martes, 11 de marzo de 2008

alo unplugged

Algunos estarían encerrados entre cuatro paredes acolchadas y con una camisa de fuerza abrazándoles el cuerpo. De boca de otros ya se hubieran escuchado palabras altisonantes, y a unos más el sueño no les llegaría por la noche ante semejante catástrofe cibernética.

En lo personal, todavía no caigo en alguna de las opciones anteriores aunque admito que por ratos la aburrición me visita. Ni modo, somos seres tecnológicos moldeados por la modernidad, porque cuando la conexión a internet se colapsa, como en el frío invierno… ¡a temblar!

Y vaya que la vida tiene sus detalles. Desde hace dos semanas he buscado en un diario electrónico algo interesante para escribir y nada inspirador digno de mi instinto bloguero surgía, pero paradójicamente, ahora que no tengo internet, ese fue el tema elegido: “Un día sin la web” (o “Un día en la web-a”, título alterno para este post que no llegó a publicarse).

Más allá del ámbito laboral, donde sin duda la banda ancha resulta ser una gran aliada, ahora que me siento como un verdadero “unplugged”, me puse a recordar qué hice 17 años de mi vida antes de tener mi primera computadora: regalaba tarjetas de papel metidas en sobres; para ir al cine debía comprar el periódico y así me enteraba de los horarios de las funciones; conocía físicamente a todos mis amigos y, para salir a jugar con ellos, lo más normal era ir a visitarlos a sus casas.

Pero llegó el siglo XXI y las ciber-postales han suplantado a aquellos estantes de los centros comerciales (ventajas extra: no cuestan y se entregan el día que uno desee); la página web del cine ahorra filas para adquirir un boleto; muchas personas tienen más contactos por internet que en la vida real; y el mensajero instantáneo o correo electrónico permiten ponerse de acuerdo con varios conocidos a la vez para ir a algún evento, incluso sin saber donde viven.

Curiosidades de este mundo moderno, y demos gracias al Todopoderoso de que las máquinas no tienen sindicato o de vez en cuando no les atacan las ganas de hacer huelga, porque imaginemos un colapso regional o mundial del internet… la histeria que emergería socialmente. Sí, suena drástico, extremo, pero recordemos lo que hacíamos antes de ser atrapados por la telaraña mundial. No existía en nuestra mente la idea de querer morirse porque el módem dejaba de funcionar, ni tampoco la locura se apoderaba de nosotros si se iba la luz en pleno ligue chatero.

Aceptemos pues nuestra maravillosa y angustiante condición de homo internetus. Ese delgado cable nos otorga ventajas laborales, permite “estar” en el otro lado del mundo sin movernos de nuestro lugar o crear comunidades con gente que jamás se ha visto a la cara. Sí, la tan pregonada era de las comunicaciones, aunque aislados en nuestro hogar u oficina. El mundo social reducido a un teclado y un monitor.

En fin, agradezco al infinitum que resultó ser, al menos por un día, lo más lentium y arcaicum que pude haber conocido; sin su ausencia no hubiera escrito esto. Ya ven, no tener internet por un día no es el fin del mundo. No pasa nada extremo, nadie se deprime; al menos en mi despertó ánimos para entretenerme en mi blog. Lo malo será esperar a que se renueve el servicio para poder plasmarlo en mi espacio cibernético, ¡y eso sí me desespera! Maldito servicio hijo de su #$/&%, por su culpa ayer no pude dormir, ah pero eso sí, la factura mensual llegará puntual.

Y conste que no me vuelvo loco porque el módem no funciona. No pretendo terminar dentro de una camisa de fuerza en un manicomio y luego… eh, ¿pero quiénes son esas personas vestidas de blanco?, ¿por qué traen esa camioneta?, ¿adónde me llevan? ¡Sueeeeéltenme!

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