Año 2007. Tenemos tecnología de punta: celulares, videojuegos, autos y computadoras. Existen aviones que nos ponen al otro lado del mundo en cuestión de horas. A estas alturas, una película completita cabe en un disco de 11.5 centímetros de diámetro y podemos meter 450 canciones en el mismo espacio. Hasta se presume que el hombre puede ir de paseo más allá de las fronteras terrestres.
Todo parece maravilloso. Puedo tener dos o tres novias por internet y aumentar la cifra según mis aptitudes cibernéticas. La ciencia y la medicina avanzan a pasos agigantados con el correr de los años, no se diga las artes y el deporte. Pero como en todo bello cuento, el lado negativo aparece... ya decía yo que no podía ser todo color de rosa.
Comienzo pues el debate en torno al tema. Yo, desde ahora, fijo mi postura: repudio por completo las corridas de toros. Jamás he ido a una, y tampoco me interesa. He visto por televisión la manera en que el público se alborota cuando el animal cae muerto ante los pies del torero. ¿Y cuál es el chiste? ¿Demostrar valentía ante un ser vivo que no tiene el mismo desarrollo intelectual que nosotros? Valdría más mantener una familia o educar debidamente a los hijos, diría yo.
Mis ojos repasaban hoy unos videos donde los cuernos terminaban ensartados en algunos cuerpos humanos y todo mundo se angustiaba ante tal acontecimiento. Luego iban otros más en su auxilio a salvarlo de semejante apuro y el susodicho salía todo quebrado en medio de un mar de aplausos. Yo me he lesionado dos veces por practicar deporte y nadie fue para ponerse de pie y reconocer mi esforzada participación en la cancha, tal vez porque en lugar de tener enfrente a un toro de 2 toneladas, tenía a un portero de 60 kilos, y éste no poseía cuernos sino un par de guantes medio desgastados.
Y nos jactamos de ser civilizados. La idea nacida en España y que tomó tintes modernos en el siglo XVIII ha heredado cruentas batallas entre un animal de cuatro patas y otro de dos, donde, si el primero muere, qué a todo dar, y si la parca recoge al segundo, ay pobrecito. La tortura disfrazada de espectáculo público es algo inconcebible desde mi perspectiva. He visto tambalearse a un animal mientras escupe sangre a borbotones con banderillas clavadas en su cuerpo y una espada ensartada, porque ya no le queda ni la voluntad de huir de ese lugar, y el acto es "sublime". Ah pero eso sí, dramático resulta cuando el torero vuela por los aires y lo rematan con unos pisotones en el suelo... por favor, es como querer andar de rodillas en el periférico esperando acabar sin un solo rasguño.
Entonces si hablamos de tradición, ¿por qué no llevar al estadio Azteca espectáculos donde algunas personas se metan a la cancha en compañía de tigres, elefantes y jirafas, para ver quien sale vivo? Digo, si era común en el Coliseo de Roma heredemos pues esos eventos.
Me pregunto dos cosas: ¿cuál ha sido el delito de los toros para que sean sentenciados a morir de tal forma?, y lo que me tiene más preocupado, ¿qué motiva a alguien a ponerse frente a miles de kilos movidos por cuatro patas y con dos cuernotes para “ganarse el respeto” de la multitud? Si se trata de jugarse la vida, probemos lanzarnos de un edificio o cruzar una vía cuando pasa el tren.
Esto debe tener raíces rituales, algo genético o qué sé yo, pero si la evolución ha servido para algo, quiero creer que no es sólo para mantenernos de pie y caminar derechos. Hay cosas por las cuales aún me siento tan primitivo pero bien podríamos vestirlas “de luces”.
Y hablando de salir en hombros, vino a mi mente aquella anécdota en la cual el exceso de tequilas me hizo acabar en tales condiciones ante una multitud, y esa ocasión ni capote ni espada llevaba... ¡qué bueno que tampoco había toro!
Todo parece maravilloso. Puedo tener dos o tres novias por internet y aumentar la cifra según mis aptitudes cibernéticas. La ciencia y la medicina avanzan a pasos agigantados con el correr de los años, no se diga las artes y el deporte. Pero como en todo bello cuento, el lado negativo aparece... ya decía yo que no podía ser todo color de rosa.
Comienzo pues el debate en torno al tema. Yo, desde ahora, fijo mi postura: repudio por completo las corridas de toros. Jamás he ido a una, y tampoco me interesa. He visto por televisión la manera en que el público se alborota cuando el animal cae muerto ante los pies del torero. ¿Y cuál es el chiste? ¿Demostrar valentía ante un ser vivo que no tiene el mismo desarrollo intelectual que nosotros? Valdría más mantener una familia o educar debidamente a los hijos, diría yo.
Mis ojos repasaban hoy unos videos donde los cuernos terminaban ensartados en algunos cuerpos humanos y todo mundo se angustiaba ante tal acontecimiento. Luego iban otros más en su auxilio a salvarlo de semejante apuro y el susodicho salía todo quebrado en medio de un mar de aplausos. Yo me he lesionado dos veces por practicar deporte y nadie fue para ponerse de pie y reconocer mi esforzada participación en la cancha, tal vez porque en lugar de tener enfrente a un toro de 2 toneladas, tenía a un portero de 60 kilos, y éste no poseía cuernos sino un par de guantes medio desgastados.
Y nos jactamos de ser civilizados. La idea nacida en España y que tomó tintes modernos en el siglo XVIII ha heredado cruentas batallas entre un animal de cuatro patas y otro de dos, donde, si el primero muere, qué a todo dar, y si la parca recoge al segundo, ay pobrecito. La tortura disfrazada de espectáculo público es algo inconcebible desde mi perspectiva. He visto tambalearse a un animal mientras escupe sangre a borbotones con banderillas clavadas en su cuerpo y una espada ensartada, porque ya no le queda ni la voluntad de huir de ese lugar, y el acto es "sublime". Ah pero eso sí, dramático resulta cuando el torero vuela por los aires y lo rematan con unos pisotones en el suelo... por favor, es como querer andar de rodillas en el periférico esperando acabar sin un solo rasguño.
Entonces si hablamos de tradición, ¿por qué no llevar al estadio Azteca espectáculos donde algunas personas se metan a la cancha en compañía de tigres, elefantes y jirafas, para ver quien sale vivo? Digo, si era común en el Coliseo de Roma heredemos pues esos eventos.
Me pregunto dos cosas: ¿cuál ha sido el delito de los toros para que sean sentenciados a morir de tal forma?, y lo que me tiene más preocupado, ¿qué motiva a alguien a ponerse frente a miles de kilos movidos por cuatro patas y con dos cuernotes para “ganarse el respeto” de la multitud? Si se trata de jugarse la vida, probemos lanzarnos de un edificio o cruzar una vía cuando pasa el tren.
Esto debe tener raíces rituales, algo genético o qué sé yo, pero si la evolución ha servido para algo, quiero creer que no es sólo para mantenernos de pie y caminar derechos. Hay cosas por las cuales aún me siento tan primitivo pero bien podríamos vestirlas “de luces”.
Y hablando de salir en hombros, vino a mi mente aquella anécdota en la cual el exceso de tequilas me hizo acabar en tales condiciones ante una multitud, y esa ocasión ni capote ni espada llevaba... ¡qué bueno que tampoco había toro!
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