Le
llaman duelo pero a mí no me engañan: se trata de ponerle un nombre diplomático
a la acción de asesinar las ilusiones que en algún lugar del tiempo fueron
compartidas y ahora ya no.
Cuando
una relación concluye, sólo hay dos caminos para transitar: el primero, saber
que ante la gravedad del tedio mezclado con desconfianza y riña cotidiana, la
mejor forma de recobrar un mínimo de tranquilidad es soltar aquello que comenzó
como un puente al paraíso y terminó por convertirse en un vuelo directo al
inframundo; el segundo, quedarse con las manos llenas de dudas, el semblante
perplejo y una sarta de porqués taladrando la cabeza.
Si
tu opción fue la primera, cabe una felicitación por atreverte a tomar nuevamente
las riendas de tu vida (o lo que quedaba de ella); si fue la segunda, malas
noticias, hay que joderse. Pero no todo está perdido. De hecho, existen formas
de salir del atolladero para descubrir que tu autoestima, ese ente raro que
generalmente paga los platos rotos, puede parcharse, usar muletas, rehabilitarse
y volver a andar como si nada hubiera pasado.
Entonces
acudes al especialista con tu dignidad quebrada como piñata en posada y te
barajea el menú: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Apresurado,
eliges lo último como si el resto fueran respuestas de opción múltiple que
debes ignorar, pero te llevas el chasco de tu vida: sin pasar por las otras
cuatro etapas, imposible llegar al objetivo. Entre curioso y resignado,
escuchas con atención la explicación psicológica:
—Al principio no creerás lo que pasó y
desearás hacer cosas que comúnmente realizaban juntos, después tendrás enojo,
tratarás de recobrar a esa persona, te deprimirás y al final aceptarás lo sucedido
—resuena la letanía en tus oídos.
—¿Y no hay forma de arreglarlo más
rápido? —insistes, aunque dentro de ti ya sabes la respuesta.
—Desafortunadamente no —confirmas lo que
ya sospechabas.
Así,
empiezas a ubicarte en tu realidad y estás decidido a convertirte en un ser
todo-lo-puedo con el fin de sentirte mejor. Te jactas de tener control absoluto
de tus actos y sobredimensionas cualquier mínimo hecho: “llevo un día sin saber
de ella y estoy de pie”, presumes con una seguridad asombrosa que se desploma
al escuchar el celular y correr para saber si esa persona se acuerda de ti como
tú de ella. Del gozo al pozo en cinco segundos.
Finalmente
aceptas lo maltrecho del caso y decides entrar en el laberinto. Regresas a casa
con receta en mano y la firme convicción de que puedes superarlo, pero ahí va
de nuevo la memoria a jugarte la mala pasada: distante, escuchas una canción
que te hace recordar; frente a ti, un lugar donde solían compartir momentos; arriba,
el anuncio espectacular te restriega en la cara la marca de su perfume
favorito. Noticia mala: ahora también tienes episodios de ansiedad y te comes
las uñas. Noticia buena: al menos ya te alimentas de algo.
Abres
la puerta y de inmediato el golpe de silencio. Invocas a aquel autor francés y
a sus palabras que caen como balde de agua fría: ¿de qué sirve pasarse toda la
noche huyendo de ti mismo si, al final, consigues darte alcance en tu propia casa?
Nostalgia a domicilio, faltaba más. La quietud te incomoda, la oscuridad te
espanta, los recuerdos pesan.
Echas
un vistazo al espejo para ver si reconoces al tipo ahí reflejado y notas que se
ha convertido en un perfecto desconocido: coleccionista de insomnios, ausencia
de color en su rostro, ojeras al mérito, falto de ideas y sobrado de realidad. Ese
alguien está ausente, distante, distinto; alguien lo cambió, él mismo se
cambió.
Abrazado
por la incertidumbre, esta vez no dirás nada; dejarás la teatralidad para otro
momento y esperarás el amanecer mirando al techo mientras sientes el temblor de
tu barbilla a la par de tus ojos que se tornan rojizos. Afuera, el mundo gira;
adentro, el abismo emerge. Serás de hierro, lo prometes, aunque no le pones
fecha a tu juramento.
Te
invade el sentimentalismo y ahora empiezas a comprender la magnitud de lo
sucedido. Apostaste por un mundo de verdad y obtuviste un reino de mentiras; así
funciona la vida en ocasiones. Sabes que el camino cuesta arriba será largo y
complejo pero al final, como reza la canción que has elevado casi al nivel de
himno personal, cuando el frío se vaya de tu corazón y todo termine, en
silencio irás a dormir.
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