Ya me lo había advertido mi papá: llévate el paraguas. Y ahí va el terco de Alejandro con sus falsos argumentos de que la lluvia jamás llegaría y los 30 grados de ayer se repetirían hoy. Total, dieron las siete de la noche y Tláloc hizo de las suyas. Moraleja: nunca le creas al meteorológico pero sí a tu papá. Sin embargo, el asunto ya no resulta gracioso cuando, lejos de la simple flojera de cargar la sombrilla, el clima cambia tan drásticamente en un día. Las estaciones del año en este país ya son cosa del pasado y existirán solamente como referencia en los libros de ciencias naturales.
El problema se llama calentamiento global... “Ahí está el detalle”, diría Cantinflas. Y no hablo de la calentura de los pobladores del tercer planeta, esa es menos perjudicial y más placentera cuando se canaliza donde se debe y con quien se debe. Me refiero a los destrozos que le hacemos a la Tierra y a veces los pasamos por el Arco del Triunfo.
Explicaciones científicas hay muchas: los mares que suben de nivel, el deshielo polar, la capa de ozono que parece coladera... pero dejemos los términos técnicos para ocasiones más sublimes. Yo sólo veo la escasez de agua en mi casa, al fino transeúnte que tira basura donde le da la gana y a algún conciente regando su banqueta con manguera. Y si me voy a las grandes ligas, vemos desaparecer especies animales y en el futuro sólo las conoceremos en algún museo o en las monografías de cinco pesos. Sumémosle también que el vital líquido literalmente se nos va de las manos y menos podrá producirse con la tala de árboles.
Luego cuando voy a hacer ejercicio al Bosque de Tlalpan mis pulmones ya exigen un paseo por el periférico para acondicionarse nuevamente, no se creen para nada la purificada que les doy a veces. Pues claro, nada es de a gratis en este mundo, y luego nos quejamos. Entonces mi pliego petitorio es muy simple:
No derrochar agua. A las banquetas no les sale caspa si no se les lava; tampoco los autos se quejan si no se les baña a manguerazos.
No tirar basura o depositarla donde se debe. De verdad no es un sacrificio enorme poner las envolturas, migajas y cualquier desperdicio en los botes correspondientes. Inténtenlo, verán que no duele.
Usar menos el coche. En el paseo ciclista me tocó ver uno que otro automovilista enojado porque les cerraron algunas calles. Ni en domingo se zafan de las cuatro ruedas. No les pasará nada si deciden caminar un tramito a donde sea que vayan (por las ampollas en los pies no respondo).
Con esas tres acciones tenemos para comenzar, porque es culpa de todos tener al planeta donde lo tenemos. Si no somos parte de la solución entonces somos parte del problema. Ah, y finalmente, si les digo que hagan los puntos anteriores no me llamen Ecologito, ya quisiera verlos felices en sus casas con una radiante sonrisa después de tres días sin ver caer una gota de agua de la llave.
El problema se llama calentamiento global... “Ahí está el detalle”, diría Cantinflas. Y no hablo de la calentura de los pobladores del tercer planeta, esa es menos perjudicial y más placentera cuando se canaliza donde se debe y con quien se debe. Me refiero a los destrozos que le hacemos a la Tierra y a veces los pasamos por el Arco del Triunfo.
Explicaciones científicas hay muchas: los mares que suben de nivel, el deshielo polar, la capa de ozono que parece coladera... pero dejemos los términos técnicos para ocasiones más sublimes. Yo sólo veo la escasez de agua en mi casa, al fino transeúnte que tira basura donde le da la gana y a algún conciente regando su banqueta con manguera. Y si me voy a las grandes ligas, vemos desaparecer especies animales y en el futuro sólo las conoceremos en algún museo o en las monografías de cinco pesos. Sumémosle también que el vital líquido literalmente se nos va de las manos y menos podrá producirse con la tala de árboles.
Luego cuando voy a hacer ejercicio al Bosque de Tlalpan mis pulmones ya exigen un paseo por el periférico para acondicionarse nuevamente, no se creen para nada la purificada que les doy a veces. Pues claro, nada es de a gratis en este mundo, y luego nos quejamos. Entonces mi pliego petitorio es muy simple:
No derrochar agua. A las banquetas no les sale caspa si no se les lava; tampoco los autos se quejan si no se les baña a manguerazos.
No tirar basura o depositarla donde se debe. De verdad no es un sacrificio enorme poner las envolturas, migajas y cualquier desperdicio en los botes correspondientes. Inténtenlo, verán que no duele.
Usar menos el coche. En el paseo ciclista me tocó ver uno que otro automovilista enojado porque les cerraron algunas calles. Ni en domingo se zafan de las cuatro ruedas. No les pasará nada si deciden caminar un tramito a donde sea que vayan (por las ampollas en los pies no respondo).
Con esas tres acciones tenemos para comenzar, porque es culpa de todos tener al planeta donde lo tenemos. Si no somos parte de la solución entonces somos parte del problema. Ah, y finalmente, si les digo que hagan los puntos anteriores no me llamen Ecologito, ya quisiera verlos felices en sus casas con una radiante sonrisa después de tres días sin ver caer una gota de agua de la llave.
No hay comentarios:
Publicar un comentario