Desperté a las 5 y abordé a las 7:30.
Alimenté mis pupilas con siluetas boscosas desde la primera fila de un autobús andante.
Me perdí dos películas proyectadas porque preferí los paisajes que no requerían subtítulos.
Supe que estaba cerca de llegar: Cuitzeo me dio la razón.
Me hospedé en el mismo hotel, en diferente habitación.
Desayuné carnitas, comí corundas y cené 300 ml. de agua mineral.
Subí al mirador y respiré un cielo invadido de tejados rojos.
Tomé 32 fotografías; grabé un video.
Escuché la voz melodiosa de una mujer cantar bajo la regadera vecina.
Dormí en una cama desconocida instalada en medio de un poblado conocido.
Me desvelé escribiendo, apagué el despertador y olvidé la cuenta de los días.
Visité siete iglesias, escuché una misa y hablé con Dios a solas.
Vi danzar a los “viejitos” de 12 años.
Apagué la luz del atardecer y prendí una estrella para alumbrarme.
Viajé en un “urbano” y rebasamos un tractor.
Fui testigo de la fe que, paso a paso de rodillas, se acercó al altar con un bebé entre sus brazos.
Caminé despacio sobre adoquines, empedrados y rechinantes pisos de madera.
Navegué rumbo a la isla y subí 271 escalones para saludar a Morelos.
Me perdí entre las calles a través de un mercado.
Redacté palabras en la terminal de Morelia, en espera de las 4 para regresar a casa.
Aprendí de la nostalgia, extrañé a los que quiero y añoré a quienes aún no conozco.
Vi rayos de sol que bañaban los campos de dorado.
Olvidé muchas cosas, guardé silencio y me reencontré conmigo.
Prometí volver.
Alimenté mis pupilas con siluetas boscosas desde la primera fila de un autobús andante.
Me perdí dos películas proyectadas porque preferí los paisajes que no requerían subtítulos.
Supe que estaba cerca de llegar: Cuitzeo me dio la razón.
Me hospedé en el mismo hotel, en diferente habitación.
Desayuné carnitas, comí corundas y cené 300 ml. de agua mineral.
Subí al mirador y respiré un cielo invadido de tejados rojos.
Tomé 32 fotografías; grabé un video.
Escuché la voz melodiosa de una mujer cantar bajo la regadera vecina.
Dormí en una cama desconocida instalada en medio de un poblado conocido.
Me desvelé escribiendo, apagué el despertador y olvidé la cuenta de los días.
Visité siete iglesias, escuché una misa y hablé con Dios a solas.
Vi danzar a los “viejitos” de 12 años.
Apagué la luz del atardecer y prendí una estrella para alumbrarme.
Viajé en un “urbano” y rebasamos un tractor.
Fui testigo de la fe que, paso a paso de rodillas, se acercó al altar con un bebé entre sus brazos.
Caminé despacio sobre adoquines, empedrados y rechinantes pisos de madera.
Navegué rumbo a la isla y subí 271 escalones para saludar a Morelos.
Me perdí entre las calles a través de un mercado.
Redacté palabras en la terminal de Morelia, en espera de las 4 para regresar a casa.
Aprendí de la nostalgia, extrañé a los que quiero y añoré a quienes aún no conozco.
Vi rayos de sol que bañaban los campos de dorado.
Olvidé muchas cosas, guardé silencio y me reencontré conmigo.
Prometí volver.
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