Dicen que regresar a los lugares que amamos no sólo
es recordar, sino que también es una forma de hacer frente a la cotidianidad
que nos envuelve. Hoy se cumple un año de no visitar este sitio, refugio de
letras que albergo desde hace poco más de una década y el sentir es extraño,
pues tuve a cuestas un silencio voluntario plagado de pretextos que iban del
escaso autoconvencimiento hasta la indiferencia en pleno.
Al inicio parecía aterrador, lo confieso, porque una
gran parte de mí estaba aquí entre líneas y anécdotas, entre desvelos y
lejanías. Entonces la ausencia se hizo presente, el sinsentido apareció de
manera esporádica y el olvido fue ganando terreno. “Debe ser normal un proceso
así, un respiro, la nada”, pensé en algún momento.
Hoy me encuentro con un rincón intacto, con cientos
de ideas, imágenes y lo pendiente. Echar un vistazo al pasado fue rememorar esa relación con lo exterior desde el interior y lo cierto es que hoy no soy el mismo de la última vez. Las experiencias han llegado a veces sin tiempo de asimilar y tal vez esté en una especie de pausa, de un letargo que espera su fin.
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