Desconozco
si los ataques de nostalgia sean universales en estas fechas o sólo se trate de
una condición personal que asumo sin resistencia alguna; como sea, el
calendario tiene la culpa de verme aquí nuevamente tratando de resumir en breve
espacio lo que ocupó una docena de meses, lo cual resulta un ejercicio complejo
aunque no por ello se le reste honestidad al asunto.
En
el recuento que a estas alturas se hace inevitable, como alguna vez lo dije,
existen detalles que escapan a la memoria si de hablar de 365 días se trata, sin
embargo, me parece pertinente decir que sigo aquí, con la esperanzan de muchas
cosas y las consecuencias de otras tantas. Tengo, pues, un saldo positivo a
pesar de todo, lo necesario para subsistir y lo fundamental para mantener
algunos sueños vigentes.
Viajé
con una maleta y aprendí a aligerar las cargas personales; vacié cajones y
llené un poco más el alma; confirmé que los kilómetros ya son parte inherente a
mi persona y llegué a ese punto donde me di cuenta de que corro menos pero
disfruto más; supe que los paisajes también son desahogo y promesas; tuve para
bien sumar personas y restar historias; analicé menos y sentí más; desempolvé
la fe que el olvido tenía secuestrada; escribí de madrugada y dormí de día.
Viví.
Hoy
más que nunca tengo ganas de no voltear hacia atrás y convencerme de que al
frente el asunto se torna más interesante. Falta mucho por aprender y compartir,
no cabe duda, pero en ese mantenerme aparecerá el momento justo para saber que
todo habrá valido la pena. Lecciones quedan varias; deseos, aún más.
Ya
lo decía aquel autor francés en sus letras: “Hay que rechazar lo tópico, lo
cual no significa inventarse sobresaltos artificiales y estúpidos, sino saber
sorprenderse ante el milagro de cada día”. Ojalá que el siguiente año transite
por ese rumbo y resulte mejor que el hoy agonizante. Gracias a quienes son
parte de mi vida.
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