lunes, 10 de septiembre de 2007

Estrellitis

El mundo de los espectáculos nunca ha sido de mi total agrado: que si la mosca parada en la cabeza de Luismi, el embarazo de no sé quién, si se le vio en un restaurante con fulano...

Cuando era niño soñaba con ser famoso, cantante, artista o algo semejante, pero ahora las ganas me han bajado de intensidad al saber de programas y “periodistas” que, con tal de obtener su nota, se meten hasta en el baño del sujeto en discordia. Ya me imagino la primera plana de una revista gritando mi romance con la Tigresa, o que la Pau me invitó a una party en su yate, o sea, ¡mega fashion!

Hoy, estando en mis cinco sentidos, ya no me veo con los pies postrados en ese mundo. Prefiero ver de lejecitos a quienes se suben a un escenario y admirar a alguien cuyo trabajo sea decente, al menos, para tildarlo de artista. Sin embargo, esta tarde vi algo que realmente me puso a pensar. Lo descubrí al ver el video donde reapareció la tan sonada y casi colapsada Britney Spears. La verdad no me viene a la cabeza algún adjetivo para nombrar su situación, y no me refiero a sus escándalos personales porque finalmente cada quien hace con su vida lo que le da la gana, sino más bien al mundo existente detrás de ella.

Comprobado está que le llegó la fama por donde menos la esperaba y ¡zas!, la caída después fue brutal. Recuerdo haber visto a esa colegiala inocente bailar y cantar letras simplonas pero eficientes para la mercadotecnia que se movía a la par de su cadera. No importaba lo que emanara de su linda boca, bastaba un rostro bello, un cuerpo con medidas precisas y una actitud puberta para destilar hormonas. Ya luego vino aquello de salir a escena creyendo ser domadora de serpientes enroscadas en el cuello, y posteriormente lo máximo en su carrera: el maravillosamente asqueroso beso con Madonna.

Buenos tiempos aquellos para la chava, pero el dinero, las parrandas, las “buenas” amistades y un par de acostones con sus respectivas consecuencias le dieron en la torre. Reitero que me importa un comino su vida porque seguramente de igual forma le ha de importar la mía, lo feo del caso es la genial idea para querer revivirla (“artísticamente” hablando) cuando apenas y se puede mantener en pie.

¿A quién le urgiría mandar al escenario a una mujer fuera de ritmo presumiendo sus kilitos de más, y encima de todo hacer creer al público que en esa situación podía cantar? Si planearon eso como un empujoncito a su carrera, más bien creo que el resultado fue un tremendo sentón.

Si fue plan publicitario, definitivamente está reprobado el autor de semejante acto, a menos que hubiera fumado de la buena. Se veía que de la jarra con sus cuates se fue a actuar porque esa coreografía ni mi abuelita se la cree. Yo bailé mejor en segundo de primaria una rola de Cri-Cri y ni las gracias me dieron por aquel impresionante papelón. Ahora sí ni las luces y un pelotón de bailarines le ayudaron a la pobre.

Decepcionante desde luego, pero peor tantito la estrategia de volverla a aventar a la fama de esa manera. No es necesario analizar profundamente el asunto para darse cuenta de que primero se debería poner orden en su vida —si quiere—, porque tal vez ya le gustaron las parrandas y así es feliz, para luego proponerle el retorno a su lugar musical (si aún lo conserva).

En sus inicios, la mercadotecnia vio en ella una mina de oro y hoy se está tronando los dedos. ¿Cómo reposicionar a la Britney de antaño? Eso sí es un reto a la creatividad, porque lo que una vez fue Baby, one more time, hoy es un Baby one more try.

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