Durante estos últimos días he reflexionado acerca de la cultura del tiempo que muchos predican en este país. Me refiero a los periodos para hacer cosas que van desde entregar una tarea escolar hasta concluir algún proyecto con determinado grado de importancia.
Y valga este post para dejar mi queja, porque involuntariamente también yo me he visto involucrado en ese círculo vicioso que me ha arrastrado al límite del hartazgo. Algunos me aconsejarían acudir a terapia psicológica, otros dirían que de plano la neurosis ya me atrapó, pero estoy seguro que a más de uno les quedará el saco, y no me lo digan, sólo medítenlo como acto de autoacusación.
El terreno publicitario donde me muevo es un claro ejemplo. Todo lo quieren al final, cuando faltan cinco minutos para entregar lo requerido. Entonces retrasan el trabajo de uno y por consecuencia el de otro, y así sucesivamente. Hay días en que reina la tranquilidad absoluta pero llegado el momento, todos a correr. ¿Por qué debe ser así? Por la sencilla razón de querer arreglar las cosas al último, cuando el tiempo ya nos ganó y, encima, deseamos que las cosas salgan bien.
Y esto va más allá de la publicidad. Hasta he pensado que, tristemente, es una mala costumbre cultural. Por citar algunos casos: para verificar el auto se tiene todo un mes y en el último día ahí están las largas filas; los políticos, que se la pasan hasta las cuatro de la mañana para aprobar un presupuesto anual, ¿y antes? a echar la flojera (bueno, eso ya no es noticia en ellos); los centros comerciales atiborrados el 24 de diciembre para las “compras de pánico”, ¿y por qué no hacerlas unos días antes?; los pagos de luz, agua, tenencias…
Luego no nos quejemos de los niveles de stress que nos atacan. ¿Apoco no andamos pregonando que “tenemos mucho trabajo”? Pues claro, si pretendemos resolver las cosas cuando el reloj nos pone en jaque, cualquiera se vuelve loco.
Me resisto pues a vivir así. Mis neuronas se extinguen por culpa de las prisas involuntarias, y lo peor es que muchos ya ven ese ajetreo como algo normal… normal sería tener una mejor planificación de las cosas, ver que el tiempo no está a nuestra disposición sino al contrario, y sobre todo sabernos responsables de nuestros actos debidamente organizados.
Y ya no me sigo quejando porque en cinco minutos necesito entregar una documentación que me pidieron desde hace 15 días y aún no la he buscado, tampoco he pagado lo que debo y mañana es el corte quincenal… y ahora que me acuerdo, tenía una cita hace media hora, tendré que inventar un pretexto para que me esperen. ¿Y si mejor me voy a dormir? No, eso tenía que hacerlo anoche y se me olvidó.
Y valga este post para dejar mi queja, porque involuntariamente también yo me he visto involucrado en ese círculo vicioso que me ha arrastrado al límite del hartazgo. Algunos me aconsejarían acudir a terapia psicológica, otros dirían que de plano la neurosis ya me atrapó, pero estoy seguro que a más de uno les quedará el saco, y no me lo digan, sólo medítenlo como acto de autoacusación.
El terreno publicitario donde me muevo es un claro ejemplo. Todo lo quieren al final, cuando faltan cinco minutos para entregar lo requerido. Entonces retrasan el trabajo de uno y por consecuencia el de otro, y así sucesivamente. Hay días en que reina la tranquilidad absoluta pero llegado el momento, todos a correr. ¿Por qué debe ser así? Por la sencilla razón de querer arreglar las cosas al último, cuando el tiempo ya nos ganó y, encima, deseamos que las cosas salgan bien.
Y esto va más allá de la publicidad. Hasta he pensado que, tristemente, es una mala costumbre cultural. Por citar algunos casos: para verificar el auto se tiene todo un mes y en el último día ahí están las largas filas; los políticos, que se la pasan hasta las cuatro de la mañana para aprobar un presupuesto anual, ¿y antes? a echar la flojera (bueno, eso ya no es noticia en ellos); los centros comerciales atiborrados el 24 de diciembre para las “compras de pánico”, ¿y por qué no hacerlas unos días antes?; los pagos de luz, agua, tenencias…
Luego no nos quejemos de los niveles de stress que nos atacan. ¿Apoco no andamos pregonando que “tenemos mucho trabajo”? Pues claro, si pretendemos resolver las cosas cuando el reloj nos pone en jaque, cualquiera se vuelve loco.
Me resisto pues a vivir así. Mis neuronas se extinguen por culpa de las prisas involuntarias, y lo peor es que muchos ya ven ese ajetreo como algo normal… normal sería tener una mejor planificación de las cosas, ver que el tiempo no está a nuestra disposición sino al contrario, y sobre todo sabernos responsables de nuestros actos debidamente organizados.
Y ya no me sigo quejando porque en cinco minutos necesito entregar una documentación que me pidieron desde hace 15 días y aún no la he buscado, tampoco he pagado lo que debo y mañana es el corte quincenal… y ahora que me acuerdo, tenía una cita hace media hora, tendré que inventar un pretexto para que me esperen. ¿Y si mejor me voy a dormir? No, eso tenía que hacerlo anoche y se me olvidó.
La cultura del tiempo o la falta de?
ResponderEliminarPor alli alguien me dijo que el tiempo es uno de esos mitos que aún existen entre los seres humanos. el tiempo en realidad no existe pero como ente intangible con su magicos poderes nos atrapa y nos hace honrarlo como cualquier dios de la antiguedad...solo falta ver esos estilos tan detallados con alta tecnología y ambientalmente compatibles...es toda una deidad con sus rituales y simbolismos. Y aún así nos tiene esclavizados.
A lo mejor nos hace falta un poco más de desovediencia y coordinación para no dejar todo en sus manos...que tal si mejor lo detenemos y nos bajos un rato para disfrutar un poco más?