martes, 8 de julio de 2008

Chilangofobia

Hoy, como todas las mañanas, suelo repasar un diario electrónico en la web y así enterarme de diversos asuntos que pueden o no tener trascendencia para un simple mortal como el autor de estas letras. Entre otros temas, siempre han llamado mi atención las secciones de blogs o foros de opinión por las múltiples palabras (a veces curiosamente inteligentes, a veces patéticamente divertidas) de una que otra persona.

Este día me tope con la pregunta: “¿Qué playa no visitarías por el agua contaminada?”, y léase la listota de opiniones: Acapulco, Veracruz… cada quien tenía su “favorita indeseada”, pero no podía faltar la sublime y delicada opinión de varios intelectuales del turismo nacional cuya pedrada a los DF’eños resulta para carcajearse.

“Playa sucia… chilango la usa”, decía uno de ellos. Otro más se aventó un sermón donde nos acusa de nacos, vagabundos, feos y apestosos, y, para rematar, un sujeto hasta se queja de que, al no publicarse su opinión en contra de los habitantes de la ciudad, le han restringido su libertad de expresión… ¡Hágame usted el favor!

¡Carajo!, leer esas opiniones me ha deprimido tanto que pretendo cortarme las venas con una servilleta. No, eso es extremo. Mejor me colgaré del ventilador que pende del techo con los 15 centímetros de hilo sobrantes de la manga de mi chamarra. ¿Qué hemos hecho los chilangos para merecer esto? ¿De dónde nace el odio hacia nosotros los humildes seres urbanos? ¿Será que cuando pongo un pie en SUS playas todo lo contamino? ¡Oh, no puedo vivir con semejante angustia!

Reitero pues mi carcajada ante semejantes opiniones. Perdón, no puedo evitarlo. Y es que resulta curioso ver cómo los peores enemigos de los mexicanos somos los mismos mexicanos. “Provincia contra DF, ¡haaaagan sus apuestas!”. Pareciera que restregarse en la cara (aunque sea con llanas palabras sin fundamento) los mejores insultos es sinónimo de “hacerles ver su realidad”. Pero claro, en un territorio abarrotado de prejuicios no se puede pedir demasiado.

Seguramente todos los pobladores de esta ciudad somos netamente DF’eños. ¿Dónde quedan entonces los provincianos que vienen a formar parte de nuestra gran urbe? Y no significa que ellos se conviertan al “chilanguismo” y sean como todos esos mencionados por los amables blogueros cuyos insultos aún me provocan carcajadas (me disculpo nuevamente por ello, pero sigo sin poder evitarlo).

En fin, la lectura de esas líneas me ha inspirado a tirar basura en las playas, a contaminarlas y así contribuir a que la suciedad las invada… como todos somos iguales —dicen—, pues a jalar parejo. Y por cierto, les agradezco a esas finas personas por otorgarme mi nueva condición de “chilango anti-ecológico”. Total, quienes escriben tales opiniones son los provincianos que odian al DF y a sus habitantes. ¡Qué bonito y qué fácil es generalizar! ¿Apoco no?

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