sábado, 24 de noviembre de 2007

Tentaciones

Ya hasta perdí la cuenta. En mi casa, en el trabajo, y sólo falta en el celular, una y otra vez me han llamado para ofrecerme créditos y tarjetas bancarias. ¿De dónde obtuvieron mis datos? Lo ignoro por completo, pero ha sido sumamente molesto “el detalle” de ofrecerme dinero para despacharme compras por doquier y luego tener deudas hasta el cuello. Un día me quejé y hasta número de reporte me dieron, aunque la verdad ya se me olvidó porque no sirvió para mucho, las llamadas continuaron.

Alguna ocasión pensé en divertirme un rato con las personas que llaman, y más si eran mujeres, decirles cosas como “qué voz tan sensual tienes”, “mejor háblame de ti y dejamos para después el asunto bancario”, "si te acepto la tarjeta, ¿la podemos estrenar con una cena?", o “¿a qué hora sales por el pan?”, pero me detuve ante la tentación de hacerlo porque es su trabajo y por más que uno les diga no, finalmente cumplen con su chamba. Ni modo, desistí del cotorreo telefónico.

Y así como ofertas llueven por montones y la publicidad nos invade (llamadas, postales, dinero plástico, folletos y un extenso etcétera), hoy me enteré de algo en cuanto al tema se refiere, y no supe si debía alarmarme o tomarlo como parte de ese mundo que a veces es tan absurdo pero en el que desafortunadamente estamos inmersos.

Resulta que una chica de 16 años recibió vía correo un sobre con un vale canjeable por una cajetilla de cigarros en la compra de otra. El remitente, la empresa Philip Morris International (fabricante de Marlboro), le hizo llegar la invitación para formar parte de la estadística de personas fanáticas del cáncer y el enfisema pulmonar, y convertirse así en una adolescente más que gusten de hacer donitas de humo. Pero contradictorio el asunto: ayer vi en una tienda un letrero patrocinado por la misma empresa tabacalera que decía "No vendo cigarros a menores de edad"... entonces ya no entendí.

Al igual que me sucedió a mí con el asunto bancario telefónico, la chava tampoco sabe de dónde obtuvieron sus datos para enviarle semejante detallito. Pero independientemente de la invasión a la privacidad personal, me preocupa la voracidad de algunas empresas para intentar captar consumidores hacia su marca sin importarles la más mínima consecuencia. Paradójico resulta que muchos se anden peleando por los espacios para fumar mientras otros lo fomentan a muy temprana edad con cartitas metidas en buzones adolescentes.

Por otra parte, y viéndolo fríamente desde el enfoque publicitario, la estrategia podría ser muy eficaz, ya que el nivel de edad manejado por la compañía tabacalera es el adecuado para atraer a posibles consumidores, y más si se le relaciona con el reventón, la buena onda y los cuates... un estilo de vida anhelado por los adolescentes en la búsqueda de identidad.

¿Pero por qué mejor no mandan invitaciones a museos o a actividades culturales? ¿O por qué no fomentar el deporte o labores sociales? No, eso suena muy aburrido. Mejor hay que invitar a los jóvenes a echarse unos jalones de nicotina para hacerlos adictos y terminen su vida en una cama de hospital sin oxígeno o invadidos de cáncer.

Desde luego la parte del emisor del mensaje es clara y precisa, y de ello no tiene culpa porque además de vivir de eso, lo hacen de forma intencionada. Pero también valdría la pena defender al receptor. A veces una reglamentación se pasa por el Arco del Triunfo y, ante ello, la información es nuestra mejor aliada. Entonces hay de dos: aceptar todo cuanto nos ofrezcan, o bien, reflexionar un poco antes de decidir. En ello se nos puede ir más de lo que creemos.

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