miércoles, 19 de septiembre de 2018

19 de septiembre de 2017

"Es el 85", dije en voz baja mientras veía las primeras imágenes de los 7.1 grados que pusieron de rodillas a la ciudad. Minutos antes, la tragedia que nos abrazaba revivió esa mezcla de sorpresa y miedo que sacudió no sólo la rutina, sino también la conciencia que se transformó en solidaridad.
Esa tarde el regreso a casa fue muy distinto, tardío, complicado, envuelto en angustia, silencio y miradas que no asimilaban lo que sucedía a nuestro alrededor: edificios colapsados, fachadas derruidas, personas caminando en avenidas; temor y desesperanza a cada paso.
A la par de lo minutos corrían imágenes y noticias que daban cuenta de la magnitud del sismo para ponernos frente a un reto histórico. Apagamos la televisión y prendimos la empatía verdadera, aquella nos hermana aunque seamos desconocidos, la honesta, de corazón.
Por unos minutos acepté las lágrimas que me provocaron la incertidumbre, el recuerdo y la herida que renacía. Cerré mi habitación y mis ojos, y en un momento de breve soledad el ejercicio de catarsis dio paso a la movilización, al querer ayudar como fuera y desde donde estaba.
Convertimos el luto en esperanza, las dudas en manos que sumaban, la tecnología en nuestra aliada; no había detalles simples, todos sumaban; el descanso se reagendó porque la necesidad apremiaba. Fuimos uno solo, un México, una sociedad que logró ver más allá de sus diferencias.
La fecha en el calendario nos ha marcado y somos parte de ella. Hoy, un año después, sé que un minuto de silencio no basta para rendir homenaje a quienes no lograron sobrevivir, pero también puedo decir con plena certeza que la fe en nosotros mismos está vigente. Algunos imaginan un país realmente unido y hay quienes lo realizan: yo fui testigo de lo segundo.

jueves, 19 de abril de 2018

Un año después


Dicen que regresar a los lugares que amamos no sólo es recordar, sino que también es una forma de hacer frente a la cotidianidad que nos envuelve. Hoy se cumple un año de no visitar este sitio, refugio de letras que albergo desde hace poco más de una década y el sentir es extraño, pues tuve a cuestas un silencio voluntario plagado de pretextos que iban del escaso autoconvencimiento hasta la indiferencia en pleno.

Al inicio parecía aterrador, lo confieso, porque una gran parte de mí estaba aquí entre líneas y anécdotas, entre desvelos y lejanías. Entonces la ausencia se hizo presente, el sinsentido apareció de manera esporádica y el olvido fue ganando terreno. “Debe ser normal un proceso así, un respiro, la nada”, pensé en algún momento.

Hoy me encuentro con un rincón intacto, con cientos de ideas, imágenes y lo pendiente. Echar un vistazo al pasado fue rememorar esa relación con lo exterior desde el interior y lo cierto es que hoy no soy el mismo de la última vez. Las experiencias han llegado a veces sin tiempo de asimilar y tal vez esté en una especie de pausa, de un letargo que espera su fin.

Regresé porque faltan letras y relatos, porque el silencio no debe ser permanente y la expresión necesita espacio. Es grato saberse aquí nuevamente, entre títulos y frases, bajo la premisa de no fomentar más el abandono.

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...