martes, 18 de diciembre de 2007

Queridos Reyes Magos

Veintisiete años bien podrían ser el pretexto perfecto para evitar recurrir a ustedes en estas fechas. Ya saben, dirían que soy muy grande para creer en eso y además de todo los juguetes ya no van con mi estilo. Seamos sinceros, los carritos con los que solía jugar, ahora se han convertido en objetos de diversos tamaños que circulan por las calles llenándolas de histeria y contaminándolas por doquier. La bicicleta, de cualquier modo, me llena un poco más y de ella no hay queja hasta el momento. Ya tengo una, gracias.

Olvidemos pues los juguetes. Si alguna ración de todo lo que abarrota los centros comerciales me correspondiera, créanme, pueden dársela a los niños olvidados en algún rincón del país y del mundo para pintarles una sonrisa y les llene de esperanza al menos por un día. Tal vez lo necesiten más que ustedes y que yo.

Pero dejemos los rollos para otra ocasión. En vísperas de su reparto de regalos han de pensar que chutarse mi carta ha de ser casi una pérdida de tiempo y menos querrán darme algo. Les pido paciencia, por eso la envío con anticipación para que no se nieguen, al menos, a leerla.

Paso entonces a lo siguiente: ¿podrían hacer un breve (o mejor dicho, un amplio) ajuste en la programación televisiva? Para un simple mortal como yo, con escasos canales metidos en esa caja cuadrada, tragarme la industria chismográfica o los bombardeos del otro lado del mundo que me dan las buenas noches antes de dormir, me hacen refugiarme en cualquier rincón de mi cama por la necesidad imperiosa de sentir miedo ante tales cosas.

De la radio tengo menos queja. En todo caso les pediría dejarle las rolas ochenteras y noventeras, con las demás pueden hacer lo que quieran. Ah, y por favor saquen del cuadrante todos los programas que sólo tratan de barrabasadas en horarios que bien podrían rellenarse con asuntos más interesantes.

Invádanme de CD’s (cuando la economía lo pueda), ya saben, de los que me laten. Nunca dejen incurrir al cine en incidencias extrañas para evitar su clausura y regálenme, aunque sea directito de los estudios hollywoodenses, algún largometraje de terror que no pertenezca al apartado “churros de pacotilla”. También les pido seguridad en las dos ruedas que conduzco a altas velocidades y algún buen paisaje para mi lente fotográfica.

Dejen a mis piernas correr otros tantos kilómetros y que no me ataquen los calambres en el kilómetro uno. A mi familia y amigos tráiganles salud (física, no líquida... bueno, sí pero leve), y lo necesario para subsistir a gusto en este mundo medio caótico y medio placentero. Ellos sabrán cuál carril escogen.

Por cierto, ahora que recuerdo, hace un año por primera vez patiné sobre hielo. Me sentía como en el show de Disney presentado en el Auditorio Nacional. Y gracias a mi primo y su tarjeta de descuento al 2 x 1, un hueco hacía falta por llenar para cumplir con la promoción. Entonces ahí va Alejandro, con su paso de borracho paseándose por la pista y luciendo sus mejores acrobacias que por fortuna jamás terminaron en el suelo. Valga este pretexto para pedir unos patines, no para hielo (a menos que me guarde en el congelador un rato), con rueditas basta para aprender. Espero pronto darles batalla a mis primas que me rebasaban como Schumacher corriendo ante el peor novato del automovilismo. No importa que sean unos de $100 porque, créanme, volví a sentirme niño y eso... no tiene precio.

Y si de aquí al 5 de enero se me ocurre algo más, con toda confianza espero poder aumentar mis peticiones. Ojalá que mi carta por internet llegue debidamente y luego no le echen la culpa a la caída del Infinutum para no recibir mis regalos. Ah, y por favor, recuerden que me comí la sopa, hice mi tarea y, sobre todo, me porté muy bien.

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