lunes, 1 de julio de 2013

Lugar de ranas



Con estricta puntualidad y cubierto por el sol de mediodía, cuatro horas y media después de abordar el autobús puse fin a aquella veda acumulada desde hace 11 años que me recordaba constantemente que debía regresar a este mágico lugar. Desde la terminal, un taxi me lleva a través de túneles y calles subterráneas al sitio donde mi estancia durante tres días está confirmada. El aire colonial empieza a invadir mis sentidos.

El primer recorrido por la ciudad me regala instantes de museos, minas y paisajes. Invadido por el asombro, cada imagen y explicación me confirman por qué este sitio tiene bien ganada su fama internacional. Desde la historia de Doña Constanza y Don Fulgencio en La Casa de los Lamentos, el calor húmedo en las entrañas de la tierra, la imponente vista desde el mirador y hasta la misteriosa quietud de las momias, todo comienza a convertirse en una experiencia única. Camino abajo, regreso al punto de origen con una bolsa repleta de charamuscas, el primer recuerdo que irá de vuelta a casa.

Más tarde, entre callejones y luces de faroles cae la noche. El trazo urbano vestido por fachadas de antiguas edificaciones nos invita a navegar a través de sus leyendas en compañía de la estudiantina que al finalizar su recorrido musical cuenta la de Doña Carmen y Don Luis, los enamorados que dieron vida al Callejón del Beso, lugar característico en la ciudad que significa una parada obligatoria para todo visitante.

El día dos trae consigo un tour por tres lugares emblemáticos del estado, pero antes una parada en Santa Rosa donde conozco más a fondo al personaje que nos ha regalado noches de bohemia a más de uno. “Allí nomás tras lomita se ve Dolores Hidalgo, yo allí me quedo paisanos, ahí es mi pueblo adorado”, cantaba José Alfredo y cuyas palabras se reproducían en voz del guía que nos señalaba aquella loma a la que se refería el autor ranchero. Y más tarde, ya en el citado lugar, la tumba cubierta por un gran sombrero y un enorme zarape multicolor que contiene gran parte del repertorio musical del compositor nos hizo ver el cariño que su pueblo le sigue otorgando.

El resto del día dejó huella especial en la memoria: desde la imaginación que recreaba la arenga de Hidalgo en la iglesia de Dolores hacia la gente que daría inicio a la revuelta independentista, los helados de mole, chicharrón y camarones con pulpo y nopal que marcaron como nunca el paladar, la iglesia de Atotonilco donde el cura tomó el estandarte de la virgen para convertirlo en bandera, hasta el imponente templo de San Miguel de Allende, habían sido material de lujo para la lente fotográfica, pero sobre todo para el invaluable anecdotario personal que ofrecen estas visitas.

Hasta entonces creí haberlo visto todo, por fortuna estaba equivocado. La última tarde de mi estancia, el Cerro del Cubilete nos dio la bienvenida y su Cristo de la montaña, imponente, nos cubría con una dosis de fe envuelta en un paisaje extraordinario, verde y montañoso por un lado, y lluvioso pintado con arcoíris por el otro. Ya para clausurar mi visita, el día tres por la mañana, y tal vez en el entendido de ser el broche de oro, la Alhóndiga de Granaditas ofrecía el marco perfecto para saber más de uno de los pasajes fundamentales de la historia nacional. En sus paredes, quizá como en ningún otro sitio, es posible palpar las huellas de aquella batalla donde una importante página fue escrita a favor de la lucha insurgente. Imposible dejar de caminar en sus pasillos y habitaciones.


¿Y qué más hay de extraordinario en esta ciudad? Absolutamente todo, diría yo. No existe rincón alguno que carezca de historia o gastronomía que no conceda lujo al gusto de las personas. Desde el Teatro Juárez hasta la Plazuela del Baratillo, desde el Monumento al Pípila hasta la Universidad o el Mercado Hidalgo y la Plaza de la Paz, nada debe dejarse al olvido de regreso a casa.

Ahora la promesa es la misma de hace 11 años, con la esperanza de que no deba esperar tanto tiempo para caminar nuevamente por estos callejones. La cita está hecha y mis pasos ansían desde ya volver a posarse sobre los adoquines estrechos. Una ligera lluvia me despide y a través de túneles oscuros el retorno es inminente. La salida es puntual y el autobús está en marcha. Guanajuato queda atrás y entonces resumo algún mensaje con solo una palabra: regresaré.


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