La última vez que visité este espacio personal-literario fue el 9 de febrero del año en curso. Y a falta de buena memoria, confiaré en el calendario bloguero para no mentir.
Confieso que decidí darle descanso a las letras por casi un mes, aunque a decir verdad, tal vez fue al revés. Sin embargo, no estuve del todo alejado de ellas. Me sucedió algo similar a cuando le pides “tiempo” a tu pareja a sabiendas de que, si en verdad la amas, gran parte de ese tiempo estarás pensando en ella. No pretendí jamás engañarme de semejante forma, pero diré que estuve trabajando en la edición impresa de mi blog auspiciada por la brillante idea de algunos amigos-lectores y, debo decirlo, fue una grata experiencia.
“Hacer un libro es como parir un hijo”, me dijo alguna vez una maestra. Hoy no pongo en tela de juicio su afirmación, porque cuando realizas algo por puro gusto (poniendo en su justa dimensión la diferencia entre hacer un hijo y hacer un libro), ver el resultado en tus manos, luego de una buena dosis de esfuerzo y dedicación, otorga una enorme satisfacción. Así me ocurrió a mí.
Y para los que no alcanzaron ejemplar impreso, no se preocupen que aquí les hago el recuento de su contenido (además el tiraje en la imprenta “Epson Stylus” de mi casa fue de cuatro ejemplares): un total de 110 títulos, con introducción y conclusión inéditas, así como también siete post más que por alguna extraña razón jamás plantaron sus pies en este espacio electrónico.
En fin, a partir de este post inauguro la segunda temporada de Crónicas bloggeras. Ya planté un árbol, ya escribí dos libros… algo me falta, algo me falta, ah sí, procrear un bello criaturo para multiplicar la especie humana. ¡Pero juro por mis hijos que aún soy virgen!
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