viernes, 24 de julio de 2015

Ecos y casualidades



El mismo lugar, la misma hora, distinta fecha. El entorno cálido contrastaba con el exterior donde la lluvia arreciaba y dibujaba una cortina grisácea tras la que iban personas de un lado a otro. Adentro, él agitaba su taza de café casi vacía mientras su mirada traspasaba la ventana.
            —El tiempo es tan subjetivo que no corre igual para todos —pensaba.
            Tomó su chamarra que colgaba de la silla y en su bolsillo buscó algunas monedas para ponerlas sobre la mesa; afuera el clima era más benévolo y el regreso a casa era inminente.
            —Es muy pronto para que te vayas, quédate ­—le sorprendió una voz frente a él.
            —Lo siento, tengo prisa y ya van a cerrar el lugar —dijo mientras se levantaba.
            —La prisa es mala compañera y a estas alturas no la necesitas, además no hay gente, podemos platicar tranquilamente.
­            —¿Te conozco? ¿Cuál es tu nombre?
            —Eso no importa, puedes llamarme como quieras y de cualquier forma sabrás quién soy.
            —Gracias, pero no estoy para bromas —respondió con una sonrisa irónica.
            —¿Crees en las casualidades?
            —No, creo más bien en las causalidades; que pases buena noche.
            —Alex, tan analítico y racional como siempre.
            —¿Disculpa? ¿Cómo sabes mi nombre?
            —Eso tampoco importa, pero después de un año por aquí algunas personas comenzamos a formar parte del lugar; yo te he acompañado desde el primer día aunque no te hayas dado cuenta. ¿Entonces te quedas?
            Con más dudas que respuestas y con una extraña confusión, se sentó nuevamente frente a aquella mujer cuyo rostro y voz le parecían familiares y al mismo tiempo tan ajenos. Al verla a los ojos, la lluvia cesó por completo y el silencio invadió el lugar.
            —Bien, ¿qué tienes que decirme? —preguntó con frialdad en sus palabras.
            —Yo no tengo nada que decirte, prefiero que tú seas quien lo haga.
            —Perfecto. No te conozco y no sé cómo sabes mi nombre; no voy a jugar a los acertijos y tampoco me interesa estar contigo. ¿Algo más?
            —¿Por qué vienes aquí?
            —Me gusta el lugar y el ambiente; aquí puedo pensar, es todo.
            —¿Y has encontrado respuestas?
            —¿Respuestas? La única duda que tengo ahora es por qué estoy hablando con una desconocida.
            Ella guardó silencio un instante, se mostró pensativa y al volver su mirada hacia él le dijo:
            —Quiero pedirte algo único y definitivo: que al salir de aquí no regreses más y dejes de preguntarte todo lo que te has cuestionado este tiempo.
            —¿Que no regrese? ¡Por favor! Ahora resulta que me dirás qué debo hacer.
            —Sólo te diré que al salir de aquí tus preguntas serán respondidas, sabrás quienes somos y a dónde pertenecemos, incluido tú, y recuerda que el tiempo es tan subjetivo que no corre igual para todos.
            En ese instante, luego de haber escuchado esas palabras que él había pronunciado antes en voz baja, el asunto comenzó a parecerle absurdo y al paso del mesero giró su cabeza para llamarlo.
            —Joven, por favor me da mi cuenta —le dijo haciendo un ademán con la mano.
            —Señor, disculpe, ya pagaron los dos cafés.
            —¿Cuáles dos? Fue sólo uno y dígame cuánto es.
            —La señorita que estaba con usted, ella los pagó.
            —¿Qué estaba…? —volteó rápidamente para darse cuenta de que no había nadie que lo acompañara.
            Confuso, se levantó de su asiento y se dirigió hacia la salida. La lluvia había regresado y al cruzar la calle volteó sobre su hombro: sorprendido, sólo vio un lugar en ruinas. Al día siguiente regresó y supo que el sitio que frecuentaba no existía más; no se explicaba cómo de la noche a la mañana había desaparecido.
            Al ver la forma en que lo miraba, un señor que pasaba junto a él le dijo:
            —Era un buen lugar, lástima que desapareció.
            —¿Hace cuánto fue? —preguntó asombrado.
            —Un año, poco más. ¿Usted venía? ¿Le gustaba?
            —Sí, de hecho ayer… olvídelo, no me haga caso.
            —¿Está bien, joven? Lo noto como raro.
            —Sí, es sólo que también me gustaba el lugar y qué pena que ya no esté.
            —Así es y pues ni modo. ¡Pero anímese! Ya habrá otros a donde ir; si aquí pasó buenos momentos, guárdeselos en la memoria porque lo demás son meras ruinas y fantasmas como puede ver. Y ahora con su permiso, le sigo o se me hace tarde; que tenga buen día.
            —Señor, ¿usted cree en las casualidades?
            —Claro, joven. Aquí conocí a mi esposa hace 25 años, era la primera vez que entraba y mire, seguimos juntos. ¿Le digo algo? Usted está vivo, todavía pertenece a este mundo, disfrútelo porque luego uno nunca sabe. Oiga, ¿tiene tiempo?
            —Sí, ¿por qué?
            —Venga, vamos caminando entonces y le contaré algunas historias de este lugar, tal vez alguna le suene conocida.      

viernes, 17 de julio de 2015

Otro ataque de reflexión nacional



En mis épocas universitarias solía llenarme la cabeza con teorías de la comunicación y a veces, cuando veo televisión especialmente (ejercicio ya no tan recurrente por miedo a tener pesadillas), compruebo que quienes dictaron semejantes ideas tenían las letras llenas de razón. Una de ellas en particular, la llamada Agenda Setting, es fiel reflejo de lo que acontece en la actualidad nacional. Y entonces ahí viene mi ataque de reflexión.

Al respecto, la explicación simple y llana dice que lo que se muestra en los medios es lo que influye en la percepción del público y no al revés. Entonces ya se jodió la cosa. Se hace una bonita agenda de aquello que debe dictar lo que la gente tiene que conocer y con base en eso armar temas de conversación a la hora de la comida, durante el asado del fin de semana o hasta en una borrachera, por qué no, aunque por otro lado nos cargue el payaso.

Entonces consideremos eso en la teoría y pongamos de ejemplo en la práctica, no sé, se me ocurre por inspiración divina, a México: angustiados porque 11 sujetos (más los cambios que sirven para lo mismo, o sea, nada) no le ganan ni a un equipo incompleto de la Ciudad Deportiva; que otra vez se fugó el más buscado por un túnel y el sistema penitenciario es más frágil que artesanía china de porcelana; que si el mandamás nacional anda de paseo con su séquito y se “indigna” con lo ocurrido, aunque le entristece más que su gaviota se le anda escapando del nido… ¿Ven por qué ya no prendo la televisión? Encima hay que tragarse la nueva temporada de la azucena de Chuchita, digo, la rosa de Guadalupe. ¡Carajo! Unas horas de ver la caja esa y me pongo mal.

El caso es que detrás de tanto show que nos imponen está lo bueno y muchos ni cuenta se dan, pero como somos Memelandia y el país de la queja virtual por excelencia, pasa todo y nada pasa. Digo, una cosa es el cotorreo y agarrarnos de lo que sea para hacerlo cómico porque así de jocosos somos los mexicanos, y otra muy diferente es hacernos de la vista gorda cuando tenemos información a nuestro alcance como hace años no sucedía y hacer como que la virgen nos habla.

Y tampoco hay que ser eruditos ni ratones de biblioteca para hacer un tratado de sociología en México, no exageremos, pero no está de más una leidita diaria de lo que acontece para formarnos un criterio y saber que hay vida más allá de lo que un puñado de canales nos ofrece. A fin de cuentas, nosotros somos responsables en gran medida de lo que ocurre y desafortunadamente a quien hay que echarle montón no es al que se pasea y a pesar de su ignorancia nos ve la cara, sino a quien lo puso ahí.

Sueño con el día en que apaguemos la tele y prendamos la conciencia, entonces el rumbo empezará a ser distinto. La ignorancia es la mejor arma para el que somete y la peor aliada para el sometido, la diferencia es que el primero lo hace de forma consciente y el segundo no; más de una generación hará falta para empezar a mover la maquinaria en favor de lo bueno, ¿por qué no comenzar ahora? La pregunta no es de quién hay que burlarnos, sino qué haremos para que evitar llegar a eso. ¿Qué proponemos entonces?

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...