Recuerdo cuando mi papá me llevaba al Estadio Azteca, entonces yo tenía 12 primaveras. Qué tiempos aquellos. Las filas interminables para conseguir un boleto durante la semana, las ansias porque fuera domingo y ver repletas las tribunas con 100 mil personas coreando el nombre de México... eran las eliminatorias para el mundial de 1994.
Sí, pura nostalgia futbolera. Uno podía presumir todavía de que el tricolor era el jefe en la zona de CONCACAF. Cualquiera que se paraba en el Azteca salía noqueado y si se llevaba menos de cuatro goles en contra era porque Dios había amanecido de buenas. Ambriz ponía a temblar a todo portero cuyas manitas se le doblaban ante sendos disparos a gol; Campos y sus uniformes estilo circo Atayde; Luis García con su cara de chamaco; y Zague con su eterna pierna zurda (¿apoco ha usado la otra?). Hasta Paquita la del Barrio se ha de haber inspirado en la selección gringa para componer su célebre tema “Cheque al portador”.
Los equipos rivales sólo venían de turistas porque sabían a lo que le tiraban al pisar el césped del coloso de Santa Úrsula. Honduras goleado, Canadá lo mismo, El Salvador ni se diga. Todos hacían matemáticas para calificar considerando la derrota en suelo mexicano.
Pero el tiempo pasa y con él, los buenos momentos. Hoy hasta pena me da ver a la selección y a su flamantísimo técnico que vio demasiada publicidad de los pronósticos. “¡Ya me vi!”, parecía decir una y otra vez ante los medios con su utópico campeonato mundial en las manos. Y tal vez tenga razón. Así como se muestra su equipo, ganar resulta como el Melate: sumamente canijo.
Sin embargo, no olvidemos el bicampeonato del “Macho-menos” con los Pumas (el primer título en la agonía de los penales y el segundo como el ave fénix: resurgiendo de sus cenizas). ¿Entonces algo similar se podría esperar con el Tri? El detalle está en que no se pueden comparar un club y una selección, no vaya a pensar que el Tecos es algo así como una Argentina nacionalizada tapatía. Aunque, a decir verdad, a estas alturas el cuadro zapopano tiene más argumentos futboleros que los once verdes.
Pero qué sucede si se tiene a los “europeos” jugando, hasta un “griego” se enroló a las filas nacionales y al criticón del ex-técnico argentino —pero hoy no sabe dónde esconder la cabeza—. Ya no debe ser sorpresa (espero), pues los “procesos” siempre han sido así. Lo feo es que ahora hasta con Honduras se pierde, no me quiero imaginar lo que sucedería contra Brasil, Alemania o, en el mejor de los casos, con Estados Unidos.
Además puro jugador de primer mundo tenemos: Cuauhtémoc y su instinto salvaje; el Bofo y... ¿quién es ahora el Bofo?; el “supergoleador” de Bravo; Borguetti (o más bien la cabeza de Borguetti y nada más); Kikín y sus correteadas al balón. ¿De qué nos quejamos entonces? Pero que ganen la pura billetiza, la publicidad los infle y sigan ofreciendo vergüenzas deportivas, no importa... seremos campeones del mundo, ajá. Prefiero la nostalgia a la realidad. ¡Papá, ya no me lleves al estadio!
Sí, pura nostalgia futbolera. Uno podía presumir todavía de que el tricolor era el jefe en la zona de CONCACAF. Cualquiera que se paraba en el Azteca salía noqueado y si se llevaba menos de cuatro goles en contra era porque Dios había amanecido de buenas. Ambriz ponía a temblar a todo portero cuyas manitas se le doblaban ante sendos disparos a gol; Campos y sus uniformes estilo circo Atayde; Luis García con su cara de chamaco; y Zague con su eterna pierna zurda (¿apoco ha usado la otra?). Hasta Paquita la del Barrio se ha de haber inspirado en la selección gringa para componer su célebre tema “Cheque al portador”.
Los equipos rivales sólo venían de turistas porque sabían a lo que le tiraban al pisar el césped del coloso de Santa Úrsula. Honduras goleado, Canadá lo mismo, El Salvador ni se diga. Todos hacían matemáticas para calificar considerando la derrota en suelo mexicano.
Pero el tiempo pasa y con él, los buenos momentos. Hoy hasta pena me da ver a la selección y a su flamantísimo técnico que vio demasiada publicidad de los pronósticos. “¡Ya me vi!”, parecía decir una y otra vez ante los medios con su utópico campeonato mundial en las manos. Y tal vez tenga razón. Así como se muestra su equipo, ganar resulta como el Melate: sumamente canijo.
Sin embargo, no olvidemos el bicampeonato del “Macho-menos” con los Pumas (el primer título en la agonía de los penales y el segundo como el ave fénix: resurgiendo de sus cenizas). ¿Entonces algo similar se podría esperar con el Tri? El detalle está en que no se pueden comparar un club y una selección, no vaya a pensar que el Tecos es algo así como una Argentina nacionalizada tapatía. Aunque, a decir verdad, a estas alturas el cuadro zapopano tiene más argumentos futboleros que los once verdes.
Pero qué sucede si se tiene a los “europeos” jugando, hasta un “griego” se enroló a las filas nacionales y al criticón del ex-técnico argentino —pero hoy no sabe dónde esconder la cabeza—. Ya no debe ser sorpresa (espero), pues los “procesos” siempre han sido así. Lo feo es que ahora hasta con Honduras se pierde, no me quiero imaginar lo que sucedería contra Brasil, Alemania o, en el mejor de los casos, con Estados Unidos.
Además puro jugador de primer mundo tenemos: Cuauhtémoc y su instinto salvaje; el Bofo y... ¿quién es ahora el Bofo?; el “supergoleador” de Bravo; Borguetti (o más bien la cabeza de Borguetti y nada más); Kikín y sus correteadas al balón. ¿De qué nos quejamos entonces? Pero que ganen la pura billetiza, la publicidad los infle y sigan ofreciendo vergüenzas deportivas, no importa... seremos campeones del mundo, ajá. Prefiero la nostalgia a la realidad. ¡Papá, ya no me lleves al estadio!
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