Entre folletos y papeles encontré hoy mi boleto de entrada adquirido el fin de semana pasado para la exposición de asesinos seriales exhibida en el Centro Histórico. Era el sábado que clausuraba el mes de junio y, entre la creciente población de ambulantes ubicados en el Eje Central, me abrí paso para regresar a casa cuando un pendón colgado de un poste me recordó aquella intención de ir algún día al Centro Cultural Policial. Entonces desvié mi trayectoria y me interné por Revillagigedo en busca de la calle Victoria.
En un lugar casi solitario pagué mis correspondientes 45 pesos y, tras una cortina, comenzaba la explicación a través de un reproductor mp3. La advertencia previa de “no apta para personas sensibles o menores de edad” me hacía pensar que se trataba de algo entre curioso y tétrico… y no me equivoqué.
¿Qué puede pasar?, me dije, si ya había acudido a la exposición de instrumentos de tortura y pena capital tres veces, vi El Exorcista y hasta he entrado a la Mansión de la Llorona. Un sustito extra no estaba de más.
Una hora me bastó para conocer el lado oscuro (que digo oscuro, oscurísimo) del ser humano y las atrocidades que puede llegar a practicar. Nada más canibalesco al respecto. Y no quiero escucharme como portada del Alarma, pero conocí una lista de asesinados en manos de un puñado de personas. Desde Jack el destripador, con sus heridas exactas y mortales en el cuello de sus víctimas, hasta la “mataviejitas” que plantó el miedo entre la población adulta mayor en el DF.
Cual si fuera galería de horror, uno a uno de la lista se hacía presente con su identidad tan compleja como interesante (criminalísticamente hablando). Casos realmente extremos de la actitud humana que rayan en lo absurdo pero con un historial de vida tras de sí plasmados en asesinatos de magnitud precisa. Ya no mencionaré lo que algunos hacían con sus víctimas, no vaya a ser que quien lea este post llene el monitor con el desayuno o la comida.
Y finalmente, para cerrar la exposición con broche de oro, un apartado acerca de la pena de muerte: inyección letal, cámara de gases y silla eléctrica… ¿algo más? Casi se me va el color del rostro al estar a 30 centímetros de la cama de ejecuciones, de la cámara gaseosa y de la silla que achicharra, y al escuchar sus formas de proceder, a mis ojos se les olvidó parpadear. A esas alturas ya sudaba frío y me imaginaba a los visitantes con cuchillo en mano. Entre que no desayuné y el ambiente creado en ese lugar, ya me sentía correteado por la figura de cera de Jack el destripador, pero todo había terminado.
De regreso, en la estación Hidalgo, comencé a inventarme al “Asesino del Metro”, al “Degollador del vagón cinco” o a “La dama de la estación Balderas”. Demasiada imaginación la mía que se vio tranquilizada por Los 4 fantásticos unos minutos después… ¡Prefiero a Jessica Alba que a Erzsebet Bathory!
En un lugar casi solitario pagué mis correspondientes 45 pesos y, tras una cortina, comenzaba la explicación a través de un reproductor mp3. La advertencia previa de “no apta para personas sensibles o menores de edad” me hacía pensar que se trataba de algo entre curioso y tétrico… y no me equivoqué.
¿Qué puede pasar?, me dije, si ya había acudido a la exposición de instrumentos de tortura y pena capital tres veces, vi El Exorcista y hasta he entrado a la Mansión de la Llorona. Un sustito extra no estaba de más.
Una hora me bastó para conocer el lado oscuro (que digo oscuro, oscurísimo) del ser humano y las atrocidades que puede llegar a practicar. Nada más canibalesco al respecto. Y no quiero escucharme como portada del Alarma, pero conocí una lista de asesinados en manos de un puñado de personas. Desde Jack el destripador, con sus heridas exactas y mortales en el cuello de sus víctimas, hasta la “mataviejitas” que plantó el miedo entre la población adulta mayor en el DF.
Cual si fuera galería de horror, uno a uno de la lista se hacía presente con su identidad tan compleja como interesante (criminalísticamente hablando). Casos realmente extremos de la actitud humana que rayan en lo absurdo pero con un historial de vida tras de sí plasmados en asesinatos de magnitud precisa. Ya no mencionaré lo que algunos hacían con sus víctimas, no vaya a ser que quien lea este post llene el monitor con el desayuno o la comida.
Y finalmente, para cerrar la exposición con broche de oro, un apartado acerca de la pena de muerte: inyección letal, cámara de gases y silla eléctrica… ¿algo más? Casi se me va el color del rostro al estar a 30 centímetros de la cama de ejecuciones, de la cámara gaseosa y de la silla que achicharra, y al escuchar sus formas de proceder, a mis ojos se les olvidó parpadear. A esas alturas ya sudaba frío y me imaginaba a los visitantes con cuchillo en mano. Entre que no desayuné y el ambiente creado en ese lugar, ya me sentía correteado por la figura de cera de Jack el destripador, pero todo había terminado.
De regreso, en la estación Hidalgo, comencé a inventarme al “Asesino del Metro”, al “Degollador del vagón cinco” o a “La dama de la estación Balderas”. Demasiada imaginación la mía que se vio tranquilizada por Los 4 fantásticos unos minutos después… ¡Prefiero a Jessica Alba que a Erzsebet Bathory!
Sabes hasta cuando esta la exposición o si ya se acabo? muchas gracias por tu atención
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