viernes, 22 de junio de 2007

Ciber-Dios

La tecnología está en todo, lo sabemos. Desde que nos despertamos hasta que nos dormimos, en cada rincón y en cada objeto cotidiano. Hasta materia de estudios psicológicos resulta ser el olvido del celular en la casa o la caída del internet porque nos sentimos aislados del mundo y alejados de toda civilización. Nada más anti-real, por supuesto, pero así vivimos, ¿qué le vamos a hacer? Sólo analicémoslo un poco: ¿quién nos hace abrir los ojos más a fuerza que por gusto?: la alarma electrónica; ¿quién es nuestro cómplice para llenarnos de cafeína y así andar a las vivas?: la cafetera eléctrica; ¿quién me ayuda a escribir estas líneas con trazos estilo Times New Roman?: la computadora.

Pues para sumarle algo más a la lista, hoy llegó a mis manos un folleto muy especial, como especial era su mensaje. Puede ser buena noticia para los remilgosos que, al igual que Homero Simpson, hacen gala de sus mejores pretextos para no ir a la iglesia. Se trata de una modalidad para recibir mensajes religiosos durante un mes, algo así como tener a Dios en tu celular todos los días.

Primero fruncí el ceño y luego me pregunté si el Todopoderoso estaría satisfecho de ver su palabra metida en pequeñas pantallas que de igual manera despliegan música, agendas, e-mails y juegos de todo tipo.

En mis tiempos me inculcaron hacer acto de presencia en la iglesia porque era la única manera conocida de acercarse a Dios a través del sermón del sacerdote. Actualmente no acudo muy seguido por varias razones, la principal de ellas porque creo que debe ser un acto voluntario y con verdadera devoción, no porque deba escuchar misa cada ocho días como si se tratara de una serie televisiva. Además eso de toparse con personas que rezan, se arrodillan, alzan los brazos y se dan golpes de pecho para luego salir y practicar todo lo contrario a lo prometido al crucificado me da escalofríos y a veces vergüenza ajena. Diría yo: menos sermón y más hechos por favor.

Pero al parecer eso ya pasó. Dios se ha unido a la tecnología y nos regala su ciber-palabra día con día. Ah, pero no nos salvaremos de la limosna, ya que el asuntito costará 50 pesos con el detalle de ser personalizado, o sea que una mañana nuestro celular dirá: “Alejandro, hoy es un hermoso día para compartir con tus hermanos”... ¿Y luego? ¿Me persigno ante mi teléfono?

A estas alturas ya no sé cuál será el próximo invento. ¿Tendré la misa en vivo desde la Basílica de San Pedro en el Ipod? ¿O acaso San Judas me hablará por el mp3? ¿Será que la Virgen me enviará mensajes de texto?

Señores “innovadores”: por favor dediquen la tecnología a algo verdaderamente útil. La palabra del Señor está bien donde debe estar y en boca de quien mejor sabe decirla. No me salgan con que mis culpas pueden ser absorbidas y sanadas por un aparato electrónico. Sólo falta que me pidan ponerle un altar y le encienda una veladora a San Motorola. Con la fe no se negocia, y si así fuera, entonces yo diría: ¡Válgame el (ciber) cielo!

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