Me siento como Dr. House trotamundos, paseando por la ciudad con mi cubrebocas cuya efectividad es casi nula ante el brote epidémico que tomó por rehén al DF. De unos días a la fecha estamos en manos de un virus que ha puesto a temblar a millones de personas, y no me refiero al sismo que ayer nos dio una sacudidita pero al menos sirvió para variarle un poco a las noticias que ya me tienen influenzado.
El ambiente en la ciudad es extraño, ni un toque de queda podría ser tan eficiente para tener a los ciudadanos quietos y casi sin ganas de respirar por miedo a ser contagiados. Lo curioso que observo es la manera en cómo se ha movido la información y se esparce entre la gente: “dicen que”, “un amigo me contó”, “creo que en las noticias escuché”. Algunos comenzaron sus compras de pánico porque la amiga de una vecina le aseguró que a todos nos pondrán en cuarentena. Hágame usted el favor. A este paso, y con semejantes casos de desinformación e ignorancia, lo más seguro es que terminaremos… pero con influenza cerebral masiva.
No falta quien le dé toques políticos y económicos al asunto: pretextos del gobierno para manipular conciencias y arreglar asuntos “en lo oscurito” mientras muchos andan paranoicos con el asunto de la enfermedad; algo se traman después de la visita de Obama a México y nos distraen mientras llevan al cabo sus malévolos planes por debajo del agua. Y por supuesto, los protagonistas del teatrito se sirven de los medios informativos para desinformarnos —valga la expresión— acerca de lo que realmente sucede. Si en 1938 Orson Wells trasmitió por radio un fragmento de La guerra de los mundos y provocó pánico entre la población ante una supuesta invasión extraterrestre, la realidad hoy día no la noto tan distinta por creer todo lo que está a primera mano, y más aún, por el chisme que en territorio tricolor ni se da.
Y mientras unos dicen y otros creen, ahora resulta que en México, además del aguacate michoacano, también se exportan enfermedades a otros países. Yo creía que las películas Exterminio y Rec eran jaladas cinematográficas, pero tal vez habría que darles el beneficio de la duda… claro, sin llegar a extremos de convertirnos en zombis hambrientos de carne humana.
Pero dudas existen, y muchas: si en Oaxaca se dio el primer caso, ¿por qué es en otros estados donde se han presentado más?, ¿cómo llegó el virus hasta el DF y no se contuvo de manera inmediata en territorio oaxaqueño?, ¿qué pasó con los familiares de las víctimas?, ¿están sometidos a algún tratamiento especial?, ¿por qué en los noticiarios no he visto entrevistas con doctores o especialistas que han tratado de forma directa con enfermos de influenza, y en cambio es sólo el Secretario de Salud quien proporciona datos con simples números de “nuevos posibles casos y X número de víctimas”?, ¿acaso no son los médicos directamente involucrados, e incluso los familiares de los enfermos o víctimas, quienes pueden dar un mejor y fiel testimonio de lo que ocurre?, ¿cuál es el tratamiento que se les da a los cadáveres? Y si la emergencia es realmente para preocuparse, ¿por qué no se ha suspendido el servicio del Metro a través del cual se transportan diariamente 4.5 millones de personas en estaciones mayoritariamente subterráneas?
A este paso, la desinformación es nuestro peor enemigo, tal vez más que la misma enfermedad que hoy tiene en jaque a los ciudadanos, su vida cotidiana y su economía. Si conocer la verdad nos lleva al pánico, considero que los rumores esparcidos por doquier son aún más peligrosos. Algunos ya hasta relacionan el tema con terrorismo biológico. Al rato nada más falta que digan que se debe sacrificar a Porky por ser el autor intelectual de semejante epidemia.
Veo además que la lista de los “no” tiene más candidatos que los Óscares hollywoodenses: saludar de beso o mano, acudir a lugares donde se reúnan multitudes, compartir alimentos, y un extenso etcétera que me deprime tanto, que mejor me compraré una burbuja plástica para vivir dentro de ella o 50 metros cuadrados en la luna para habitar lejos de todos. ¿Todas esas son “medidas precautorias”? ¿Entonces si no hubiera influenza no deberíamos lavarnos las manos, y sí estornudar o toser al aire? ¿Tampoco limpiar aparatos y utensilios de uso cotidiano? Total, hay que ser antihigiénicos hasta que ya la veamos venir en serio.
En fin, esperaremos el desenlace del asunto y conocer si realmente tuvo tintes dramáticos dignos de un documental, o si sólo se trató de un complot porcino en contra de la humanidad (donde los cerditos ni culpa tuvieron porque ellos están perfectamente sanos) por alimentarnos de su carne durante años. Mientras tanto, continuemos agotando los cubrebocas de las farmacias —y viendo cómo otros los revenden—, recemos para que un simple estornudo no nos vuelva hipocondriacos, y que un tsunami no ocurra en las playas artificiales del DF… sólo eso nos falta.
El ambiente en la ciudad es extraño, ni un toque de queda podría ser tan eficiente para tener a los ciudadanos quietos y casi sin ganas de respirar por miedo a ser contagiados. Lo curioso que observo es la manera en cómo se ha movido la información y se esparce entre la gente: “dicen que”, “un amigo me contó”, “creo que en las noticias escuché”. Algunos comenzaron sus compras de pánico porque la amiga de una vecina le aseguró que a todos nos pondrán en cuarentena. Hágame usted el favor. A este paso, y con semejantes casos de desinformación e ignorancia, lo más seguro es que terminaremos… pero con influenza cerebral masiva.
No falta quien le dé toques políticos y económicos al asunto: pretextos del gobierno para manipular conciencias y arreglar asuntos “en lo oscurito” mientras muchos andan paranoicos con el asunto de la enfermedad; algo se traman después de la visita de Obama a México y nos distraen mientras llevan al cabo sus malévolos planes por debajo del agua. Y por supuesto, los protagonistas del teatrito se sirven de los medios informativos para desinformarnos —valga la expresión— acerca de lo que realmente sucede. Si en 1938 Orson Wells trasmitió por radio un fragmento de La guerra de los mundos y provocó pánico entre la población ante una supuesta invasión extraterrestre, la realidad hoy día no la noto tan distinta por creer todo lo que está a primera mano, y más aún, por el chisme que en territorio tricolor ni se da.
Y mientras unos dicen y otros creen, ahora resulta que en México, además del aguacate michoacano, también se exportan enfermedades a otros países. Yo creía que las películas Exterminio y Rec eran jaladas cinematográficas, pero tal vez habría que darles el beneficio de la duda… claro, sin llegar a extremos de convertirnos en zombis hambrientos de carne humana.
Pero dudas existen, y muchas: si en Oaxaca se dio el primer caso, ¿por qué es en otros estados donde se han presentado más?, ¿cómo llegó el virus hasta el DF y no se contuvo de manera inmediata en territorio oaxaqueño?, ¿qué pasó con los familiares de las víctimas?, ¿están sometidos a algún tratamiento especial?, ¿por qué en los noticiarios no he visto entrevistas con doctores o especialistas que han tratado de forma directa con enfermos de influenza, y en cambio es sólo el Secretario de Salud quien proporciona datos con simples números de “nuevos posibles casos y X número de víctimas”?, ¿acaso no son los médicos directamente involucrados, e incluso los familiares de los enfermos o víctimas, quienes pueden dar un mejor y fiel testimonio de lo que ocurre?, ¿cuál es el tratamiento que se les da a los cadáveres? Y si la emergencia es realmente para preocuparse, ¿por qué no se ha suspendido el servicio del Metro a través del cual se transportan diariamente 4.5 millones de personas en estaciones mayoritariamente subterráneas?
A este paso, la desinformación es nuestro peor enemigo, tal vez más que la misma enfermedad que hoy tiene en jaque a los ciudadanos, su vida cotidiana y su economía. Si conocer la verdad nos lleva al pánico, considero que los rumores esparcidos por doquier son aún más peligrosos. Algunos ya hasta relacionan el tema con terrorismo biológico. Al rato nada más falta que digan que se debe sacrificar a Porky por ser el autor intelectual de semejante epidemia.
Veo además que la lista de los “no” tiene más candidatos que los Óscares hollywoodenses: saludar de beso o mano, acudir a lugares donde se reúnan multitudes, compartir alimentos, y un extenso etcétera que me deprime tanto, que mejor me compraré una burbuja plástica para vivir dentro de ella o 50 metros cuadrados en la luna para habitar lejos de todos. ¿Todas esas son “medidas precautorias”? ¿Entonces si no hubiera influenza no deberíamos lavarnos las manos, y sí estornudar o toser al aire? ¿Tampoco limpiar aparatos y utensilios de uso cotidiano? Total, hay que ser antihigiénicos hasta que ya la veamos venir en serio.
En fin, esperaremos el desenlace del asunto y conocer si realmente tuvo tintes dramáticos dignos de un documental, o si sólo se trató de un complot porcino en contra de la humanidad (donde los cerditos ni culpa tuvieron porque ellos están perfectamente sanos) por alimentarnos de su carne durante años. Mientras tanto, continuemos agotando los cubrebocas de las farmacias —y viendo cómo otros los revenden—, recemos para que un simple estornudo no nos vuelva hipocondriacos, y que un tsunami no ocurra en las playas artificiales del DF… sólo eso nos falta.
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