jueves, 30 de agosto de 2007

Al rato...

Durante estos últimos días he reflexionado acerca de la cultura del tiempo que muchos predican en este país. Me refiero a los periodos para hacer cosas que van desde entregar una tarea escolar hasta concluir algún proyecto con determinado grado de importancia.

Y valga este post para dejar mi queja, porque involuntariamente también yo me he visto involucrado en ese círculo vicioso que me ha arrastrado al límite del hartazgo. Algunos me aconsejarían acudir a terapia psicológica, otros dirían que de plano la neurosis ya me atrapó, pero estoy seguro que a más de uno les quedará el saco, y no me lo digan, sólo medítenlo como acto de autoacusación.

El terreno publicitario donde me muevo es un claro ejemplo. Todo lo quieren al final, cuando faltan cinco minutos para entregar lo requerido. Entonces retrasan el trabajo de uno y por consecuencia el de otro, y así sucesivamente. Hay días en que reina la tranquilidad absoluta pero llegado el momento, todos a correr. ¿Por qué debe ser así? Por la sencilla razón de querer arreglar las cosas al último, cuando el tiempo ya nos ganó y, encima, deseamos que las cosas salgan bien.

Y esto va más allá de la publicidad. Hasta he pensado que, tristemente, es una mala costumbre cultural. Por citar algunos casos: para verificar el auto se tiene todo un mes y en el último día ahí están las largas filas; los políticos, que se la pasan hasta las cuatro de la mañana para aprobar un presupuesto anual, ¿y antes? a echar la flojera (bueno, eso ya no es noticia en ellos); los centros comerciales atiborrados el 24 de diciembre para las “compras de pánico”, ¿y por qué no hacerlas unos días antes?; los pagos de luz, agua, tenencias…

Luego no nos quejemos de los niveles de stress que nos atacan. ¿Apoco no andamos pregonando que “tenemos mucho trabajo”? Pues claro, si pretendemos resolver las cosas cuando el reloj nos pone en jaque, cualquiera se vuelve loco.

Me resisto pues a vivir así. Mis neuronas se extinguen por culpa de las prisas involuntarias, y lo peor es que muchos ya ven ese ajetreo como algo normal… normal sería tener una mejor planificación de las cosas, ver que el tiempo no está a nuestra disposición sino al contrario, y sobre todo sabernos responsables de nuestros actos debidamente organizados.

Y ya no me sigo quejando porque en cinco minutos necesito entregar una documentación que me pidieron desde hace 15 días y aún no la he buscado, tampoco he pagado lo que debo y mañana es el corte quincenal… y ahora que me acuerdo, tenía una cita hace media hora, tendré que inventar un pretexto para que me esperen. ¿Y si mejor me voy a dormir? No, eso tenía que hacerlo anoche y se me olvidó.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Ayudemos

Hablemos un poco de algunos recuerdos. Fue hace 22 años y yo tenía entonces cuatro de edad. El rumbo era la escuela en compañía de mis padres mientras media ciudad caía de rodillas ante el desastre natural cuya réplica terminó por dejar sobre el suelo aquellas heridas de casi ocho grados heredadas hasta el presente.

La memoria no me da para mucho ahora, pero cuando veo imágenes de esos días grises no logro entender la magnitud de tal acontecimiento. Bien dicen que la realidad en ocasiones supera a la ficción. Hoy no lo dudo.

Hace unos días la naturaleza hizo una vez más de las suyas con tal furia sobre suelo peruano que el recuerdo mexicano me fue inevitable. Escombros, hogares destruidos, familias desintegradas, lágrimas… ¿habrá algo peor que eso? Quisiera pensar que no, pero sabemos que puede suceder. Entonces por qué ser indiferentes ante tales casos. El desastre no respeta nacionalidad y mucho menos idioma o ideología.

Unos años atrás fui testigo presencial de personas latinas que en otro continente te tienden la mano mejor que los mismos residentes de aquella zona. Una noche perdido con mi hermano a más de 40 minutos del hotel donde nos hospedamos, el mapa nos era insuficiente para ubicarnos y justamente alguien que compartía nuestro idioma supo orientarnos cuando otros reflejaban en su rostro un tono que rayaba en la burla. Quedó pues de manifiesto que Latinoamérica es una aquí y en cualquier rincón del mundo. No dejemos que ese lazo que va más allá de políticas y competencias deportivas se quiebre. Quienes conformamos esa población no tenemos etiqueta alguna que nos haga valer más o menos. Seamos conscientes de ello.

Anoche en el supermercado reservé algunos pesos para víveres destinados a manos peruanas que lo necesiten. No fue algo ostentoso, pero que de multiplicarse por miles seguramente ayudaría a mitigar el dolor ajeno del cual tenemos referencia. “Por un par de cervezas menos el fin de semana no me moriré, pero sin estas latas de comida y esta agua envasada un niño tal vez no sobreviva”, pensé. En realidad no pierdo mucho y alguien puede ganar más de lo que creo.

Por favor tómense estas líneas no como argumentos para levantarme el cuello o pretender adjetivarme erróneamente como el dadivoso. Si así fuera, el primero en reclamármelo sería yo, porque no se trata de una limosna sino de una necesidad que tal vez el día de mañana nosotros la requiramos, ¿has pensado en ello? Hoy día tenemos en puerta al huracán Dean. En mi ventana la lluvia no ha cesado desde hace horas y vivo a cientos de kilómetros del lugar donde el viento golpea con más fuerza.

Aquí estoy pues, cómodamente sentado y escribiendo. Tal vez tú estés igual o con una taza de café en la mano, con un cigarro encendido o viendo la televisión. Te invito a levantarte, a sacrificar ese café o ese cigarro por un día y mejor cooperar con algo para quienes la necesidad no era opción pero les llegó sin pensarlo. Si en tu bolsillo sobran 15 pesos, puedes transformarlo en un desayuno para un niño. Tú decides. Los seres humanos estamos expuestos a las tragedias naturales, pero también tenemos la capacidad de salir adelante de ellas. Recuerda que somos muchos… y una playa se forma por millones de pequeños granos de arena.

viernes, 17 de agosto de 2007

Mundo de leyes

¡Qué barbaridad! Y yo me quejaba del reglamento de tránsito metropolitano por sus promesas viales de primer nivel. Créalo, hay leyes más… ¿cómo decirlo?, más, más… ¿raras?, ¿curiosas?, ¿absurdas?

The Times publicó un listado de textos legislativos de lo más extravagante. Por ejemplo, si usted va de turista soltero a Indonesia por un mes, le tengo una muy mala noticia: la práctica sexual personal, es decir, sin compañía alguna, tendrá que suspenderla porque está penada. Si por alguna razón en una noche solitaria se le ocurre ver una película candente, de esas catalogadas XXX y después de una hora la temperatura corporal le sube tanto y le dan ganas de… ya sabe qué por cuenta propia, puede ser decapitado. Así como lo lee. Lo que pueden costar 10 minutos de gloria terrenal a solas (falta ver quien será el chismoso, porque no creo que ande pregonando por las calles la práctica de semejante acto sexual en privado).

Otro caso, un tanto asqueroso, es la ley en Gran Bretaña que da oportunidad a las mujeres embarazadas de orinar o defecar en la vía pública. Lo grave del asunto es que el recipiente para hacerlo puede ser el casco de cualquier oficial de policía. ¡Pobres uniformados! Con semejante ley, tienen dos opciones: resignarse a ser usados como baño público o, de plano, renunciar.

Pero hay más: a los hombres sólo se les permite hacerla de fuente donde el chorrito se hacía grandote y se hacía chiquito, con la restricción de que sea en la llanta trasera de su automóvil y apoyados con su mano derecha sobre el coche. ¿Y si no soy zurdo? ¿De cuánto será la multa? Y no por regar la vía pública, sino por haber nacido diestro.

Los taxistas de Londres se pueden reservar el derecho de subir a un pasajero con un perro rabioso, que cargue con un cadáver o lleve la peste… no fuera en México porque por carga extra, fuera cual fuera, capaz que cobran una lana extra.

En Florida, EU, una mujer puede terminar en la cárcel si salta de paracaídas en domingo. ¿La versión mexicana dictaría tres días de arresto si te lanzas del bungie en viernes por la tarde? Ni lo que cuesta el brinco.

Y para rematar estas leyes, una más que dejaría miles de muertos cada fin de semana en territorio nacional (en caso de aplicarse): en El Salvador todo aquel que conduzca un vehículo en estado de ebriedad puede ser ejecutado por un pelotón. Así hasta yo me abstengo de echarme unas cuantas chelas. Ya me imagino ir por Reforma a 100 kilómetros por hora y cuando una patrulla me detenga, en vez de aplicarme al alcoholímetro, me aplique 15 balazos… ni la cruda me dejarían disfrutar.

Rarezas de este mundo pues, ya lo vemos. Ojalá alguna idea parecida no llegue a las cabezas de los legisladores mexicanos, no vayan a pedir quemar en la hoguera en pleno Zócalo a todo aquel que falte un día al trabajo. Eso jamás sucederá porque ellos mismos estrenarían la ley. Aunque viéndolo bien, a algunos microbuseros se les podría aplicar eso de los plomazos por conducir peor de lo que tratan a los pasajeros.

Política finalmente. ¿No podrían mejor inventar leyes contra la inseguridad o la delincuencia? Algo contra aquellos que contaminan o acaban con la naturaleza es más importante que saber si alguien se masturba o no… vaya forma de perder el tiempo.

miércoles, 15 de agosto de 2007

¡Goooooya!

Hay amores que duran tres años, lo comenté en un post anterior. Hay otros más a fuerza que por voluntad a causa de embarazosas situaciones. También están aquellos que por extrañas razones masoquistas a veces no nos dejan dormir. Pero hoy quiero hablar de uno que, como todo amor, tiene sus lados negativos. Me encargaré pues de esa parte oscura del romance, aunque al final me quedo con el grato sabor de boca que me hace evocarlo.

Confieso entonces mi amor por la UNAM (al menos cuando digo esto me refiero a la institución en sentido femenino, de no ser así, varios ya hubieran puesto en duda mis preferencias sexuales). Ahí se han forjado demasiados recuerdos a lo largo de once años, algo que ninguna otra escuela me ha regalado. De ellos hablaré en otro momento porque sin duda merecen un espacio aparte. Ahora toca el turno, como decía, de explorar algunos de sus puntos negativos.

Pues bien, hoy al realizar un trámite en la Facultad en la cual estudié, debí hacer un pago para acreditar una documentación. Enorme fue mi sorpresa al ver la cantidad señalada: ni más ni menos que un peso. Eso vale una revisión de estudios para titulación. ¿A quién le agradecemos o le reclamamos las bondades universitarias?, porque pensé pagar con un cigarro y pedir mi cambio, pero como no fumo, tuve que sacar la moneda.

No concibo una universidad con tales magnitudes e importancia con semejantes cuotas. Ya sé aquello de la gratuidad y la lucha por mantener la educación sin costo, ¿pero qué hay de todos aquellos que llegan en su auto o tienen para las chelas de los viernes y pagan, de rigor, 20 centavos por un semestre? Me cuestan más los chicles para refrescar el aliento.

Tampoco exijo pagos de miles de pesos, sin embargo, considero que todos podemos aportar una cantidad decente para recibir educación por seis meses en la mejor universidad de Latinoamérica. ¿Sería mucho pedir? Así se podrían mejorar aún más algunos servicios.

Caso aparte es el de la sobrepoblación estudiantil. ¿Por qué mantener a alumnos que ni siquiera se toman la molestia de acreditar la mayoría de sus materias y así se quedan “fosilizados” por años, mientras muchos más no reciben una oportunidad de estudiar cuando deseos les sobran? Puede ser que por ahí algunos talentos se desmoronen porque les cerraron las puertas cuando otros se la pachanguean de lo lindo sabiendo que los años pueden pasar y su estancia en las aulas es segura.

Sin duda son dos puntos que me preocupan, pero me queda el consuelo de la conciencia que me hace respetar a la UNAM, admirarla, colaborar con ella aunque sea en detalles como no rayar los libros de las bibliotecas o no maltratar sus instalaciones, y lo mejor de todo... saberme universitario por siempre y predicar con ese espíritu. La fama que se tiene es por demás conocida, no en vano en un viaje a tierras europeas alguien que me vio con su logo en una playera me dijo con acento un tanto extraño: “me saludas a los Pumas”. Detalles por mejorar siempre quedan pero aún así orgullosamente puedo gritar ¡GOOOOOYA!

De obesidad y contaminación

Hace algunos días llegó a mis manos un periódico de distribución gratuita que tenía en su interior un par de opiniones enviadas por lectores de la publicación. Ambas llamaron mi atención por el tono de crítica que manejan y sus pocos argumentos para sustentarla. Y cómo no, si les dan un pedacito de página para soltar su verbo y encima de eso, decían cada cosa que... bueno.

La primera de ellas, con referencia a la obesidad en México y su posible causa, acusaba directamente a las empresas trasnacionales y a su “bombardeo de comerciales” de los productos chatarra que consumimos, y por consecuencia del sobrepeso que muchos padecen. Pues estimada lectora, le tengo una mala noticia: la publicidad no es la causa de que muchos gorditos paseen por este país. O a ver, dígame usted, ¿cuándo ha visto un solo comercial de los productos y golosinas que los niños consumen en sus escuelas? Jamás en mi vida he sabido de anuncios televisivos y radiofónicos donde pasen los chicharrones caseros de Doña Chuche de cinco pesos, o las quesadillas de Don Poncho. Ya ni hablemos de los sopes, gorditas, hamburguesas y demás comida rápida que venden casi en cada esquina y mucha gente adquiere como parte de su dieta cotidiana.

Acusación falsa, desde luego. Y para rematar su opinión, pide al gobierno regular el contenido de los comerciales. ¿Por qué mejor no regula usted sus hábitos alimentarios? Lo más increíble de todo, dice, es que no cambiamos. Lo increíble, diría yo, es que le eche la culpa a los medios informativos de lo ocurrido en su entorno. Por ejemplo, cerca del lugar donde trabajo existen muchos establecimientos y puestos en los cuales venden un sinfín de productos poco nutritivos, pero también existe comida de calidad más barata que la llamada “chatarra”. Si me alimentara mal es por decisión propia y no porque la tele me lo diga.

¿Acaso dejar de ver la “caja idiota” o apagar la radio mejorará los niveles de salud en México? ¿Será ese el remedio para acabar con el sobrepeso? Yo creo que no. Mejor revise primero su alacena, su refrigerador y los lugares donde come, y luego envía su punto de vista por favor.

Luego, la segunda opinión, se acerca a la propuesta de que los autos dejen de circular un sábado de cada mes. “Se me hace absurdo”, dice claramente el lector, mientras critica la consulta que hizo el gobierno del DF para algunos temas al respecto. Dice además que no tiene tiempo para votar por cosas tan tontas. Ah, pero eso sí, hace un berrinche literario de grandes dimensiones porque según él, los gobernantes no piensan en la gente de clase media como él.

No tiene tiempo para dedicarle al asunto, dice, pero curiosamente ha de querer circular toda la semana porque por ser contribuyente ya cree tener derecho a contaminar más este planeta. Y finaliza su opinión diciendo que el transporte público es una verdadera porquería de inseguridad y mal funcionamiento. Ahí le concedo el beneficio de la dudototota pero señor, menciona que para mejorar la circulación se deberían revisar los estudios de tráfico y contaminación donde el 30% de ese tránsito corresponde al transporte pesado que cruza la ciudad. Pues será muy buen estadista, pero al hacer su comentario no se fijó que usted forma parte del 70% restante (a menos que tenga un camión de redilas). ¿Entonces quién contamina más?

De todo se quejan muchos pobladores. ¿Por qué mejor no dicen: yo propongo...? En esta vida resulta más fácil criticar y echar culpas al ajeno que dar un paso voluntario hacia el mejoramiento de algunos asuntos. Y a ese periódico, por muy gratuito que sea, le recomiendo revisar las opiniones que llegan a su redacción antes de publicarlas en tirajes de miles... ya ven, también yo sé quejarme.

lunes, 13 de agosto de 2007

¿Niño prodigio?

Es lunes 13 de agosto y mis piernas exigen descanso. Y cómo no, si ayer a las nueve de la mañana ya había completado mi segunda carrera oficial de 10 kilómetros. Entre el frío y la subidita de unos 200 metros que me retó a darle batalla, finalmente detuve el cronómetro en un tiempo mejor del planeado… seis minutos menos respecto a la primera vez que me atreví a correr semejante distancia.

¡Qué bonito es correr así! Disfrutar el recorrido mientras el Ipod agota su energía a la par de la mía y, además, saberse un poco sano es maravilloso. Desde los entrenamientos a las seis de la mañana hasta el recibimiento de la medalla al finalizar el evento, todo, es una agenda que disfruto y se me ha vuelto vicio.

El nivel aumenta siempre y cuando haya disciplina y voluntad. No crean que a veces levantarse con la oscuridad a cuestas es delicioso, pudiendo apagar la alarma y dormir un par de horas más. Pero el esfuerzo lo vale. Miles cumplimos el mismo objetivo de cruzar ese arco de meta y nos motivamos así a seguir en la siguiente competencia.

La zona de pre-arranque, el disparo de salida, el circuito y las fotos. El ambiente es único. Pero seguramente alguien del otro lado del mundo no piensa igual, o tal vez me equivoque. Supe de su existencia hoy mientras leía las noticias por internet y su caso me pareció absurdamente maravilloso.

Perdón, ¿dije absurdamente maravilloso? Así es y lo reitero. Se trata del llamado “niño prodigio del maratón”. Para no hacer el cuento largo, se trata de un chamaco que a sus seis primaveras corrió hace un año 65 kilómetros sin parar. Leyó usted bien. El equivalente a un ultramaratón y un poco más. Esa distancia para mí es una utopía, ni de rodillas o arrastrando llegaría a la meta, es más, ni en ambulancia después de que mis piernas se resquebrajaran allá por el kilómetro 23 o menos.

Imaginemos al niño seguir por ese camino del deporte. Jamás se ha sabido de algo similar, y si se le canaliza debidamente en ese ámbito atlético sin duda podríamos estar frente a un caso único en la historia. Lo malo de Buddhia Singh, como se llama el infante, es que su padre y representante lo trata indebidamente, porque no creo que golpearlo, colgarlo bocabajo del ventilador del techo y dejarlo sin comer durante dos días sea parte de su entrenamiento... al menos esa estrategia a mí no me funcionaría.

¿Así pondrá a prueba su resistencia física?, ¿las del ventilador serán sesiones de meditación? Pero a los seis años de edad eso es una aberrante tontería. Está bien que desee tener en la familia a un triunfador pero que tampoco exagere. Y encima de todo acusó al pequeño atleta de recolectar fondos y no compartirle ni un centavo... como si el entrenador hiciera las cosas correctamente. Se me hace que vio muchas películas de Rocky y sometió a su hijo a semejantes rutinas de ejercicio.

El tiempo dirá pues si Buddhia en verdad está hecho para tales competencias o si las exigencias de su progenitor le han obligado a ponerlo en ese lugar. Si es lo primero, mi reconocimiento para el “niño prodigio del maratón”, y si es lo segundo, que al padre lo metan al tambo por abuso de menores y al niño lo manden a la escuela para que tenga una vida normal.

lunes, 6 de agosto de 2007

¿Dónde estás mamá?

Una adolescente nerviosa y con el miedo devorando su cuerpo llega a aquel oscuro lugar que la espera presumiendo ser su amargo destino. El procedimiento no importa, sólo el objetivo. Un espacio de tiempo basta para que la semilla dentro de ella no germine, aun con el riesgo de desaparecer ella misma con el destello de vida que se suponía llegaría algún día. El acto termina y entonces comienzan las secuelas físicas y mentales. Ahora, esa mujer toma su lugar en las estadísticas.

Imagino la escena y entonces la reflexión llega: abortar o no abortar... esa es la cuestión. Y no se trata de filosofía, sino de una controversia social suficiente para llenar páginas y páginas de libros y periódicos. Al respecto, mi conclusión es que no hay conclusión, o que existe pero a medias.

Hace algunos meses vi un programa donde los distintos puntos de vista (médico, político y religioso) se enfrascaban en un debate de una hora al aire para que al final concluyeran lo que personalmente mencioné: nada por aquí y nada por allá. Todos, profesionales en su ramo, defendían su postura, cada cual soltando su mejor verbo con argumentos propios para convencer al auditorio.

Hoy, en mi bandeja de entrada, un e-mail contenía un video que reavivó en mí el asunto. Su temática era el justamente el aborto, pero de una manera personalmente nunca antes vista. No hablaba de leyes ni de polémicas al respecto, tampoco de estadísticas alarmantes. Simple y llanamente se basaba en el actor protagónico en este dramático acontecer cotidiano.

Un feto no habla, lo sabemos, pero si lo hiciera, ¿qué nos diría cuando unas pinzas toman su mano y la forzan a romperse?, ¿cuál sería su sentir en el momento que su cabeza es desprendida de su cuerpo? Si mis cuestionamientos parecen de mal gusto, lo peor del caso es que sucede a diario.

¿Dónde estás mamá? Reza aquel fondo musical para las imágenes que presenciaron mis ojos mientras un pequeño ser humano era interrumpido en su desarrollo materno para ser depositado en una charola cual si fuera un vulgar rompecabezas. Brazos sin abrazos que recibir; ojos sin miradas para brillar; boca que nunca conocerá una sonrisa; pies que se quedaron con ganas de correr; un corazón con latidos interrumpidos antes de tiempo; y alguien sin nombre y lugar en este mundo... todo ello le fue robado porque defenderse por sí mismo no era ni siquiera una remota opción.

Mucho nos quejamos de los abortos practicados día con día, el debate es inevitable y rebatir la razón nos ha llevado a una pared que nos divide. Sociedad, medicina, religión y moral... mezcla que no lleva a ninguna parte mientras miles, inofensivos e inocentes, jamás conocerán la luz del sol.

Ni modo, el aborto ya es todo un caso, ¿pero no sería mejor comenzar desde abajo? Dar educación sexual de calidad desde niños podría ser un punto a considerar o promover el uso de anticonceptivos. Un poco de conciencia social ayudaría antes de pararse en una sala para llevarlo al cabo, sea o no legal. Los platos rotos los pagan ellas, pero la participación activa y reflexiva puede ir más allá de un solo sexo. Hay cosas que vale la pena pensar más de una vez.

Para ver nacer a un hijo hay hasta quienes graban el parto para recordarlo por muchos años, ¿pero para realizar un aborto sucederá lo mismo?, ¿en qué lado del debate estás tú?

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...