martes, 8 de junio de 2010

¿Ole? (segunda parte)

El 22 de septiembre de 2007 publiqué en este espacio una crítica personal dedicada a las corridas de toros. Pues bien, en esta ocasión retomaré el tema, pero no para repetir como lección de primer año lo que dije hace algunos ayeres, sino más bien para mencionar un detalle curioso y criticado por muchas personas (me incluyo en ellas).

¿Recuerda usted qué hacía a los 12 años? A esa edad, yo estaba en la secundaria entre un mundo de ecuaciones, libros de historia y un taller de electrónica donde los alumnos construimos una obra maestra llamada caja de toques; también echaba un buen relajo con mis amigos y pateábamos balones de voleibol como respuesta a la negativa docente de permitirnos jugar futbol en la clase de Educación Física; por las tardes hacía mi tarea y practicaba el soccer (a esa hora no lo teníamos prohibido); a veces incluso iba a fiestas cuya barra libre se agotaba en la tercera Viña Real. En resumen, era un chamaco común y corriente.

Pues bien, el domingo pasado en la Plaza México se presentó un niño de esa edad, pero no para sentarse en la butaca junto a su padre y conocer los pases de la muleta. Resulta que tenía puesto un traje de luces y espada en mano: era novillero y estaba dispuesto a “ganarse el respeto de la multitud”. El espectáculo fue penoso: un ejemplar de 385 kilos frente a otro de menor tonelaje y estatura evidentemente mandaría a morder el polvo al chamaco, pero eso sí, todos espantados porque el infante terminó revolcado en el piso.

Ya no discutiré el absurdo de este “espectáculo”, sin embargo, tuve la oportunidad de ver el fragmento de un video donde “Michelito” ensarta una espada en la cabeza del toro para matarlo. ¿No tendrá algo mejor que hacer este niño? ¿Le será muy divertido ejecutarse animales de esta forma? ¿Sus padres estarán felices de ver cómo su retoño se echa a otro ser vivo, y encima de todo, sentirse orgullosos por eso?

Pero no debería extrañarnos. Las leyes en este país son tan endebles que si al rato vemos a un bebé ebrio manejando por el periférico hasta ternura nos va a dar. Irresponsabilidad es la palabra que califica estos actos, tanto por el niño, su familia, las autoridades que lo permiten y la gente que va a ver semejante show. Basta con mencionar que en España, torear antes de los 16 años está prohibido y en Catalunya está cercana la abolición de las corridas de toros. ¿Y qué esperamos nosotros para hacerlo? La tortura animal disfrazada de espectáculo es inadmisible, ¿cuándo lo entenderemos?

Casos tenemos de sobra, por mencionar uno, el de “Callejerito”, perro torturado brutalmente y asesinado por tres chavos a los que les pareció divertido subir el video a facebook. ¿La respuesta ante tal acto de barbarie? Una ridícula multa de 380 pesos a los graciosos asesinos, pero eso sí, un linchamiento virtual que más de uno desearía verlo en la realidad.

¿Entonces cuál es la diferencia entre “Callejerito” y los toros? La fiesta brava presentada en plazas donde la multitud aplaude y un “valiente” se planta frente a un animal cuyo intelecto es inferior (aunque sinceramente lo dudo), y un trío de pubertos golpeando a un perro hasta matarlo, arrojan el mismo resultado, a pesar de los lugares y las circunstancias. ¿Por qué a uno se le cataloga como un delito y al otro no, cuando ambos lo son? Recordemos que “el modo de valorar el grado de educación de un pueblo y de un hombre es la forma como tratan a los animales”… lo dijo Thomas Edison y a nosotros parece importarnos un bledo, ¿o no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...