jueves, 6 de septiembre de 2007

¿Para qué estudiar?

Eran las ocho de la noche y yo, con unas ganas angustiantes de escribir algo, no tenía ni idea de cómo empezar. Ningún tema asaltaba mi cabeza y los minutos pasaban, así que eché un vistazo a un diario electrónico y entre tantas noticias una me provocó risa, pero luego me hizo analizar el asunto.

No le haré comercial al producto, sólo diré que era una guía de estudio para presentar el examen de ingreso a la universidad. ¿Y cuál es lo extraño en ello si hasta yo en mis tiempos de pubertad tuve una? Pues simple y llanamente que está resuelta.

¿Maravilloso? ¿Innovador? ¿Deslumbrante? Todo lo contrario diría yo, porque promueve un producto que, dicho en palabras de los mismos emisores-vendedores, terminará con esos días de estarse quemando las pestañas en la biblioteca o de la frustración al saberse rechazado por la institución universitaria a la cual se aspira.

Publicitariamente hablando, la página web tiene el coco wash que todo producto debe llevar consigo para atraer al posible comprador: ventajas del mismo, testimoniales y la garantía de su efectividad. Pero lo alarmante es que, paradójicamente al esfuerzo que significa dar un paso así, promueve el no-estudio. Me explico: explícitamente indica que no es necesario aplicarse durante varias semanas para conocer los diversos temas, basta con repasar la guía una noche antes del examen y listo, como por arte de magia el aspirante entrará a las aulas. Seguro, como si fuera tan sencillo chutarse las 580 páginas en word de semejante mamotreto electrónico. Sólo con leer la cifra ya me dio flojera y, seamos sinceros, si en un mes a veces medio se estudia una guía, en una noche por supuesto que será bien fácil estudiar y sobre todo aprenderse temas de matemáticas, inglés, física, química, biología y demás.

Yo recuerdo que para entrar a la prepa mi guía tenía hasta atrás el apartado de respuestas. Era como una tomada de pelo pensar que, estando en la edad del relajo y teniendo a unas cuantas páginas el asunto resuelto, iba a estar día y noche estudiando. Más fácil no podía ser. Era casi como tener el examen contestado. ¿Por qué entonces no ahorrarse semejante protocolo y permitir a todo aquel poseedor del librito mágico entrar automáticamente a la universidad? Ya quisiera yo tener esa dichosa guía para mi examen profesional y así dejo de preocuparme tanto. Me voy de vacaciones un mes y una noche antes del majestuoso evento, de regreso en el autobús, le echo una leidita al manual y ya está... ajá.

Imagino la vida así: el artista que minutos antes monta su recital y le sale a la perfección; los maestros de la música ofreciendo conciertos cuando leyeron sus partituras previo a la hora del evento; el abogado defensor del acusado con argumentos sacados de la chistera antes de entrar a la sala; o aquel deportista que se prepara para su competencia al llegar a la pista. Hasta dónde hemos llegado. Y pensar que así se pretende elevar el nivel de la educación. Más bien será el fomento a la flojera, aunque a muy bajo costo. ¿No tendrán algo así para resolver mis problemas? Solicito pues “El manualito de último momento”.

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