenal Juan Sandoval mencionó que Hidalgo fue excomulgado por violar conventos para robar sus bienes y ultrajar religiosas. Ah, perdón… como la pachanga está cercana, nunca dijo lo que dijo. ¡Qué va, estaba bromeando! ¡Salud!
Mejor desempolvemos el sombrero que pa’ luego es tarde; saquemos banderas, encendamos fuegos artificiales. No vaya a ser que el disfraz de Grinch Bicentenario me vaya a mandar derechito y sin escalas a visitar al maligno. Hagamos caso a los intelectuales religiosos; nadie mejor que ellos para aconsejarnos, pues total, si en su gremio abusan de los niños, ¿que nosotros no abusemos del tequila?
¡Viva México!
Como la magia de internet es maravillosa, pude encontrar en algún rincón de la telaraña mundial el edicto de excomunión dedicado a Miguel Hidalgo para darme cuenta de las contradicciones religiosas en torno al tema. Y seré sincero: en primera instancia el documento me causó curiosidad por su kilométrica sobredosis de verborrea, sin embargo, es un caso digno de análisis porque aquellas letras católicas expresan más maldiciones, literalmente, que las que yo he dicho en toda mi vida. Aquí una muestra:
“Por la autoridad de Dios Todopoderoso, el Padre, Hijo y Espíritu Santo; y de los santos cánones, y de la Inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador; y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, papas, querubines y serafines y de todos los santos patriarcas y profetas, (…) juntamente con todos los santos elegidos de Dios, lo excomulgamos y anatematizamos, y lo secuestramos de los umbrales de la iglesia del Dios omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos”.
“Que sea condenado donde quiera que esté, (…) aún en la iglesia. Que sea maldito en el vivir y en el morir (…) Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en su pelo. Que sea maldito en su cerebro. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, en su frente y en sus oídos; y en sus cejas y en sus mejillas; en sus quijadas y en sus narices; en sus dientes anteriores y en sus molares; en sus labios y en su garganta; en sus hombros y en sus muñecas; en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado en su pecho, en su corazón, y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas, en sus músculos, en sus caderas, en sus piernas, pies y uñas de los pies (…)”.
Acepto que a veces soy exagerado para escribir, pero creo que hace mucho tiempo, en una galaxia muy cercana, el Pontífice Pío VII me ganó de manera contundente ese honor. En fin, pobre Miguel Hidalgo. Con semejantes deseos para su persona el infierno debió quedarle muy chico. Lo que más me dolió en su caso fueron los dientes molares y las uñas de los pies; sé lo que se siente en vida y no se lo deseo a nadie.
Pero ahora nos vienen con el cuento de que el cura independentista se confesó antes de morir y así, cual simple telenovela, de último minuto se salvó de todo el choro arriba descrito; lo ocurrido el 29 de julio de 1811 jamás sucedió, y no hay más pretexto para no festejar. Fin de la polémica. Resulta que quienes mandaron tan lejos como pudieron a Don Miguel, lo aborrecieron y casi lo queman en leña verde, hoy nos dicen todo lo contrario. Si hasta el Cardenal Juan Sandoval mencionó que Hidalgo fue excomulgado por violar conventos para robar sus bienes y ultrajar religiosas. Ah, perdón… como la pachanga está cercana, nunca dijo lo que dijo. ¡Qué va, estaba bromeando! ¡Salud!
Mejor desempolvemos el sombrero que pa’ luego es tarde; saquemos banderas, encendamos fuegos artificiales. No vaya a ser que el disfraz de Grinch Bicentenario me vaya a mandar derechito y sin escalas a visitar al maligno. Hagamos caso a los intelectuales religiosos; nadie mejor que ellos para aconsejarnos, pues total, si en su gremio abusan de los niños, ¿que nosotros no abusemos del tequila?
¡Viva México!
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