El
invierno había llegado y en el gélido ambiente de los recuerdos en aquel sitio abrigó
sus manos con guantes negros, resguardó un suspiro en la bufanda que abrazaba
su cuello y cerró los ojos un instante.
—¿Por qué
regresaste? —escuchó aquella voz familiar frente a él.
—Para encontrar
respuestas.
—Sabes bien que aquí
sólo hay ruinas, las respuestas están en ti.
—No es verdad,
porque desde aquella noche…
—Aquella noche te
pedí que no volvieras.
Abrió los ojos con
premura al saber que era ella, la vio fijamente como nunca antes y reconoció en
su rostro a alguien distinto: su mirada era ambigua, su sonrisa estaba
extraviada y sus gestos casi nulos; su atuendo, blanco en extremo, hizo que un escalofrío
recorriera su cuerpo mientras sus pupilas se doblegaban ante lo que sabía sería
inevitable.
—¿Somos fantasmas
acaso? —preguntó con temor en sus palabras.
—Uno de nosotros
sí —respondió ella tras breves segundos de silencio.
—¿Y cómo saber
quién?
—Observa a tu
alrededor.
Comenzó a ver cada
detalle del lugar y descubrió que las paredes estaban construidas de
fotografías con detalles pasados compartidos: el abrazo infinito, los días de
campo, los viajes, la simplicidad de la alegría juntos; todas inundadas de color,
excepto una que estaba en blanco y puesta en un rincón.
—¿Por qué esa…? —quiso
preguntar asombrado mientras la señalaba.
—Somos nosotros
también —interrumpió su cuestionamiento.
—¿Una foto en
blanco?
—Te equivocas. Observa
bien, ahí está nuestro futuro.
—Pero ahí no hay
nada, no entiendo.
En ese instante
ella se puso de pie y le extendió su mano para tomarlo.
—Dime qué fecha es
hoy.
—Es 30 de noviembre.
—¿Te das cuenta?
Hoy es 26 de diciembre.
—No es verdad,
quieres engañarme.
—Los fantasmas viven
en el pasado pero no pueden ver el futuro. ¿Ahora entiendes quiénes somos? No
debiste regresar a este lugar; lo único que nos queda son los ecos de una
historia y esa es la única respuesta que buscas. Tú no eres el de la fotografía
que ves en blanco, ahora lo sabes aunque sea demasiado tarde.
Se escuchó el tañido
de campanas y en un instante se vio rodeado de personas extrañas que hablaban y
reían. Confuso, únicamente pudo escapar a través de un largo pasillo donde nadie
notó su presencia. Nunca más volvió a saber de ella y tiempo después una
fotografía se encontró en un rincón de aquel lugar sagrado: dos personas, vestimentas
blanco y negro, con sus miradas compartiendo el mismo rumbo.
De él nadie supo
más, sólo el olvido se encargó de poner punto final a esta historia.
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