Hay de deportes a deportes, y con ello, de atletas a atletas. El tan mundialmente famoso futbol encabeza la lista; otros más optan por los emparrillados y la rudeza del “americano”; el basquetbol con sus espectaculares “clavadas” se suman a ellos; también el “rey”, su majestad el beisbol. Y así podría echarme el rollo atlético que atraviesa los senderos de múltiples disciplinas, tantas, que la noche me sería insuficiente para nombrarlas a todas.
Sumamente afortunado me considero al respecto porque no sólo admiro y me emociono con algunos de ellos, pues el destino me ha dado chance de poder practicarlos. El futbol, desde mis años de inocencia, ha crecido conmigo y gracias a la influencia paterna. No muy favorables fueron mis pininos como intento de jugador en los que, según cuentan las anécdotas familiares, a los cinco años mis queridos progenitores pagaban una generosa cantidad a una escuela de aquel entonces para que el tierno chamaco se la pasara sentado en el medio campo jugando con el pasto (“que los otros corran tras el balón y se cansen”, me decía seguramente). Pero crecí y mejoré mi condición, aunque sin llegar a ser la estrella nacional requerida en México para el juego de las patadas.
Americano, basquetbol, voleibol y beisbol han sido parte de mi historial personal deportivo sin mayor suerte que en el futbol, lo confieso, pero no importa, me divertí y jamás me preocupé por llegar al Salón de la Fama. Actualmente me mantengo activo coleccionando kilómetros en carreras y por la maravillosa culpa de las dos ruedas que suelo pedalear los fines de semana.
Pero si de verdaderos atletas se trata, soy el primero en descartarme de la lista ante aquello que hoy conocí y va más allá de los temidos dos partidos por semana jugados por profesionales. Se trata de una competencia ante la cual me pongo de pie con sólo nombrarla: IRONMAN. Y la escribo con mayúscula porque no puede ser para menos.
Ahí les va el dato: 3.8 kilómetros de natación, 180 kilómetros ciclistas y 42 kilómetros de carrera a pie. En lo personal, y muy humildemente, podría —casi— asegurar que me echaría el reto en tres meses. La cuestión del Hombre de Hierro es completar el asuntito en no más de 30 horas. Casi nada, ¿verdad?
Entonces sí, hay de atletas a atletas. Y luego me quejaba por media hora de ejercicio, las 30 abdominales o las 20 lagartijas que me hacían caminar como robot por dos días. Caray, uno se entera de semejantes competencias y comprueba que lo que algunos hacemos en una semana para otros puede ser sólo la fase del calentamiento en su deporte.
Por lo pronto, sólo me resta admirar a dichos personajes, pensar que algún día podré ser, al menos, el hombre de hojalata VIP y terminar mañana el ciclotón de la ciudad de México... ¡Sí se puede, sí se puede!
Sumamente afortunado me considero al respecto porque no sólo admiro y me emociono con algunos de ellos, pues el destino me ha dado chance de poder practicarlos. El futbol, desde mis años de inocencia, ha crecido conmigo y gracias a la influencia paterna. No muy favorables fueron mis pininos como intento de jugador en los que, según cuentan las anécdotas familiares, a los cinco años mis queridos progenitores pagaban una generosa cantidad a una escuela de aquel entonces para que el tierno chamaco se la pasara sentado en el medio campo jugando con el pasto (“que los otros corran tras el balón y se cansen”, me decía seguramente). Pero crecí y mejoré mi condición, aunque sin llegar a ser la estrella nacional requerida en México para el juego de las patadas.
Americano, basquetbol, voleibol y beisbol han sido parte de mi historial personal deportivo sin mayor suerte que en el futbol, lo confieso, pero no importa, me divertí y jamás me preocupé por llegar al Salón de la Fama. Actualmente me mantengo activo coleccionando kilómetros en carreras y por la maravillosa culpa de las dos ruedas que suelo pedalear los fines de semana.
Pero si de verdaderos atletas se trata, soy el primero en descartarme de la lista ante aquello que hoy conocí y va más allá de los temidos dos partidos por semana jugados por profesionales. Se trata de una competencia ante la cual me pongo de pie con sólo nombrarla: IRONMAN. Y la escribo con mayúscula porque no puede ser para menos.
Ahí les va el dato: 3.8 kilómetros de natación, 180 kilómetros ciclistas y 42 kilómetros de carrera a pie. En lo personal, y muy humildemente, podría —casi— asegurar que me echaría el reto en tres meses. La cuestión del Hombre de Hierro es completar el asuntito en no más de 30 horas. Casi nada, ¿verdad?
Entonces sí, hay de atletas a atletas. Y luego me quejaba por media hora de ejercicio, las 30 abdominales o las 20 lagartijas que me hacían caminar como robot por dos días. Caray, uno se entera de semejantes competencias y comprueba que lo que algunos hacemos en una semana para otros puede ser sólo la fase del calentamiento en su deporte.
Por lo pronto, sólo me resta admirar a dichos personajes, pensar que algún día podré ser, al menos, el hombre de hojalata VIP y terminar mañana el ciclotón de la ciudad de México... ¡Sí se puede, sí se puede!
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