Incontables
vueltas de las manecillas desde que el insomnio se apoderó de sus pensamientos;
la noche se convierte en madrugada y los minutos en horas. Decide levantarse de
la cama para implorar a sus letras puestas en un monitor que alguien lo escuche,
pues de un tiempo a la fecha el silencio ha sido su único confesor.
Enciende
un par de velas, no porque haga suya alguna intención religiosa, sino más bien
porque encuentra en esas llamas tímidas un capricho de luz para su existencia;
comparte una copa de vino con sus recuerdos y ve consumir lentamente aquel
cigarrillo que dibuja una línea de humo en el aire para luego desvanecerse,
como él.
Canciones
que apenas se escuchan de fondo, la oscuridad imperante y el ritmo vertiginoso
de los segundos que avanzan implacables. Algún tiempo atrás, recuerda, solía
entregarse a este ejercicio llamado por el impulso y el afán insistente de la
necesidad literaria; hoy la cuota ha venido a menos pero ya no se lo reprocha.
“La
noche se inventó para distraer a la nostalgia, por eso dormimos”, escribe. Su
semblante permanece serio, sin perder de vista el cursor que parpadea más que
sus ojos mismos. En su mente los relatos ocurren y se abriga en ellos para
apaciguar el frío que somete su cuerpo y su alma. “Los recuerdos pesan más que
los insomnios”, continúa con su mar de letras.
Amanece
y la luz exterior va dando forma a un nuevo día. La botella de tinto ha quedado
vacía, la cajetilla a la mitad y la música se apaga. Una hoja más del
calendario cae y un día más de su historia permanece. La sequía de textos se
multiplica y en su haber suma otra noche de sueños en pausa. ¿Qué precio tiene
la ausencia? ¿Dónde habita la esperanza?
“Escribir
es como embriagarse: un instante que puede durar toda la eternidad”.
Inso.... creo que he hecho mal, en insistirte tanto, no sé que paso, ahora te vas, no dices adiós, ya no regresas, te extraño.... no volveré a presionarte... lo lamento.
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