Hay amores que duran tres años, lo comenté en un post anterior. Hay otros más a fuerza que por voluntad a causa de embarazosas situaciones. También están aquellos que por extrañas razones masoquistas a veces no nos dejan dormir. Pero hoy quiero hablar de uno que, como todo amor, tiene sus lados negativos. Me encargaré pues de esa parte oscura del romance, aunque al final me quedo con el grato sabor de boca que me hace evocarlo.
Confieso entonces mi amor por la UNAM (al menos cuando digo esto me refiero a la institución en sentido femenino, de no ser así, varios ya hubieran puesto en duda mis preferencias sexuales). Ahí se han forjado demasiados recuerdos a lo largo de once años, algo que ninguna otra escuela me ha regalado. De ellos hablaré en otro momento porque sin duda merecen un espacio aparte. Ahora toca el turno, como decía, de explorar algunos de sus puntos negativos.
Pues bien, hoy al realizar un trámite en la Facultad en la cual estudié, debí hacer un pago para acreditar una documentación. Enorme fue mi sorpresa al ver la cantidad señalada: ni más ni menos que un peso. Eso vale una revisión de estudios para titulación. ¿A quién le agradecemos o le reclamamos las bondades universitarias?, porque pensé pagar con un cigarro y pedir mi cambio, pero como no fumo, tuve que sacar la moneda.
No concibo una universidad con tales magnitudes e importancia con semejantes cuotas. Ya sé aquello de la gratuidad y la lucha por mantener la educación sin costo, ¿pero qué hay de todos aquellos que llegan en su auto o tienen para las chelas de los viernes y pagan, de rigor, 20 centavos por un semestre? Me cuestan más los chicles para refrescar el aliento.
Tampoco exijo pagos de miles de pesos, sin embargo, considero que todos podemos aportar una cantidad decente para recibir educación por seis meses en la mejor universidad de Latinoamérica. ¿Sería mucho pedir? Así se podrían mejorar aún más algunos servicios.
Caso aparte es el de la sobrepoblación estudiantil. ¿Por qué mantener a alumnos que ni siquiera se toman la molestia de acreditar la mayoría de sus materias y así se quedan “fosilizados” por años, mientras muchos más no reciben una oportunidad de estudiar cuando deseos les sobran? Puede ser que por ahí algunos talentos se desmoronen porque les cerraron las puertas cuando otros se la pachanguean de lo lindo sabiendo que los años pueden pasar y su estancia en las aulas es segura.
Sin duda son dos puntos que me preocupan, pero me queda el consuelo de la conciencia que me hace respetar a la UNAM, admirarla, colaborar con ella aunque sea en detalles como no rayar los libros de las bibliotecas o no maltratar sus instalaciones, y lo mejor de todo... saberme universitario por siempre y predicar con ese espíritu. La fama que se tiene es por demás conocida, no en vano en un viaje a tierras europeas alguien que me vio con su logo en una playera me dijo con acento un tanto extraño: “me saludas a los Pumas”. Detalles por mejorar siempre quedan pero aún así orgullosamente puedo gritar ¡GOOOOOYA!
Confieso entonces mi amor por la UNAM (al menos cuando digo esto me refiero a la institución en sentido femenino, de no ser así, varios ya hubieran puesto en duda mis preferencias sexuales). Ahí se han forjado demasiados recuerdos a lo largo de once años, algo que ninguna otra escuela me ha regalado. De ellos hablaré en otro momento porque sin duda merecen un espacio aparte. Ahora toca el turno, como decía, de explorar algunos de sus puntos negativos.
Pues bien, hoy al realizar un trámite en la Facultad en la cual estudié, debí hacer un pago para acreditar una documentación. Enorme fue mi sorpresa al ver la cantidad señalada: ni más ni menos que un peso. Eso vale una revisión de estudios para titulación. ¿A quién le agradecemos o le reclamamos las bondades universitarias?, porque pensé pagar con un cigarro y pedir mi cambio, pero como no fumo, tuve que sacar la moneda.
No concibo una universidad con tales magnitudes e importancia con semejantes cuotas. Ya sé aquello de la gratuidad y la lucha por mantener la educación sin costo, ¿pero qué hay de todos aquellos que llegan en su auto o tienen para las chelas de los viernes y pagan, de rigor, 20 centavos por un semestre? Me cuestan más los chicles para refrescar el aliento.
Tampoco exijo pagos de miles de pesos, sin embargo, considero que todos podemos aportar una cantidad decente para recibir educación por seis meses en la mejor universidad de Latinoamérica. ¿Sería mucho pedir? Así se podrían mejorar aún más algunos servicios.
Caso aparte es el de la sobrepoblación estudiantil. ¿Por qué mantener a alumnos que ni siquiera se toman la molestia de acreditar la mayoría de sus materias y así se quedan “fosilizados” por años, mientras muchos más no reciben una oportunidad de estudiar cuando deseos les sobran? Puede ser que por ahí algunos talentos se desmoronen porque les cerraron las puertas cuando otros se la pachanguean de lo lindo sabiendo que los años pueden pasar y su estancia en las aulas es segura.
Sin duda son dos puntos que me preocupan, pero me queda el consuelo de la conciencia que me hace respetar a la UNAM, admirarla, colaborar con ella aunque sea en detalles como no rayar los libros de las bibliotecas o no maltratar sus instalaciones, y lo mejor de todo... saberme universitario por siempre y predicar con ese espíritu. La fama que se tiene es por demás conocida, no en vano en un viaje a tierras europeas alguien que me vio con su logo en una playera me dijo con acento un tanto extraño: “me saludas a los Pumas”. Detalles por mejorar siempre quedan pero aún así orgullosamente puedo gritar ¡GOOOOOYA!
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