Dicen que fue un siete de noviembre. Tarde o noche, no lo recuerdo, tal vez de madrugada. Lo único cierto es que el destino de una pareja dictó poner en sus manos a alguien que después de nueve meses debía debutar en este mundo como ser humano. Y así fue. Con escenografía de habitación de hospital, me desprendieron la comodidad de vivir hospedado en el vientre materno. Entonces aparecí y comenzó la historia vigente hasta hoy día.
“Alejandro” dice un papel llamado acta de nacimiento que oficializó la voluntad de mis padres para tatuarme una identidad, al menos con nueve letras. Forjado zodiacalmente con un carácter tan orgulloso como pasional (según dicen los conocedores de estos asuntos) y recientemente sin planeta alguno donde estacionarse —pues Plutón quedó relegado al olvido—, es quien ahora se inventa letras y líneas que sin intención de encontrar destinatario tal vez ya lo hizo. Si eres tú, te has convertido en mi cómplice. Bienvenido.
Pues bien, la hoja en blanco es una tentación a escribir tantas y tantas cosas, que a veces la imaginación no da para escribir una sola. Hoy no será el caso y compartiré contigo una parte de mí. Comenzar es lo difícil, y como ya lo hice, dejaré a mis dedos imaginar palabras para dejar entrever lo mucho o poco que esta vida me ha regalado y otras veces a punta de esfuerzo me ha permitido lograr.
A estas alturas puedo presumir que, lejos de superficialidades y perfectas apariencias cautivadoras del día con día, han desfilado a través de los años personas, momentos y lugares que por una u otra razón han valido la pena y se esconden en algún recoveco de la memoria como refugio para los malos tiempos.
Cómo olvidar entonces a aquella maestra de nombre Martha, a quien le debo mi condición de fumador pasivo desde los ocho años y veía desde primera fila despacharse una y otra cajetilla al día. Imposible olvidar también a la eterna maestra Lupita que, sin saberlo el día que la conocí, marcó mi vida y la de mis padres no sólo escolar sino también humanamente. Hasta la fecha lo ha hecho y ojalá ese aprendizaje no se detenga con el devenir de los años.
Familia, amigos y hasta mascotas me han enseñado un gusto especial por la vida, y otras veces enojos y malos momentos rescatados ahora con especial nostalgia después de saber que han quedado congelados en el pasado. Amores en teoría y desamores en la práctica han pasado también frente a esta existencia. Hoy los nombres no existen aquí, sólo les llamaré experiencias que tomaré como pretexto para hacerme cada día un poco más fuerte.
Hay mucho que agradecer pues. A Dios, a la vida... a quien lo merezca. Sí, agradecer por las sonrisas y las lágrimas; por los desvelos y el despertador que no escucho a las nueve de la mañana; por los reconocimientos y regaños; por un perfecto atardecer y la inmensidad del mar que me hace sentir diminuto y humano; por aquel brinco del charco que me alejó una semana de México y me hizo valorarlo en suelo ajeno; por los paseos en familia, mis fotografías y recuerdos; por la música, la gente, un buen café y el día a día.
Gracias a quien deba decírselo y tal vez aún no lo he hecho. “Gratitud a quien gratitud merece”, dijo un cantautor alguna vez, y si a ti, lector de este post, te queda el saco, sin dudarlo puedes ponértelo. Cada día me convenzo más de que cualquier recuerdo responsable de arrebatar una sonrisa espontánea o hasta una lágrima sincera será bienvenido, no sólo hoy sino en lo futuro.
La vida me ha alcanzado para esto y un poco más, algo que, como todo ser humano, he guardado en algún rincón personal. Nunca antes había hecho una biografía tan poco formal de mí, pero la simple idea me trajo hasta aquí donde he dicho algo de lo que recuerdo. Desde luego no lo es todo. Ese todo es extenso y hoy el desvelo no me convencerá. Otros momentos y letras vendrán para resumirse en palabras, mientras tanto dejemos que la vida y el destino hagan de las suyas.
“Alejandro” dice un papel llamado acta de nacimiento que oficializó la voluntad de mis padres para tatuarme una identidad, al menos con nueve letras. Forjado zodiacalmente con un carácter tan orgulloso como pasional (según dicen los conocedores de estos asuntos) y recientemente sin planeta alguno donde estacionarse —pues Plutón quedó relegado al olvido—, es quien ahora se inventa letras y líneas que sin intención de encontrar destinatario tal vez ya lo hizo. Si eres tú, te has convertido en mi cómplice. Bienvenido.
Pues bien, la hoja en blanco es una tentación a escribir tantas y tantas cosas, que a veces la imaginación no da para escribir una sola. Hoy no será el caso y compartiré contigo una parte de mí. Comenzar es lo difícil, y como ya lo hice, dejaré a mis dedos imaginar palabras para dejar entrever lo mucho o poco que esta vida me ha regalado y otras veces a punta de esfuerzo me ha permitido lograr.
A estas alturas puedo presumir que, lejos de superficialidades y perfectas apariencias cautivadoras del día con día, han desfilado a través de los años personas, momentos y lugares que por una u otra razón han valido la pena y se esconden en algún recoveco de la memoria como refugio para los malos tiempos.
Cómo olvidar entonces a aquella maestra de nombre Martha, a quien le debo mi condición de fumador pasivo desde los ocho años y veía desde primera fila despacharse una y otra cajetilla al día. Imposible olvidar también a la eterna maestra Lupita que, sin saberlo el día que la conocí, marcó mi vida y la de mis padres no sólo escolar sino también humanamente. Hasta la fecha lo ha hecho y ojalá ese aprendizaje no se detenga con el devenir de los años.
Familia, amigos y hasta mascotas me han enseñado un gusto especial por la vida, y otras veces enojos y malos momentos rescatados ahora con especial nostalgia después de saber que han quedado congelados en el pasado. Amores en teoría y desamores en la práctica han pasado también frente a esta existencia. Hoy los nombres no existen aquí, sólo les llamaré experiencias que tomaré como pretexto para hacerme cada día un poco más fuerte.
Hay mucho que agradecer pues. A Dios, a la vida... a quien lo merezca. Sí, agradecer por las sonrisas y las lágrimas; por los desvelos y el despertador que no escucho a las nueve de la mañana; por los reconocimientos y regaños; por un perfecto atardecer y la inmensidad del mar que me hace sentir diminuto y humano; por aquel brinco del charco que me alejó una semana de México y me hizo valorarlo en suelo ajeno; por los paseos en familia, mis fotografías y recuerdos; por la música, la gente, un buen café y el día a día.
Gracias a quien deba decírselo y tal vez aún no lo he hecho. “Gratitud a quien gratitud merece”, dijo un cantautor alguna vez, y si a ti, lector de este post, te queda el saco, sin dudarlo puedes ponértelo. Cada día me convenzo más de que cualquier recuerdo responsable de arrebatar una sonrisa espontánea o hasta una lágrima sincera será bienvenido, no sólo hoy sino en lo futuro.
La vida me ha alcanzado para esto y un poco más, algo que, como todo ser humano, he guardado en algún rincón personal. Nunca antes había hecho una biografía tan poco formal de mí, pero la simple idea me trajo hasta aquí donde he dicho algo de lo que recuerdo. Desde luego no lo es todo. Ese todo es extenso y hoy el desvelo no me convencerá. Otros momentos y letras vendrán para resumirse en palabras, mientras tanto dejemos que la vida y el destino hagan de las suyas.
Co-bloggeriano...
ResponderEliminarEs inspirador tu blog, ahi nos estamos comentando...