No hagamos tanto drama. Todo en esta vida caduca: la leche, el yoghurt, los alimentos enlatados y el amor. Sí, ese sentimiento que nos vuelve temporalmente dementes también tiene su fecha límite. Lo dicen los conocedores del tema.
¿Quién da más? ¡Hagan sus apuestas! Empezamos con Martha Catalina Pérez, investigadora de la Universidad de Guadalajara, quien le otorga al amor un año de duración. Ella refiere que como proceso bioquímico, comienza con una etapa intensa de alegría, atracción y satisfacción que luego de explorarse, pasa, digamos, a la aburrición porque ya no hay más qué decir, ya no se conversa de cosas nuevas y esto no va más allá de los 365 días. ¿Dramático no?
Pero pasemos a la segunda apuesta, mi favorita: Frédéric Beigbeder, autor del libro El amor dura tres años, quien también da cuenta de recetas bioquímicas de sustancias complejas que alimentan esta teoría. Él dice que el amor caduca justo en ese tiempo y, con un humor ácido, lo refleja en su texto biográfico. Pasión-ternura-tedio, un año para cada uno y se acabó. Veamos sus argumentos:
“El primer año, uno dice: Si me abandonas, me MATO”.
“El segundo año, uno dice: Si me abandonas, lo pasaré muy mal pero lo superaré”.
“El tercer año, uno dice: Si me abandonas, invito a champán”.
“El primer año se compran muebles”.
“El segundo año, se cambian los muebles de sitio”.
“El tercer año, se reparten los muebles”.
¿Quién da más? ¡Hagan sus apuestas! Empezamos con Martha Catalina Pérez, investigadora de la Universidad de Guadalajara, quien le otorga al amor un año de duración. Ella refiere que como proceso bioquímico, comienza con una etapa intensa de alegría, atracción y satisfacción que luego de explorarse, pasa, digamos, a la aburrición porque ya no hay más qué decir, ya no se conversa de cosas nuevas y esto no va más allá de los 365 días. ¿Dramático no?
Pero pasemos a la segunda apuesta, mi favorita: Frédéric Beigbeder, autor del libro El amor dura tres años, quien también da cuenta de recetas bioquímicas de sustancias complejas que alimentan esta teoría. Él dice que el amor caduca justo en ese tiempo y, con un humor ácido, lo refleja en su texto biográfico. Pasión-ternura-tedio, un año para cada uno y se acabó. Veamos sus argumentos:
“El primer año, uno dice: Si me abandonas, me MATO”.
“El segundo año, uno dice: Si me abandonas, lo pasaré muy mal pero lo superaré”.
“El tercer año, uno dice: Si me abandonas, invito a champán”.
“El primer año se compran muebles”.
“El segundo año, se cambian los muebles de sitio”.
“El tercer año, se reparten los muebles”.
Finalmente, Georgina Montemayor, investigadora de la UNAM, le apuesta cuatro años de vida al sentimiento amoroso. Ella menciona que el tálamo, las amígdalas y el hipotálamo se activan en el momento del “flechazo”, pero al cabo de multiplicar 365 días por cuatro, el estado físico-químico se apaga, entonces se busca a alguien más para reactivarlo.
Y hay más tela de donde cortar para achacarle al amor y su duración. "¿Hasta que la muerte los separe?"... mejor ya no le sigo, porque este post parece más deprimente que ver jugar a la selección nacional de futbol.
Uno, tres o cuatro años, ¿qué más da? Si una relación no se alimenta debidamente para evitar las dosis de tedio y de rutina, seguramente la fecha de caducidad llegará antes de lo esperado. Bien lo dijo Beigbeder (por eso soy fan de su libro, por las bofetadas de verdad que me dio en varias ocasiones): lejos de fórmulas mágicas y terapias psicológicas, para seguir enamorado “hay que rechazar lo tópico, lo cual no significa inventarse sobresaltos artificiales y estúpidos, sino saber sorprenderse ante el milagro de cada día (...) Sobre todo he aprendido que, para ser feliz, hay que haber sido infeliz (...) El amor que dura tres años es el que no ha superado montañas o frecuentado los bajos fondos, el que ha sido servido en bandeja. El amor sólo dura si ambos saben lo que cuesta, y vale más pagar por adelantado, si no te arriesgas a tener que pagar la cuenta a posteriori (...) Tenemos que saber quiénes somos y a quién amamos”.
Y hay más tela de donde cortar para achacarle al amor y su duración. "¿Hasta que la muerte los separe?"... mejor ya no le sigo, porque este post parece más deprimente que ver jugar a la selección nacional de futbol.
Uno, tres o cuatro años, ¿qué más da? Si una relación no se alimenta debidamente para evitar las dosis de tedio y de rutina, seguramente la fecha de caducidad llegará antes de lo esperado. Bien lo dijo Beigbeder (por eso soy fan de su libro, por las bofetadas de verdad que me dio en varias ocasiones): lejos de fórmulas mágicas y terapias psicológicas, para seguir enamorado “hay que rechazar lo tópico, lo cual no significa inventarse sobresaltos artificiales y estúpidos, sino saber sorprenderse ante el milagro de cada día (...) Sobre todo he aprendido que, para ser feliz, hay que haber sido infeliz (...) El amor que dura tres años es el que no ha superado montañas o frecuentado los bajos fondos, el que ha sido servido en bandeja. El amor sólo dura si ambos saben lo que cuesta, y vale más pagar por adelantado, si no te arriesgas a tener que pagar la cuenta a posteriori (...) Tenemos que saber quiénes somos y a quién amamos”.
Algunos dirían que jugar contra la biología humana es perder de antemano la partida: dopamina, noradrenalida, prolactina, luliberina, occitocina, feniletilamina, endorfinas y líbido contra uno, efectivamente suena bastante escabroso, ni para dónde correr o esconder la cabeza.
Cierto, la ciencia no se equivoca... pero podemos hacerle pasar un mal rato. Estamos aquí para derribar teorías y burlarnos de algunos paradigmas, ¿o no?
Cierto, la ciencia no se equivoca... pero podemos hacerle pasar un mal rato. Estamos aquí para derribar teorías y burlarnos de algunos paradigmas, ¿o no?
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