jueves, 28 de junio de 2007

El juego que a veces jugamos

Anoche jugué un poco al masoquista. Tomé como pretexto el desamor que suele llegar en ocasiones y entonces hice el ejercicio de atormentarme para desempolvar la memoria respecto al tema.

Me bastó una noche fría, una cama llena de ausencia y algunas canciones muy ad hoc al momento provenientes de un aparato electrónico conectado a mis oídos. La medianoche no había llegado y eso evidenciaba que aún tenía salida de aquel laberinto que me había inventado y en el cual existía el riesgo de perderme.

Entonces los recuerdos hicieron de las suyas... algunos momentos por aquí y otras personas más por allá que, apoyados en letras melodiosas, me tomaron de la mano para llevarme a la experiencia involuntaria de sentirme solo.

Así descubrí el umbral que separa la memoria de la realidad mientras el silencio gritaba y huía. Me refugié entonces en un rincón de la cama inventando siluetas que se desvanecían en la oscuridad hasta que el sueño llegó con la firme intención de vencerme.

Media hora no basta, pensé entonces. Nunca será suficiente para abrazar instantes acompañados de personas, tal vez una en particular. La inseguridad y el miedo asechaban, y eso no estaba escrito en el improvisado guión nocturno. Me apresuré entonces a guardar esos recuerdos, quería esconderlos en el olvido pero sabía que era imposible, así que, al igual que Neruda, busqué un pretexto para justificarme: “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido”, me dije… entonces dormí.

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