Último día del año. Recuerdos, melancolía... tanto que viene a la memoria en estos instantes y se quedará archivado con fecha de 2007.
Pues bien, estas líneas las dedicaré únicamente al ámbito deportivo, el cual tuve la fortuna de compartir con varios amigos. Y es que hoy pisé por última vez en este año un circuito de carreras y ese hecho me incitó a escribir en este espacio.
Nuevamente 10 kilómetros eran el objetivo, aunque la meta personal de acabar con ellos en 50 minutos quedó rebasada por una surgida en el instante del disparo de salida. Una compañera comenzaba su andar y, al tomar la delantera, en los primeros 100 metros le di alcance. Entonces comenzó el reto.
“Al diablo con los 50, habrá más carreras para lograrlos”, pensé. A veces uno se obsesiona tanto con los asuntos individuales que no deja cabida a otros compartidos que pueden llenarte mucho más como persona. Y no me equivoqué. Cruzar la meta juntos fue más gratificante que haber parado el cronómetro minutos antes, porque el gusto de saberte cómplice de algo que desprenda una sonrisa merece luchar por ello.
Hoy recordé esa lección y la sumo a otras más que este año deportivo me dejó: saber que, por muy lejana que parezca la meta, la preparación y la perseverancia te mantienen en la lucha; que a pesar de que los amigos se separen en el trayecto, al final sabemos que estarán esperando por ti, no importa cuánto tardes; que muchos, en el afán de la impaciencia, arrancan a grandes velocidades, pero en el camino los ves doblegarse; que la vida está hecha de pequeños retos, y en ellos puedes ganar o perder, pero jamás dejar vencerte de manera tan sencilla; y que el reconocimiento material se archiva en algún cajón, pero el instante preciso de un logro compartido se guarda en la memoria... ¿qué vale más entonces?
Sin temor a equivocarme, hoy puedo asegurar que algunos circuitos, un pants, una playera, un par de tenis y hasta una bicicleta me enseñaron más de lo que yo pensé algún día. Cinco o 32 kilómetros, da igual. Lo que he aprendido en esos andares es una analogía con la vida que he saboreado en cada metro recorrido y eso no me lo quita nadie. Levantarse temprano, muchas veces con el frío a cuestas y en fines de semana, vale mucho más que escuchar el despertador a las 10 de la mañana si de convivir con los amigos se trata. Viveros, CU, Cuemanco, Bosque de Tlalpan, ciclotones y la Avenida Insurgentes los revivo nuevamente en espera de ver llegar muchos más.
Otros retos ya están en mis planes, y el 2008 será testigo de esos logros (espero). Mientras tanto, agradezco a través de este medio a todos y cada uno de los que con su energía y constancia me permitieron ser parte de esos momentos que hoy viven en mi recuerdo (ustedes saben bien a quienes me refiero, con nombres y apellidos). Sigamos así no sólo en el año venidero, sino por mucho tiempo más... ¡Salud!
Pues bien, estas líneas las dedicaré únicamente al ámbito deportivo, el cual tuve la fortuna de compartir con varios amigos. Y es que hoy pisé por última vez en este año un circuito de carreras y ese hecho me incitó a escribir en este espacio.
Nuevamente 10 kilómetros eran el objetivo, aunque la meta personal de acabar con ellos en 50 minutos quedó rebasada por una surgida en el instante del disparo de salida. Una compañera comenzaba su andar y, al tomar la delantera, en los primeros 100 metros le di alcance. Entonces comenzó el reto.
“Al diablo con los 50, habrá más carreras para lograrlos”, pensé. A veces uno se obsesiona tanto con los asuntos individuales que no deja cabida a otros compartidos que pueden llenarte mucho más como persona. Y no me equivoqué. Cruzar la meta juntos fue más gratificante que haber parado el cronómetro minutos antes, porque el gusto de saberte cómplice de algo que desprenda una sonrisa merece luchar por ello.
Hoy recordé esa lección y la sumo a otras más que este año deportivo me dejó: saber que, por muy lejana que parezca la meta, la preparación y la perseverancia te mantienen en la lucha; que a pesar de que los amigos se separen en el trayecto, al final sabemos que estarán esperando por ti, no importa cuánto tardes; que muchos, en el afán de la impaciencia, arrancan a grandes velocidades, pero en el camino los ves doblegarse; que la vida está hecha de pequeños retos, y en ellos puedes ganar o perder, pero jamás dejar vencerte de manera tan sencilla; y que el reconocimiento material se archiva en algún cajón, pero el instante preciso de un logro compartido se guarda en la memoria... ¿qué vale más entonces?
Sin temor a equivocarme, hoy puedo asegurar que algunos circuitos, un pants, una playera, un par de tenis y hasta una bicicleta me enseñaron más de lo que yo pensé algún día. Cinco o 32 kilómetros, da igual. Lo que he aprendido en esos andares es una analogía con la vida que he saboreado en cada metro recorrido y eso no me lo quita nadie. Levantarse temprano, muchas veces con el frío a cuestas y en fines de semana, vale mucho más que escuchar el despertador a las 10 de la mañana si de convivir con los amigos se trata. Viveros, CU, Cuemanco, Bosque de Tlalpan, ciclotones y la Avenida Insurgentes los revivo nuevamente en espera de ver llegar muchos más.
Otros retos ya están en mis planes, y el 2008 será testigo de esos logros (espero). Mientras tanto, agradezco a través de este medio a todos y cada uno de los que con su energía y constancia me permitieron ser parte de esos momentos que hoy viven en mi recuerdo (ustedes saben bien a quienes me refiero, con nombres y apellidos). Sigamos así no sólo en el año venidero, sino por mucho tiempo más... ¡Salud!
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