Después de un año volví al mismo lugar y ahí, entre la luz tenue y el silencio, me sorprendió encontrarla nuevamente. De inmediato se reavivó en mí el interés por recordar su particular historia y, frente a ella, no pude hacer más que susurrar su nombre. Su mirada estaba fija en aquella sala y su belleza continuaba intacta. Su rostro denotaba satisfacción y su cuerpo, desnudo bajo el agua carmín de la tina, parecía convencido de haber encontrado el mayor anhelo de su existencia. Sobre ella colgaba una joven mujer sin vida que resultó ser una más de sus 600 víctimas mortales. Así comenzó la leyenda…
Transilvania fue su cuna y, tras quedar viuda, el castillo de Csejthe fue la morada donde su vida —y su muerte— le dieron un lugar en la historia. Perteneciente a una familia noble, ofrecía trabajo a las mujeres jóvenes del pueblo a cambio de un atractivo pago. Sin embargo, la idea de encontrar la eterna juventud ocupó un espacio primordial en su existencia y ellas eran su mejor argumento para su macabro propósito.
Dedicada a la magia negra y el mundo oculto, estaba segura de que la sangre de vírgenes podía ser el remedio para jamás envejecer, y los calabozos del castillo, llenos de jóvenes atraídas por el supuesto trabajo que ella les ofrecía, presenciaron ritos de brujería en los cuales varias fueron sacrificadas para satisfacer los deseos de sangre de La Condesa.
Sus métodos sugerían una crueldad jamás imaginada: navajas que atravesaban cuerpos con el objetivo de guardar el vital líquido para el baño donde se sumergía; tijeras que abrían venas de mujeres y así servirle sangre fresca; mordidas que arrancaban tiras de carne y desgarraban nariz, labios y partes íntimas; palillos puntiagudos de madera clavados bajo las uñas de las muchachas; pezones perforados con largas agujas incandescentes; y cuando los gritos de dolor se hacían presentes, la boca de las dolientes era cosida con hilo y aguja.
Durante una década sus actos se fraguaron con el argumento de la juventud eterna, pero después de este tiempo, una de sus víctimas logró huir del castillo y su acusación llegó a oídos de las autoridades. Los calabozos fueron descubiertos y la culpable fue encontrada. La condena a muerte nunca llegó, pues su condición de noble la salvó, sin embargo, fue encerrada en la torre del castillo donde se le dejó únicamente un pequeño espacio para darle comida. Fue encontrada sin vida el 14 de agosto de 1614…
Ella habita actualmente en la esquina de las calles Victoria y Revillagigedo, en el Centro Histórico, donde nuevamente estuvo frente a mí, como si la eterna juventud por la cual vivió y murió estuviera presente. Mujer como pocas —o tal vez ninguna— da cuenta de lo sanguinario que puede ser una persona. Ante ella, las palabras huyen, el aliento se pierde y parpadear se vuelve un verdadero lujo… su nombre: Erzsebeth Bathory.
Transilvania fue su cuna y, tras quedar viuda, el castillo de Csejthe fue la morada donde su vida —y su muerte— le dieron un lugar en la historia. Perteneciente a una familia noble, ofrecía trabajo a las mujeres jóvenes del pueblo a cambio de un atractivo pago. Sin embargo, la idea de encontrar la eterna juventud ocupó un espacio primordial en su existencia y ellas eran su mejor argumento para su macabro propósito.
Dedicada a la magia negra y el mundo oculto, estaba segura de que la sangre de vírgenes podía ser el remedio para jamás envejecer, y los calabozos del castillo, llenos de jóvenes atraídas por el supuesto trabajo que ella les ofrecía, presenciaron ritos de brujería en los cuales varias fueron sacrificadas para satisfacer los deseos de sangre de La Condesa.
Sus métodos sugerían una crueldad jamás imaginada: navajas que atravesaban cuerpos con el objetivo de guardar el vital líquido para el baño donde se sumergía; tijeras que abrían venas de mujeres y así servirle sangre fresca; mordidas que arrancaban tiras de carne y desgarraban nariz, labios y partes íntimas; palillos puntiagudos de madera clavados bajo las uñas de las muchachas; pezones perforados con largas agujas incandescentes; y cuando los gritos de dolor se hacían presentes, la boca de las dolientes era cosida con hilo y aguja.
Durante una década sus actos se fraguaron con el argumento de la juventud eterna, pero después de este tiempo, una de sus víctimas logró huir del castillo y su acusación llegó a oídos de las autoridades. Los calabozos fueron descubiertos y la culpable fue encontrada. La condena a muerte nunca llegó, pues su condición de noble la salvó, sin embargo, fue encerrada en la torre del castillo donde se le dejó únicamente un pequeño espacio para darle comida. Fue encontrada sin vida el 14 de agosto de 1614…
Ella habita actualmente en la esquina de las calles Victoria y Revillagigedo, en el Centro Histórico, donde nuevamente estuvo frente a mí, como si la eterna juventud por la cual vivió y murió estuviera presente. Mujer como pocas —o tal vez ninguna— da cuenta de lo sanguinario que puede ser una persona. Ante ella, las palabras huyen, el aliento se pierde y parpadear se vuelve un verdadero lujo… su nombre: Erzsebeth Bathory.
No hay comentarios:
Publicar un comentario