Nada mejor que un primer lugar para celebrar el tan sonado bicentenario en territorio nacional. ¿O acaso existe algo mejor que estar parados en el pódium para presumir el número uno a nivel mundial? Muchos países nos observan y, orgullosos de nuestro gran empeño por lograrlo, debemos dar el ejemplo incluso más allá de nuestras fronteras.
Dejémonos pues de tanto discurso chafa, politiquería barata y teatros televisivos que a diario nos atascan la pupila y los oídos. Mejor demos paso a un festejo lleno de sabores, formas y colores, pues la gastronomía chatarra es nuestro mero mole, pregúntenle a los niños mexicanos y la respuesta será contundente: primer lugar en obesidad infantil en el globo terráqueo.
La pregunta es muy sencilla: cuándo usted ve caminar por la calle a un niño con sobrepeso, ¿su gesto es de risa y/o ternura, o la preocupación invade momentáneamente su rostro? Si su respuesta fue afirmativa para la primera opción, existen dos alternativas: o es su hijo y le importa un soberano cacahuate su salud, o bien aplica aquella frase divertida pero tan ridícula de “mejor gordo que dé risa y no flaco que dé lástima”. De ser así, no tiene más qué hacer en este post y puede perder su tiempo es asuntos más triviales. Pero si eligió la segunda posibilidad, sea bienvenido al mundo real y continúe leyendo, tal vez algún dato esparcido por aquí le sea de utilidad.
Resulta que en 2010 la cifra de infantes de entre 5 y 11 años con “llantitas y cachetes rebosantes” ascendió a 4.5 millones en territorio nacional. ¿Cuál es el problema entonces, si al abrir sus loncheras a la hora del recreo encuentran cualquier cantidad de porquería en forma de alimento? Nada para alarmarnos, por supuesto, solamente algunas nimiedades que poco deberían interesarnos. ¿O acaso tienen importancia los riesgos provocados por este mal, como la hipertensión arterial, infartos, enfermedades vasculares y cáncer de esófago o riñón? Súmele la autoestima minada que poseerá su chamaco cuando sus compañeros lo bauticen bajo distintos nombres como el Niño-Michelín o Ñono. ¿Casi nada verdad?
Y no culpemos a la publicidad como algunos pretenden. Si su hijo pasa horas frente al televisor machacándose las neuronas, la responsabilidad —o irresponsabilidad— es de quien lo puso ahí; si además evita el ejercicio porque el Play Station lo satisface más con menos esfuerzo, y los directivos escolares piensan que practicarlo es una pérdida de tiempo, entonces no busquemos un auténtico milagro.
Más allá de planes gubernamentales y programas alimentarios dictados por Secretarías de Salud, la solución empieza en el hogar y nosotros somos los principales protagonistas. Revisemos la lista del mercado, abramos la alacena y rectifiquemos nuestros hábitos antes de sentarnos a la mesa. Tampoco satanicemos a los productos que hoy están en boca de muchos niños, porque su ingesta, en la debida proporción, incluso es necesaria para su formación física. Lo malo está en abusar de ellos y tomarlos como patrón de alimentación diaria. Luego en la edad adulta pagan el precio, y si no me creen, basta con mencionar que México es el principal consumidor de refrescos en el mundo, con un promedio de 160 litros anuales por individuo. ¿Verdad que ya no resulta muy gracioso? Se los dejo de tarea.
Dejémonos pues de tanto discurso chafa, politiquería barata y teatros televisivos que a diario nos atascan la pupila y los oídos. Mejor demos paso a un festejo lleno de sabores, formas y colores, pues la gastronomía chatarra es nuestro mero mole, pregúntenle a los niños mexicanos y la respuesta será contundente: primer lugar en obesidad infantil en el globo terráqueo.
La pregunta es muy sencilla: cuándo usted ve caminar por la calle a un niño con sobrepeso, ¿su gesto es de risa y/o ternura, o la preocupación invade momentáneamente su rostro? Si su respuesta fue afirmativa para la primera opción, existen dos alternativas: o es su hijo y le importa un soberano cacahuate su salud, o bien aplica aquella frase divertida pero tan ridícula de “mejor gordo que dé risa y no flaco que dé lástima”. De ser así, no tiene más qué hacer en este post y puede perder su tiempo es asuntos más triviales. Pero si eligió la segunda posibilidad, sea bienvenido al mundo real y continúe leyendo, tal vez algún dato esparcido por aquí le sea de utilidad.
Resulta que en 2010 la cifra de infantes de entre 5 y 11 años con “llantitas y cachetes rebosantes” ascendió a 4.5 millones en territorio nacional. ¿Cuál es el problema entonces, si al abrir sus loncheras a la hora del recreo encuentran cualquier cantidad de porquería en forma de alimento? Nada para alarmarnos, por supuesto, solamente algunas nimiedades que poco deberían interesarnos. ¿O acaso tienen importancia los riesgos provocados por este mal, como la hipertensión arterial, infartos, enfermedades vasculares y cáncer de esófago o riñón? Súmele la autoestima minada que poseerá su chamaco cuando sus compañeros lo bauticen bajo distintos nombres como el Niño-Michelín o Ñono. ¿Casi nada verdad?
Y no culpemos a la publicidad como algunos pretenden. Si su hijo pasa horas frente al televisor machacándose las neuronas, la responsabilidad —o irresponsabilidad— es de quien lo puso ahí; si además evita el ejercicio porque el Play Station lo satisface más con menos esfuerzo, y los directivos escolares piensan que practicarlo es una pérdida de tiempo, entonces no busquemos un auténtico milagro.
Más allá de planes gubernamentales y programas alimentarios dictados por Secretarías de Salud, la solución empieza en el hogar y nosotros somos los principales protagonistas. Revisemos la lista del mercado, abramos la alacena y rectifiquemos nuestros hábitos antes de sentarnos a la mesa. Tampoco satanicemos a los productos que hoy están en boca de muchos niños, porque su ingesta, en la debida proporción, incluso es necesaria para su formación física. Lo malo está en abusar de ellos y tomarlos como patrón de alimentación diaria. Luego en la edad adulta pagan el precio, y si no me creen, basta con mencionar que México es el principal consumidor de refrescos en el mundo, con un promedio de 160 litros anuales por individuo. ¿Verdad que ya no resulta muy gracioso? Se los dejo de tarea.
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